¿Qué hace familia? Por Virginia Grosso

¿Qué hace familia? Por Virginia Grosso

Un punteo ambicioso acerca de las infancias, adolescencias y familias.

“Las familias ensambladas son la prueba de lo que quisimos y no pudo ser. Son la prueba de todo lo que podemos desplegar sosteniendo las diferencias.”

Violeta Vázquez – Maria Andrea Gonzalez en Ensambladas. Todo tipo de familias

Parafraseando a Roudinesco en el libro “Y mañana que”, ésta le pregunta a Derrida acerca de qué es una familia y él le contesta que siempre habrá, no la familia, sino algo que llamamos familia, lazos, diferencias sexuales, relaciones sexuales, un lazo social alrededor del alumbramiento en todas sus formas, efectos de proximidad de la organización de la sobrevida y del derecho. Pero está persistencia de un orden no produce ninguna figura a priori de familia.

Según Rodulfo (2013), en general no pensamos acerca de las nociones subyacente con los cuales pensamos lo que pensamos. Poder hacerlo nos habilita un mejor uso de las herramientas con las que construimos y aplicamos los conceptos. Sabemos que el psicoanálisis centró la mayor parte de sus teorías en un modelo de familia moderna, burguesa, endogámica y sacralizada. Ello fue definiendo la idea de amor, de vinculo filial, sexualidad y el complejo de Edipo como nudo central que otorgaba sentido a la subjetividad de cada quien.

Hoy, frente a estos nuevos paradigmas, tecnológicos y sociales inéditos, que fluyen con una rapidez imposible de metabolizar, algunos conceptos funcionan como obturantes para complejizar el pensamiento, excluyendo la contradicción o paradoja. La clínica de familia nos confronta con nuevos escenarios y desafíos, nuevas subjetividades nos interpelan, modalidades de alianza que dan lugar a sufrimientos y conflictos múltiples. Así intentar reducir la complejidad de una trama familiar al acontecer “edípico” solo correremos el riesgo de someterlos al “lecho de procusto”. (1)

En décadas pasadas, las familias que no se adecuaban al modelo de la familia burguesa fueron consideradas como carentes o enfermas. Hoy ya no pensamos a los cambios como patologías, si no que podemos pensar en distintas configuraciones vinculares, con las singularidades que les imprime el entramado vincular que conforman.

“Ana es mi mama y es bióloga. Por eso yo digo que es mi mama biológica. Roberto es mi papa. Mama lo llama “cine de superacción” porque lo veo los sábados. Arturo fue pareja de mi mama. Era un papá frita. Adela es la nueva esposa de mi padre. Vendría a ser mi madre patria. Carlos se parece al malo de “Terminator II”. Mama dice que es su pareja. Vendría a ser mi papareja. Andrea era la señora de Carlos, pero ahora es ex señora, es decir señorita”(2)

En la actualidad encontramos configuraciones familiares con funcionamientos paradojales, propias de la época que atravesamos, en que por un lado hay una exacerbación del individualismo, donde lo otro funciona como amenaza de la “singularidad”, lo que desestima la posibilidad de vínculos sostenedores y empujando a una autonomía demasiado precoz y por otro lado consultan con gran sufrimiento la dificultad de inserción en ámbitos extra familiares (escuelas, clubes, y otros)

Dentro de los mecanismos de subjetivación, la imposición, marca fundante de lo vincular, es fundamental, ya que la presencia del otro exige del sujeto procesos elaborativos y de transformación. Nos encontramos con que estos procesos se ven afectados tanto por excesos devenidos en intrusismos y autoritarismos como por ausencia o déficit de presencia. En relación a los intrusismos, recibimos a familias pegadas e hiperconectadas con dispositivos múltiples donde hay una invasión constante en el hacer y pensar de cada uno, desarmándose un vínculo que ampara y regula. Fino borde entre cuidado/control.

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  • Según la mitología griega Procusto, el posadero y bandido del Ática, adaptaba a la fuerza a sus huéspedes en un lecho a caprichosa medida. En consecuencia, los alargaba descoyuntándolos o los mutilaba si no cumplían las medidas de su horripilante cama.
  • Extraído de Czernikowski, E. (2004) El amor, entre el humor y el dolor

También aparecen dentro de la dinámica del vínculo parento filial, los padres desatentos e hiperactivos, multitasking, con poco control de impulsos, lo que trae dificultades para la contención o interdicción, como así también padres angustiados por los avatares epocales tendientes a la supervivencia.

En la adolescencia, es frecuente encontrarnos con padres que abdican rápidamente en su función contenedora, acentuando una autonomía precoz y delegando una regulación de las responsabilidades del vivir fuera de las paredes cobijantes de hogar en los jóvenes, para evitar confrontaciones entre generaciones, generando una pseudo amistad, rivalidad y competencia con sus hijos. Así la asimetría queda desdibujada, generando confusión y malestar. “Pero papá, decime a qué hora tengo que venir…a todos mis amigos le dicen una hora…”

Podemos arriesgarnos a pensar que ya no hay un ligamen entre función paterna y ley paterna. Se habla de la caída del PADRE como instancia simbólica, y del padre puntual como representante de la regla, así como la deconstrucción de la MADRE, portadora del “instinto maternal”, frente a mujeres con la difícil decisión de la maternidad. Así aparecen cuadros de ansiedad en el momento de la toma de conciencia de las modificaciones de vida propia y singular que acarrea el nacimiento de un hijo, propuesto desde lo social como responsabilidad sin límites y lazo indisoluble y rígido. Frente a esto hay una especie de consenso para presión por una rápida autonomía de los hijos, alterando procesos elaborativos que sustentan el desprendimiento (ej. adaptación a guardería)

También nos encontramos con otros funcionamientos que develan grandes expectativas de los adultos y que encontramos sostienen al hijo en lugares ideales para fortalecer la propia autoestima, con grandes exigencias afectando sus proyectos y autoestima. Impulsividad que circula en todos los miembros, precipitaciones del hacer por sobre producciones del decir, a raíz de la dificultad de simbolizar por medio de una comunicación efectiva y afectiva y acciones desmedidas: vencer el hambre en la anorexia, engrandecerse con la droga, fantasear con la idea de muerte. Se les pide a los niños y adolescentes lo mismo que esta sociedad exige de los adultos: socialización extrema, intereses y tareas múltiples, inteligencia emocional, control de las emociones y adecuación de las mismas.

Frente a este panorama del cual formamos parte, nuestra implicación cobra relevancia. Ya no se trata de borrar de un plumazo nuestras tradiciones, que podrían tener que ver con la mirada de la psicopatología tradicional, si no descentrarla de su lugar clasificatorio para dar cuenta de una psicopatología vincular, siempre en situación, donde nos podemos preguntar qué le pasa a ese vínculo, en el aquí y ahora, con el terapeuta implicado y en un contexto sociocultural, para así poder hablar de condiciones de emergencia y múltiples posibilidades. Las condiciones de inicio cumplen un papel de referencia, de anclaje, pero no es posible predecir su desenlace, en virtud de la capacidad autoorganizativa que tienen los vínculos. Esto abre camino a la ruptura, la novedad y el azar.

Militar la ternura ulloista frente al sufrimiento, escuchar con los ojos, habilitar lo posible, un desafío que nos interpela, en estos tiempos de lazos sociales precarios.

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