Un libro sobre la amistad. Por Juan Botana

Un libro sobre la amistad. Por Juan Botana

Comentario sobre el libro Mi amiga Gladys de Pedro Lemebel.

Pasaba por La Alameda cuando vi un vendedor ambulante que ofrecía a la venta “Mi amiga Gladys” de Pedro Lemebel. Me dijo que era original, pero eso no me importó. Pensé que estaba en Chile, que posibilidades reales tenía de conseguirlo en la Argentina, lo busqué en internet, no lo encontré y lo compré por 8.000 chilenos. Algo así como 6.500 pesos argentinos.

Gladys es Gladys Marín, militante del Partido Comunista chileno y candidata a presidenta en 1.999 por la Unidad de la Izquierda. Líder de tantas movilizaciones, marchas y protestas contra el neoliberalismo y el pinochetismo a favor de la lucha obrera y callejera.

Pedro es Pedro Lemebel, escritor y cronista chileno, quien a través de sus libros me enseñó narrar tal cual lo hago hoy, buscando metáforas donde no las hay y poniendo el ojo donde incomoda.

Mi amiga Gladys es un libro más íntimo y testimonial que literario. Pero conserva pinceladas de la pluma adjetiva de Lemebel, especialmente en la primera crónica que da título al libro y en pasajes tales como “Pero más que aguas desbocadas que perpetúan una sola dirección, son voces, arrullos, gritos, discursos como el de Gladys, que en su polifonía oprimida esperan llegar al mar” (Mi amiga Gladys).

O “Nunca entendí bien la reacción de Bolaño esa noche, pero ese hecho marcó para siempre nuestra afectuosa relación. Él se fue a España y yo me quedé junto a Gladys en su continua lucha callejera. Jamás me arrepentiré de haberla elegido, mi corazón no es un libro abierto. Más bien se parece al cartel ajado donde impunemente se amohosan los rostros de la desaparición” (Mi corazón es un libro abierto).

O “QUIERO RENDIR UN HOMENAJE A TODAS LAS MUJERES TORTURADAS EN LA DICTADURA DE PINOCHET A NOMBRE DE TU HERMANA CARMEN CARCURO Ahí yo retrocedí un paso, temiendo que el metro noventa del colorín se me viniera encima, pero se quedó impávido, un segundo, sin entender; o quizás descolocado por el gol que le pasé, en su propia cara y para todo el país” (Inolvidable rareza).

O “¿Y por qué te gusta tanto ir a esa fiesta religiosa a ti que eres comunista?, la encaré una tarde a Gladys, y ella me miró con esos grandes ojos atentos, y luego, dirigiéndose a la Virgen de Guadalupe que le habían mandado de México, me contestó: en el asunto de la fe popular hay tanto por aprender, Pedro. No podría pensar que yo tengo la verdad en esos asuntos. Tengo respeto y no conozco todos los misterios de este culto que se sacrifica, que sube hasta Andacollo a pedir algún favor, algún milagro” (Navidad en Andacollo).

O “Pero nosotras somos más folklóricas, Pedrín. Y rockeras, agregué con una mirada rebelde. Y cumbiancheras, acentúo mi reina con su risa de cascabel que me sigue sonando en el ayer; tan fresca y libertaria como una cascada de pájaros” (Con Gladys en la Ópera).

Y terminar “Hace un año que no estás y parece un siglo. Hace un siglo que te fuiste y cada noche dejamos la puerta entreabierta por si quisieras regresar” (La ternura insolente de tu mirar).

Al libro lo publicó Seix Barral después de la muerte de ambos. Los textos dedicados a Gladys iban a ser parte de “Háblame de amores”, pero dada la cantidad y el vínculo que los unía decidieron dejarlo para un volumen independiente.

Luego Pedro murió y la editorial cumplió con su deseo de homenajearla a través de su escritura. Urgente, como dice Alejandro Zambra en la contratapa del libro, como las canciones de Silvio, como la señora que vendía cajitas de fósforos en la calle Lastarria en Santiago y al ver que yo llevaba el libro en mis manos me dijo: Acá tengo cajitas con la foto de Pedro y acá de La Gladys Marín.  

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