Muerte a crecer. Por Juan Botana

Muerte a crecer. Por Juan Botana

El mar teje el tiempo dorado por el sol o las olas,

envolviendo azules en la orilla de playa.

Una niña jugaba

en el círculo de espuma que se abría

en dos.

Es el viento o la bruma que agitan

sus sueños de olas gigantescas,

de castillos de arena que vienen de Asia.

Un balde y una pala hacían de anzuelo.

Y el cielo o se esconde o se divierte.

Vertical, como el padre que estaba.

Y eso que está un poco encorvado,

sufre de mareos

y hasta peina canas.

Y no quiere crecer. Y moriría por eso.

¡Si no como se explica una hija tan linda!

Cómo le gustaría congelar el tiempo,

y hundirse de una con ella en la playa.

Detener el cielo.

Acercar el oído a un caracol y el caracol al agua.

Y escuchar océanos,

enjambres de peces,

ballenas gigantes

y por qué no canguros

y hasta incluso jirafas.

Como cuando éramos chicos y nos conformábamos con poco. O imaginábamos todo.

Cuando un pozo de playa nos llevaba hasta Australia.

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