Amores crottos. Por Mariano Bucich

Amores crottos. Por Mariano Bucich

Eran los tiempos del Zapalero, el tren que unía Plaza Constitución con Zapala vía Cañuelas. Éste tren del ferrocarril del Sud,( luego tren Roca), pasaba por muchos pueblos del sur, y sud oeste de la provincia de Buenos Aires.

Al sur de Tapalqué, el tren llegaba a un pequeño paraje llamado Crotto. Era un incipiente poblado rural de calles de tierra… Si hasta contaba orgullosamente con una avenida, en iguales condiciones.

Su cuadrícula de clásico damero, era de unas seis por cuatro manzanas. Y ya, de entrada se le agregaron las diagonales naciendo de su plaza para “cortar camino” que a lo sumo tenían una o dos cuadras de largo.

Frente a la estación del ferrocarril y cruzando la avenida, allá por la década del cuarenta, se encontraba en una esquina “La Fonda”.

En frente, el “almacén de ramos generales”. Y en diagonal, la “despensa”, en la que además funcionaba la panadería del pueblo.Por encontrarse todos estos comercios juntos, a esta se le decía ” la esquina de los almacenes”.
Todos los años llegaban en el tren jornaleros. Era la peonada que trabajaba en las cosechas de los cultivos de las estancias cercanas como “La Victoria”, ” La Raulenka”, o “La Justina”, por nombrar algunas de ellas. Los “Crotos”, como se les decía a estos trabajadores, llegaban al pueblo tocayo pero con dos letras T, por un decreto que sancionó el Gobernador José Camilo Croto por los años veinte, con el fin de que los peones de campo (trabajadores golondrinas) pudieran viajar gratis en los vagones de los trenes cargueros para la zafra de los cultivos en los campos de la provincia con más producción agricola del país.
Uno de ellos, llamado Rigoberto Amundarain, venía desde su pueblo natal, Cañuelas.
El muchacho estaba abocado a pagar la deuda del campo de sus padres para evitar su remate, por tal motivo se sumó a la cosecha del trigo de los alrededores de Crotto.
Al llegar al pueblo, el jóven bajó del tren y recorrió a pie las calles del pueblo en busca de algo para almorzar. Era un muchacho flaco, pálido, alto, y medio desgarbado, con ojos vivaces y una belleza aniñada para su edad, ya que rondaba los veinte años.
A poco de andar se encontró con la esquina de los almacenes, y sin dudarlo entró a la despensa para comprar una galleta de campo y un chorizo seco…cuando sucedió algo que le cambiaría la vida.
Del otro lado del mostrador lo esperaba una muchacha de hermosa sonrisa y ojos buenos que lo recibió con un cordial saludo.
Los jóvenes al verse sintieron el amor a primera vista.
Entre sonrisas y palabras entrecortadas, tuvieron su primera conversación, corta claro, ya que la muchacha tenía que continuar atendiendo a los clientes que estaban esperando su turno.
Desde ese día y cada vez que pudo, Rigoberto se acercó a la panadería. Muchas veces dejaba pasar algún cliente para esperar que lo atienda la joven.
Eusebia! gritó el patrón. Traeme el canasto.- sisi Don Carlos!, y allá fue ella, muy solícita.
En un breve instante, estuvo de regreso para decirle al chico: – Quién sigue?
-Hola! buen día. Eee,yo. Yo quisiera una galleta si no es molestia. Dijo entre tímido e indeciso en sus palabras… ella le preparó el pedido y con una sonrisa sutil se lo entregó.
-Gracias! Eusebia no?

  • Sí, Eusebia Garavaglia…puedes llamarme Sebita.
  • Rigoberto Amundarain, para servirle… usted puede decirme Rigo.
    Ambos sostuvieron por un mínimo instante la mirada, fue cuando él, y desde su altura , se encorvó levemente avergonzado, y le dijo con voz suave: – hasta mañana Sebita… ella le sonrió. Luego él se fue, sin querer irse. A partir de ese momento ella aprendió a esperarlo, inevitablemente.
    Después vinieron días en que los jóvenes no se vieron. El arduo trabajo en el campo no le permitía ir hacia el pueblo para verla, pero él no pensaba en otra cosa que en ella. Se había enamorado.
    Así se fue pasando la semana hasta que llegó el franco dominical.
    Fué entonces, cuando sin dudarlo, se puso lo mejor que tenía. La mejor bombacha, la más linda de sus camisas, y su boina bien aseada. Se peinó a la gomina y se afeitó su incipiente barba.
    Y al fin, enfiló para el pueblo.
    La buscó en la panadería pero no estaba, así que se fue para la iglesia.
    Cuando entró se persignó y recorrió con una mirada veloz la sala mientras su corazón latía más veloz de lo que sus ojos veían.
    No pudo verla pero igual se quedó. Se sentó en el último banco de la fila derecha. Bien atrás.
    Su timidez luchaba con su amor en una pulseada en la que él era consciente que, de su resultado dependía su futuro para el resto de sus días.
    Ensimismado andaba en sus pensamientos cuando alguien se le acercó y se sentó a su lado. En ese instante, justo en ese mismísimo momento el padre dijo: – y nos damos la paz…
    Fue ahí, cuando la persona que se había acercado para ocupar el lugar a su lado le dijo: ” la paz “. Al oír su voz el chico se desarmó y una emoción lo invadió por completo. Luego se giró, y al verla la vió mas linda que en todos sus sueños de las madrugadas. Entonces le respondió:-” la paz!”, y se agachó rápido…
    En un movimiento impulsivo la besó en su mejilla rosada. De ahí en más, solo miraron al frente todo lo que duró el resto de la ceremonia. Eso si, queriendo abrazarse.
    La misa parecía infinita, pero estoicamente, esperaron su final para comulgar y salir de la pequeña capilla.
    Cuando por fin lo hicieron, él se apartó y debajo de un árbol de la vereda se quedó dubitativo, como esperándola.
    Mientras tanto ella saludó a algunos vecinos, se cruzó a la plaza sin mirar hacia atrás, y se sentó en un banco de espaldas.
    El jovencito casi temblando de emoción cruzó la calle y aceleró, sin querer hacerlo, el paso. Estaba tan feliz!!!
    Ya al llegar, ella lo miró de reojo, dulcemente.
  • Hola! le importaría que me siente a su lado? atinó a preguntar.
  • Hola, me encantaría, y además considero que sería bueno conversar con usted unos minutos.
    Los jóvenes se contaron la vida en esa plaza, en ese banco.
    Sus sueños, sus alegrías, sus tristezas, y sus proyectos.
    Por momentos, él se aceleraba al hablar, al querer decir todo tan rápido, que terminaba tartamudeando. A ella, eso le daba gracia y se reía con vergüenza. Entonces al verla reír, él también lo hacía. Ambos estaban felices…
    Antes de despedirse el joven le dijo que no pararía de trabajar para ayudar a su familia, y que dejaría de ser un jornalero, un simple Croto, para ser merecedor de su mano.
    Con los ojos húmedos se acercó a ella y la besó en la mano, ésta que aún no creía merecer. Ella sonrojada y sensible le respondió que era un joven noble y apuesto. Que no abundaban chicos así, que lo entendía, y que lo esperaría.
    Con un mínimo roce de sus labios lo sellaron todo y se despidieron.
    Entonces él le juró su amor: – Volveré por ti!!!, le dijo. Y se alejó entre el viento y el frío.

Pasó algún tiempo en que la vida no los volvió a juntar.
Él, trabajó sin cesar y cumplió con su palabra. Al final, el campo ya era de su familia y por ende, también le pertenecía.
Entonces se preparó para volver por ella, se arregló y se fue a la estación para tomar el primer tren con destino a Crotto para buscarla, sin saber lo que le depararía el destino.
Al llegar, ansioso y de un salto se bajó del tren en movimiento, antes de que termine de frenar en el andén.
Casi corriendo, recorrió los metros de la cuadra que lo separaban de la panadería, pero no la halló allí.
Recorrió entonces, cada rincón del pueblo.
Preguntó por ella a quién se cruzó en el camino, pero nadie sabía el paradero de su amada Sebita.
Entonces, cabizbajo, volvió a la estación mientras caía la noche.
Estaba solo y desahuciado.
Sin querer volver se resignó, y se preparó para emprender el regreso en el primer tren a Cañuelas. La más honda soledad le calaba los huesos
Cuando el tren se acercaba, también lo hacía el fin de su ilusión. Por ello decidió tirarse a las vías.
En ese instante, y desde la otra Punta del andén oyó un grito.

  • Rigoberto, es usted? Al mirar lo vió al dueño de la panadería acercarse.
    -Si, don Carlos!, soy yo. Ya me vuelvo para…
    -Espere joven!. En la Fonda hay un baile y quizás encuentre lo que busca… Sin decir nada mas, y a paso cansino, el hombre se alejó.
    Rigo, que estaba ya en la vía y por tirarse debajo del tren que se veía venir a lo lejos, saltó nuevamente hacia el andén, y con una renovada esperanza corrió de nuevo hacia la esquina de los almacenes, pero esta vez a la Fonda.
    Sin dudarlo entró.
    Entre parejas que bailaban una milonga la vió sentada en una mesa con amigas.
    El jóven casi corriendo, cruzó el salón hacia ella , y cuando ella lo vio venir le dijo,- has vuelto!
    Se abrazaron largamente, bailaron, y se besaron tanto, tanto, como para no separarse nunca mas.
    Desde ese momento nació un dicho que, queriendo decir: ” me quiero morir”, en realidad dice: ” me quiero tirar abajo del Zapalero”.
    Además desde esa noche, y desde ese encuentro, en Crotto faltó un habitante. Y en Cañuelas, un Croto dejó de serlo para ser el hombre de campo que soño ser, y que le daría hijos a su tierra junto a ella, junto a su amada Eusebia.
    Desde entonces , la ex de Crotto y el ex Croto, se convirtieron para siempre, en marido y mujer.

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