Odio el odio. Por Juan Manuel Otero

Odio el odio. Por Juan Manuel Otero

7.50 AM, acabo de dejar a Baltazar en su preescolar. Caminamos juntos unas diez cuadras, no usamos el auto, y tenemos así quince minutos de un nuestro ritual de intimidad. En este marzo en la Patagonia todavía hace mucho calor. En pocas semanas la mañana se va a empezar a hacer más oscura, y nosotros dos vamos a seguir caminando. A mí me gusta, a él creo que también. O que lo soporta bien o que ya lo aceptó como una forma nuestra. No lo odia. Somos casi los únicos que caminamos hasta el jardín. El resto del mundo se va
agolpando delante de la entrada y se acumulan autos y camionetas que intentan estacionar en un espacio diminuto. Las bocinas suenan y fuera de nuestro cono de tranquilidad todo parece una escena de Big Little Lies pero en el medio de la Patagonia.
Después de dejarlo, vuelvo a la casa vacía. A mí me quedan unos cuarenta minutos de individualidad hasta que me voy para la universidad. En este tiempo, suelo terminar haciendo un paseo virtual que se va repitiendo aleatoriamente una y otra vez: redes sociales, diario, Youtube random, un café en una prensa francesa. Desapro-
vecho el tiempo, me tiento y me dejo seducir y así esa casi hora se me va escurriendo llena de historias ajenas. Es en este tiempo casi perdido, casi porque es un tiempo que es y no es perdido, que es divague, dispersión, falta de foco. Y también curiosidad, posibilidades, lecturas, azar. Leo hoy, seis de marzo de 2023 una cita de Kasparov parafraseando a Picasso: Perder el tiempo en encontrar las respuestas correctas a las preguntas equivocadas puede ser una experiencia frustrante. Uso buena parte de la mañana para chequearla. Busco la cita, pero no la encuentro dentro de las formas en que quería poder verificarla: el paper, el libro, la referencia de la entrevista. No la encuentro, pero existe porque la veo repetirse en decenas de links.
¿Tomo la cita por existente, como que existen los Unicornios y no el mundo entonces? ¿Uso esa parte de verdad que esta rozándome para lo que hoy necesito, que es escribir y enviar unas líneas sobre el odio? Lo hago.
Vuelvo a la idea: si las computadoras se transforman en objetos inútiles porque ofrecen solo respuestas cuando todo debería empezar con preguntas, descarto promesas de soluciones, privilegio el contorno de las preguntas, borro citas, elimino dos tercios del borrador de un proyecto de escrito que iba a quedar en una carpeta de intentos truncados.

Estoy intentando cerrar este escrito, mil palabras sobre el concepto del odio. Agenda, odio y academia; el tema del odio, de los discursos del odio, del negacionismo, de las formas que adquiere la discusión pública cada vez menos en plazas y aulas y cada vez más en plataformas digitales que se retroalimentan es hoy, marzo de 2023, cada vez más un tema de agenda. Evitar respuestas apresuradas, no construir sobre preguntas equivocadas, fortalecer los interrogantes, plantear un conjunto de reflexiones sin pretensión de
sistematizar nada. Probemos:

Primero: Iniciar una cruzada contra el odio es una acción, académica y política. Embarcados en este camino se nos aparece por primera vez Gramsci cuando escribe que cada vez que se vaya a desarrollar una acción en la vida, cualquiera sea el espacio en donde la proyectemos, debemos tener la capacidad de prever la reacción que nuestra acción provocará y el tipo de repercusiones que irán apareciendo. Acá estamos decidiéndonos por pensar académicamente un terreno un poco más complejo que otros.
Segundo: No debemos dar por descontado que el problema del odio –y la constelación de problemas que se relacionan con este particular estado de ánimo– genere siempre los mismos interrogantes que podemos hoy proyectar. Si problematizamos el odio, nos encontramos en un terreno específico, el del hacer filosófico que nos provoca un estado de situación que nos resulta ambivalentemente maravillosa y horrible. Nos sumergimos con el pensamiento en una arena que nos hunde en un territorio que nos impone la necesidad de buscar la imposible conciliación entre extremos que nos conforman individual y comunitariamente, extremos que no vamos a poder eliminar a fuerza de escritos o leyes.
Tercero: No siempre está mal odiar. Otra vez Gramsci escribió que él, por ejemplo, odiaba a los indiferentes. El vivir para él implicaba el tener que tomar partido de la forma más firme posible, incluso llegando al odio, cuando se trataba del poner en juego algunas cuestiones.

No ser capaces de odiar implicaba incapacidad de sentir, debilidad. El acto de vivir significaba para él tener que tomar partido algunas veces, y hacerlo de la forma más violenta posible, odiando.

Cuarto: ¿Qué lugar tiene el Derecho dentro de este escenario cada vez más complejo? La utilización del Derecho puede ayudarnos a construir una mejor convivencia social. El Derecho tiene el potencial de transformarse en una herramienta capaz de ofrecer un razonable marco institucionalizado en donde es posible construir un diálogo virtuoso. El Derecho, sin embargo, y al mismo tiempo, también tiene el potencial de transformarse en una herramienta hostil que no solo no fomenta, sino que dificulta la posibilidad de generar un espacio de reconocimiento mutuo, un instrumento que puede exacerbar las diferencias y puede terminar trazando líneas de incomunicación. ¿En qué casos el Derecho puede terminar fomentando el odio? ¿Qué dinámicas deberían ser tenidas en cuenta para no profundizar esta tendencia latente? Si todo esto es así, propondría una regla pruden-
cial: Cuando el Derecho sea invocado para regular el odio, guardia alta, desconfianza, porque el Derecho suele ser torpe, porque suele ser maleable, interesado, contingente. Y porque en terrenos en donde la violencia es parte del escenario, no suele apaciguarla sino
agravarla.
Quinto: Lo que amamos y lo que odiamos es una parte central de lo que sabemos de nosotros y de lo que podemos saber acerca de otras personas. Vamos construyendo nuestras imágenes y nuestros marcos de referencia a partir de las formas en cómo vamos generando los contornos de nuestras más importantes historias. Mientras seamos capaces de soportar y metabolizar una mayor cantidad de diferentes narrativas, sobre nosotros mismos y sobre nuestra fragmentada, compleja y cada vez más contradictorias comunidades, vamos a tener una mayor probabilidad de poder comprendernos.
Odiamos, y odiamos el odio, y odiamos saber tan poco acerca de cómo resolver este loop violento que nos va a seguir acompañando, indeleble y perpetuamente como el tatuaje que tengo en una pantorrilla que dice que de la necesidad surge la virtud.

En “Mil palabras para entender los discursos de odio” https://www.editoresdelsur.com/publicaciones-digitales/

Juan Manuel Otero es Director en Maestría en Derecho Administrativo Global. Universidad Nacional de Río Negro (UNRN)

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