Mis tardes de verano en el potrero de la cuadra. Por Mariano Bucich

Mis tardes de verano en el potrero de la cuadra. Por Mariano Bucich

En en arcón de los recuerdos atesoro el barrio de mi infancia. En él los veranos eran interminables. El fulbito del potrero de al lado de casa era sagrado, el campito se “achicaba” porque los cardos crecían y solo resistía el óvalo por dónde jugaba el piberío. Si la pelota caía fuera de él, estábamos en problemas. Meterse en ese impenetrable cardal era para valientes, pero como el ansia de patear podía más, nos metíamos todos.

Era ahí cuando aparecía la ojota perdida del día anterior, así como tantos objetos estrafalarios, ya que al potrero de la canchita lo cruzaba un sendero que la gente usaba para cortar camino y de pasada, los arrojaban.

Detrás de este había otro mas grande que estaba repleto de escombro. Moles de piedra gigantezcas como montañas fruto del descarte de la reparación de las calles, eran para nuestra lúdica edad ,el escenario perfecto para mil juegos. Entre ellos jugábamos a “Combate” en réplica de la serie de la segunda guerra de aquellos tiempos. Con gomeras de horqueta, piedras, y los rifles de gomera, nos enfrentábamos en dos bandos. El ganador era quien llegaba y lograba defender “la gran montaña” que estaba en el centro con una “cueva” que quedó formada por un trozo gigante de hormigón levantado de alguna calle bacheada, y que aún conservaba el cordón. Para hacer mas épico el juego haciamos emboscadas, trampas con pozos a los que les clavávamos estacas de madera con punta y las cubríamos de hojas, claro que además, para que los enemigos trastabillen y caigan, cruzábamos alambres de los que conforman el acero de las cubiertas radiales que , para obtenerlo las quemábamos, generando cortinas de humo espeso que de paso servían para desconcertar al enemigo. No habia tarde en la que alguno no quedara lesionado por algún proyectil o trampa! Luego , en la gran montaña acampábamos y tomábamos café hecho en una lata en un fogón , tostábamos pan ensartado en un alambre, y fumábamos cardo seco.

Eran tardes increíbles en compañia de amigos que quedaron marcadas a fuego en el corazón, y que además dejaron otras en la cabeza con hilos de sutura y jabón.

Corresponsal: Mariano Bucich, desde Remedios de Escalda, Buenos Aires, Argentina

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