Mercedes Benz 1518. Por Raúl Kersembaum

Mercedes Benz 1518. Por Raúl Kersembaum

A mi abuelo lo recuerdo como un gran tipo. En mi infancia, yo esperaba cada domingo porque era un día de descubrimientos, el día en que iba hasta su tallercito en la parte trasera de la casa y podía usar sus herramientas para hacer juguetes de madera o fuertes en donde poner los soldaditos de plomo que coleccionaba. Creo que mi interés por todo lo que era mecánico hizo que yo fuese su nieto preferido. Por lo menos, así lo vivía yo.

El abuelo había llegado de Italia escapando de la hambruna que dejó la gran guerra y se quedó a vivir en Glew, en donde se casó y construyó su propia casa que se fue agrandando con el tiempo. De albañil pasó a chofer de una camioneta haciendo repartos para una fábrica de azulejos y después de unos años le ofrecieron manejar un camión que llevaba mercaderías al sur del país. En esa época nuestros encuentros se hicieron menos frecuentes por los viajes. Igual, siempre me traía dulces o chocolates de los distintos lugares en donde paraba. Cuando volvía a Buenos Aires, solía quedarse unos días antes de salir de nuevo y entonces se repetían los encuentros de los domingos. Yo estaba estudiando ingeniería y nos quedábamos charlando largo rato mientras tomábamos mate. Una de esas tardes, me contó en secreto que en los últimos años venía ahorrando para poder dar un anticipo y comprar su propio camión. Me emocionó verlo tan ilusionado.

Meses después, vi frente a su casa un Mercedes Benz 1518. Enorme, rojo, brillante. Y apoyado en la puerta de la cabina, me esperaba mi abuelo con una sonrisa. Me invitó a subir y encendió el motor. Paseamos por el centro del pueblo y por algunas calles de tierra. Iba orgulloso al volante y de tanto en tanto espiaba a la gente que caminaba por la calle para ver si lo miraban. La conversación fue totalmente dedicada al camión y al entusiasmo que le provocaba el viaje al Chaltén que haría al día siguiente.

Dos días más tarde, mi abuela me llamó por teléfono. Me dijo que los militares le habían confiscado el Mercedes al abuelo. Era fin de abril de 1982, pleno conflicto de Malvinas.

Terminada la guerra fuimos con el papel de decomiso que le habían dado los militares a infinidad de reparticiones tratando de recuperar el camión. Fue inútil. A pesar de las promesas, nunca nos lo devolvieron.

Al tiempo mi abuelo se enfermó y murió.

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