Las puertas del tren eléctrico. Por Mariano Bucich

Las puertas del tren eléctrico. Por Mariano Bucich

Para Santiago, el tren se convirtió en su medio de transporte predilecto, ya que lo podía combinar con su amada bicicleta. Porque claro, esta se podía trasladar en él sin inconvenientes.

Hubo un tiempo en que se desplazaba en auto. Pero luego y debido al caos de tránsito reinante en la ciudad porteña de Buenos Aires y su conurbano sur, se fue adaptando a otro medio más económico, limpio, y sustentable.

Bajando así, considerablemente su huella de carbono.

Su trabajo lo condicionaba a viajar a la capital federal de lunes a viernes, diariamente ida y vuelta hasta José Mármol, en donde residía.

Hasta este descubrimiento, cada día, emprendía en coche los tortuosos veinte kilómetros desde un sitio al otro, y además regresar después de una larga y agobiante jornada laboral.

Por ello, los días de semana se habían convertido en un verdadero suplicio entre bocinas y embotellamientos.

Así fue hasta que, a partir de la compra de su bicicleta de montaña empezaron sus salidas a puro pedal.

En principio las hacía para mejorar su condición física, pero mas tarde y debido a su uso, notó que le venían muy bien para bajar la ansiedad y el estrés citadino.

Tal fue su libertad y placer por movilizarse sin depender de los semáforos y sin sufrir los embotellamientos de las horas pico, que prácticamente no volvió a utilizar su automóvil, yendo a trabajar en dos ruedas.

Con la llegada de los días lindos, en el horario del almuerzo y después de salir de la oficina, comenzó a dar paseos por la costanera de la ciudad, y por la reserva de la costanera sur. Ya que eran días más largos con más horas de luz solar, y por ende, se lo permitían.

Los regresos hacia José Mármol se completaban ya con la luz de la luna además de las luces urbanas, y el viento fresco en la cara.

Todo marchaba sobre ruedas para Santi, más exactamente sobre dos.

Así fueron pasando los días estivales y las semanas en que la ciudad estaba menos densamente poblada, producto de las migraciones masivas de sus habitantes hacia los sitios de veraneo.

Todo era perfecto en este nuevo contexto.

Las semanas se sucedieron, mutando en meses. Como contrapartida de aquellos días largos se vinieron otros, los ventosos y más cortos días del otoño.

Santiago decidió entonces, que era tiempo de viajar con su fiel compañera en el furgón de carga y sobre rieles para hacer más cómodos los viajes entre José Mármol y Plaza Constitución, en las frías mañanas y anocheceres previos al invierno que ya se avecinaba.

Solo con lo justo y necesario para viajar en el tren Roca se dirigió a la estación.

El andén a plaza Constitución estaba del lado del viejo tanque de agua inglés sobre la entrada de la calle Thorne, así que cruzó por la barrera de Bynnon y se dirigió a él con su inseparable compañera, con tiempo de sobra para “la espera”, por si se presentaba un atraso en el servicio.

No había mucha gente esperando…

El tren llegó sin demoras y el viaje fue bueno ya que transcurrió en un horario con poca cantidad de usuarios.

Así fue como Santi descubrió las bondades de esta manera de viajar. Lo hizo entonces, por largo tiempo.

Pero como siempre, algo debió cambiar el rumbo de las cosas, ya que eran rutinariamente buenas hasta aquí.

Lo que sucedió fue que el ramal a Bosques vía Temperley que pasa por José Mármol se electrificó, y a su vez se repararon las vías en toda su extensión.

Pero unos años antes de la inauguración del servicio eléctrico, en la vieja formación diesel hubo una terrible muerte.

Más exactamente en el furgón en donde viajaban un grupo de trabajadores con sus bicicletas. Este hecho fue un robo devenido en asesinato.

Todo pasó cuando el tren se acercaba a la estación de Dante Ardigó aproximadamente por el kilómetro veintiséis. Los ladrones lograron correr y trepar al furgón en una zona de la vía en muy mal estado, aprovechando que el maquinista debía reducir drásticamente la marcha hasta circular, por un par de kilómetros, prácticamente a paso de hombre.
Una vez en el interior del mismo y a punta de pistola, los malhechores les exigieron las bicicletas a sus dueños. Todos las entregaron excepto una.

El dueño que se resistió era un tipo duro, corpulento, y fuerte. Un obrero de la construcción de pocas palabras, así como también, de pocas pulgas.

El albañil, en un santiamén, los atacó con una pala de punta afilada hiriendo a dos de los tres ladrones, pero no pudo con el tercero antes de que el mismo le disparase a quemarropa.

En segundos, los asesinos huyeron con algunas de las bicis que habían arrojado fuera del furgón, y se perdieron entre los pastizales… mientras que el hombre quedó tendido en un charco de sangre, agonizante entre jadeos estertores, hasta que dejó de respirar.

A raíz de este crimen, los viajeros de este ramal cuentan que aún hoy se oyen los golpes de las palas y el disparo por las noches a la altura del sitio del crimen, aproximadamente en el kilómetro veintiséis.

Creen también que el alma del muerto nunca pudo dejar de vagar por los furgones de los trenes desde el sitio de su muerte hasta la estación Ardigó y viceversa.

Algunos sostienen que el espectro lo hace para vengar su muerte. Otros aseguran que de este modo, el aura busca proteger el vagón bicicletero de crimenes y asesinatos.

Pero todo cambió cuando el servicio fue electrificado y reparadas las vías…

Los nuevos trenes dejaron de aminorar su marcha en aquel paraje desolado en donde el albañil murió, y además viajaban con las puertas cerradas.

Pareciera entonces que el espectro subió en Ardigó como cada vez, y no pudiendo descender en aquel paraje en donde el tren aminoraba su marcha, quedó para siempre a bordo y completando el recorrido. Una y otra vez desde Bosques hasta Plaza Constitución y viceversa.

Así fue como pasó, que muchos de los ciclistas incluído Santi esperan en los andenes la llegada del furgón. Pero cada vez que un tren frena y los ciclistas están por subir al furgón de las bicicletas, éste “desaparece” mudándose a otro lugar del tren misteriosamente…, por lo que ni Santi ni nadie que haya querido subir al furgón de las bicicletas, ha podido hacerlo para continuar su viaje.

Esto sucede cíclicamente, y pareciera que el tiempo y el destino se hubieran puesto de acuerdo para jugar este macabro juego. Para que todo se repita caprichosamente en una historia sin fin.

Esta es la trágica historia que dejó a Santi y a su bici, varados en el andén por siempre a la espera del siguiente tren, con destino a la eternidad.

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