La locomotora fantasma. Por Mariano Bucich

La locomotora fantasma. Por Mariano Bucich

Plaza Constitución es la fastuosa terminal de trenes del Ferrocarril del Ferrocarril General Roca. En ella se ve plasmada una arquitectura monumental y bellísima de estilo neorenacentista victoriano de principios del siglo XX, ya que fue construida en esos años por la empresa inglesa Ferrocarriles del Sud. En Plaza Constitución se organizan los movimientos de las formaciones del ramal. Ellas son las de carga y las de pasajeros, tanto urbanas como de larga distancia. Antes de la electrificación del recorrido urbano que se inauguró en Noviembre de mil novecientos ochenta y cinco, todos los servicios estaban cubiertos con trenes con locomotoras diésel. Las más pequeñas de uso urbano eran las denominadas setenta , mientras que las llamadas noventa(más potentes), eran utilizadas para los viajes de larga distancia o carga. En ese entonces era muy común ver maniobrar a las locomotoras en las inmediaciones de la estación, así como algunos de los trenes de larga distancia esperando afuera de los inmensos tinglados, un lugar para acceder a su respectivo anden. Las noventa solían quedarse a la espera para enganchar una formación para un viaje de larga distancia. El más frecuente era sin dudas Mar del Plata, sobre todo en época estival. Por ende se encontraban en cada locomotora su maquinista y su foguista ( denominaciones heredadas de las épocas de las locomotoras a vapor) cumpliendo guardias por si se presentaba un viaje agregado a los que ya estaban programados. Estas guardias eran tediosas y muchas veces cubiertas en altas horas de la madrugada. Hubo una locomotora de las noventa que estuvo por años lista para salir como suplente, era la nueve mil uno roja y amarilla. En las largas y aburridas guardias Carlos, su maquinista y Jorge, su foguista pasaban las horas conversando acerca de sus proyectos, de sus vidas, y de todo lo que se les venía en mente, por lo que después de seis largos años, llegaron a hacerse amigos. Carlos era un hombre maduro de unos cuarenta y seis años, mientras que Jorge andaba por los treinta y cuatro. Con tanto tiempo compartido los compañeros se conocían de memoria. Cada uno conocía la vida del otro, sus gustos, sus pasiones, así como también, sus vicios. Era bien sabido que en las inmediaciones de Plaza Constitución había mucha prostitución. Tal es así que las prostitutas eran muy buscadas por los empleados ferroviarios en burdeles y prostíbulos clandestinos. Hasta hubo casos de amores que conformaron parejas muy fuertes y duraderas para lo que, a priori, era improbable desde el prejuicio ajeno. Hablando de prostitutas hubo una en particular que era la predilecta de muchos, pero sobre todo, de Jorge. Es que era en esas interminables guardias nocturnas y sobre la locomotora, cuando Natasha los solía frecuentar. Morocha, alta, de cuerpo exuberante, y mirada felina, ella acudía sensual y servil a las citas, entre el olor a Gasoil y el sopor del inmenso motor. Luego de años de pasar horas en la máquina, Natasha se fue interiorizando en el manejo de la misma. Es que ella, observadora como era, estaba cuando ellos debían hacer maniobras y de tanto ver como era su manejo, se fue familiarizando con él. Carlos no quería que ella aprendiera su trabajo pero Jorge siempre decía: ¿Che, pero qué va a hacer esta? si lo único que le importa es nuestra billetera… Cada vez más, Jorge se revolcaba con Natasha en las frías madrugadas. Carlos entonces le decía… pibe, no te está quedando nada de tu sueldo, y pensar que la mina te saca hasta lo que cobrás de las horas extras.. Pero Jorge no lo podía manejar. La mujer era muy inteligente y tenía mucha calle. Ella sabía perfectamente su oficio y lograba quedarse con todo el salario del muchacho. Así fue pasando el tiempo y la prostituta pasó a dominar todo lo que sucedía en la máquina. Ella sabía su manejo de memoria. Una vez, sucedió que Carlos tuvo que ir al baño dejándolos solos. A poco de su partida se oyó por el radio la orden para mover la nueve mil uno. Jorge, en vez de esperar a su compañero, le permitió a Natasha conducirla. La movieron y cumplieron la misma. Cuando Carlos vio moverse a la máquina se quedó atónito. Luego de el primer impulso, por el que sintió ganas de correr hasta la locomotora y de echar a la mujer, pensó; No debo hacer escándalo. Mejor me acerco de a poco, por entre los trenes… y así lo hizo. Cuando llegó, subió y los encontró festejando lo acaecido, riendo. Enredados sobre los comandos. Carlos no pudo más y reaccionó sobre su compañero a los gritos y empujones. Forcejeando, cayeron a la vía y se trenzaron a golpes de puños sobre el costado de la máquina, enfurecidos. Fue cuando Natasha lo escuchó decir al maquinista mientras sacudía al foguista : pibeee estás emputecido con esta minaaa, ¿no te dás cuenta? ¡¡es una puta!! ¡¡¡es una putaaa!!! Fue entonces cuando la locomotora, que aún estaba en marcha comenzó a caminar aparentemente sola. De a poco, y tomando velocidad, se fue perdiendo en la lejanía. Nada se supo del destino del maquinista ni del foguista, ya que fueron despedidos por este hecho. Pero menos se supo, ni se sabe aún hoy de la nueve mil uno. Solo se la escucha pasar a máxima velocidad haciendo sonar su bocina. Solo se ve la estela en el aire de su humo. Solo se ven las señales dando luz verde a la locomotora que nunca se ve. O se ven las barreras bajarse para que luego pasen sonidos de chirridos y de saltos de vía. Además de mil hojas agitarse, arrastradas sobre los rieles por el paso de la nada. O quizás uno presienta al fantasma de la nueve mil uno, pasar entre diabólicas carcajadas de Belcebú. ¿O quizás, por qué no?, sean las de Natasha.

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