Malditas tus palabras y tu perfume que no se han ido contigo. Malditos que no entraron en tus valijas y bolsos cuando decidiste partir. Se han quedado pegados en las paredes, aún derribando todo hasta los cimientos no te podría quitar.
El baño conserva el vapor que te besó. Sus azulejos huelen a agua de azahar, a espuma jabonosa, a tu piel mojada y suena tu voz riendo en el espejo, burlándose de mi ansiedad tras la puerta por tenerte en mis brazos.La alfombra del cuarto rechaza mis pasos. Ella ha besado tus pies y no acepta otro peso.He cambiado el sommiers, las sábanas, la almohada, pero tu olor, como un fantasma, lo vuelve a impregnar todo. Perfume que te dio la vida, perfume que me excita, que me hace arder la boca, palpitar enloquecidas las venas del corazón, perfume que te baja por la espalda y se mezcla entre tus nalgas. Perfume que cubrió mi frente, que nos amalgamaba en nuestras pequeñas muertes.
Ese perfume está en tus prendas más íntimas, como el conjunto tan apreciado por mí, que un día tuve que aprender a coser por apurado y ha quedado colgado en la soga del patio. Ahí quedará. Yo no lo toco, sé que por las noches la luna y un grillo duermen en él. En este cuarto, donde el sol se cuela por la mañana, vibra el recuerdo tenue de tu voz. Es un sonido tan sutil, que sólo mis oídos pueden oírlo y producen en los amigos la irónica sonrisa y la palabra tan fácil: “está loco”.Sí, puede ser que esté loco, de una locura de la que no quiero escapar pues sólo así aún te tengo y aunque maldigo los perfumes y los sonidos que no te llevaste, sólo por ellos sigo vivo, aunque cada noche voy muriendo.
