El otro. Por Cristina Muñoz

El otro. Por Cristina Muñoz

Tengo presente las golpizas que recibía de mi padre. Un dolor perpetuo donde las marcas quedan en la piel. Aún más el recuerdo de mi madre,su mirada perdida, y un silencio escalofriante, el llanto al sentirse culpable de todo lo que pasaba y después el perdón que repetía sin parar. Tirada en la cama, con una botella de ginebra en sus manos. Sus dientes frágiles y su cuerpo la antesala atroz del miedo cuando escuchaba el movimiento oxidado de las bisagras de la puerta al abrirse. Era mi padre que al verla borracha la golpeaba y entre insultos le sacaba la botella de la mano y la rompía contra la mesa de luz. La
obligaba a levantarse y a prepararle la comida. Un día cuando me desperté, la encontré muerta. La vida fue una gran miseria para ella. No puedo echarle la culpa ni reprocharle nada. La extraño, se que también ella me quiso a su manera. Él le reprochaba haber tenido un hijo, siempre dejaba en claro que nunca me había querido, acusaba a mi madre de su destino y a mí me decía que no era su hijo.
No lo pensé, una mañana me fui. Ya no tenía nada que hacer, sabía que tarde o temprano el desgraciado me mataría a golpes y terminaría en algún volquete.
Fuí aprendiendo como pude. La calle me enseñó a crecer y también a defenderme. Lloré muchas veces. En las noches revolvía la basura. Me hice fuerte sin importar cómo . Supe protegerme de lo malo, en un mundo de hipócritas e ignorantes..
Mi día comenzaba muy temprano con la salida del sol, dormía por lo general en algún banco de plaza , los árboles eran mi refugio en los días de mucho calor. Esperaba el horario de los bares, donde el café con leche y medialunas se veían abundantes. Pedía permiso para entrar al baño, pocas veces me dejaban. Desde las escaleras observaba, gente bien vestida, zapatos lustrados y atache. Disimuladamente caminaba con las manos en el bolsillo y en un descuido esas cuatromedialunas pasaban a ser mías. Me corrían y hasta ladrón me llegaron a gritar. Nadie miró a ese niño sucio, abandonado, que tenía hambre.
Me gustaba mirar vidrieras, pararme frente a alguna escuela, ver a las madres de la mano con sus hijos, nunca llevé el guardapolvo limpio, si hasta los botones me faltaban…
Después me mezclaba con la gente en alguna parada de colectivo, y cuando podía subía por la puerta de atrás. Siempre y cuando el chofer no se diera cuenta. Por lo general iban repletos y todos amontonados.
Tenía la audacia de saber dónde estaba la billetera abultada o alguna cartera entreabierta. A veces se hacía difícil, pero me las rebuscaba.
Separaba lo que me servía y el resto lo dejaba en algún basural. Un día tuve suerte fue grande la recaudación y me anime a entrar a un restaurante, recuerdo que era por Villa Crespo, Corrientes y Scalabrini Ortiz, manteles blancos y servilletas muy bien planchadas y cubiertos de gran brillo, en la mesa había hasta copas. Me senté, sin mirar a nadie,
estaba lleno de gente, pero no me importo.
El mozo se me acercó, le pedí papas fritas con una milanesa a la napolitana, pan y agua mineral . Me dijo al oído.
—Disculpe joven ¿ tiene dinero para pagar lo que va a consumir ? —Por supuesto, mire.
—No, no, está bien.
Las paredes eran de ladrillo hueco. Habia retratos de Carlos Gardel, otro decía Leguizamo.
— ¡ Cómo me gustaría sentarme en una mesa como ésta todos los días. Tener un buen corte de pelo, ser alguien… Mientras tanto mi plato estaba llegando a la mesa con un olorcito envidiable .
— Buen provecho que disfrute su plato.
—Gracias. ¡Se veía enorme!, esperaba no atragantarme.
No pude levantar la vista por un solo minuto. Hasta que un hombre, se presentó frente a mí:
—Parece que hay mucho apetito.—Sí…
— ¿Puedo?
—Siéntese.
—Te pido un postre, un helado.
—¡En serio! uno de dulce de leche y chocolate.
—¿Queres algo más?
—No gracias, hace mucho que no tomo helado, me gusta.
—Me alegro, ¿Cuántos años tenés?
—Dieciséis.
—Mi hijo hoy tendría tu misma edad, Luis Alberto .
—¿Su hijo?
—Claro no te dije, Luis Alberto murió en un accidente camino a Córdoba, en un viaje de egresados.
—Uy cuánto lo siento.
—No te preocupes. ¡Mozo! un helado de dulce de leche y chocolate para el joven.
—Gracias ¿por qué hace esto?
El hombre, se quedó mirándolo varios segundos, sin contestar.
—Cuántas veces más vas a agradecerme, disfruta el postre. Apenas abriste la puerta no pude dejar de observarte, tenes un parecido… me dije: Luis Alberto ¿sabés? lo veo en todos lados, pero vos, vos tenes esa mirada, esos gestos, perdoná no quiero ser pesado.¿Estudias? que haces de tu vida. Si querés me contás, me puedo quedar con vos, todo
el tiempo y más. ¿Puedo?
—Mi madre murió hace poco y mi padre mejor no le cuento, no tengo ganas. Me fui de mi casa. Ahora vivo a los tumbos, a veces robo en los colectivos para comer, sabe, tengo hambre. ¿Cómo se llama usted ?
— Ah cierto, no me presenté. Mi nombre es Fidel ¿y el tuyo ?
—Franco.
—¿Querés algo más? pedí, esta vuelta podés pedir lo que quieras.
—Gracias, igual tengo plata.—Guárdala pibe, hoy la comida corre por mi cuenta. ¿No te da miedo robar en los colectivos? Pareces un buen chico.
—No tengo a quien pedirle.
—No se roba, tampoco se pide. Hay algo que se llama trabajo, por ese lado hay que arrancar.
— Apenas terminé la primaria.
—Voy a llamar al mozo.
El hombre abrió la billetera, pagó y dejó una buena propina.
Franco, se preguntó ¿De dónde salió este tipo? salieron juntos hasta la puerta.
— ¿Es suyo?¿Qué marca es?
—Te gusta, es importado, Juan Alberto lo manejaba, y era muy prudente.
—¡Está buenisimo!
—Vamos a dar una vuelta.
Franco no supo qué decir y en menos de segundos subió a un auto que jamás hubiese soñado. Miró con mucha atención el tablero.
—Ponete el cinturón, ya te voy a contar para qué es cada cosa, quedate
tranquilo, disfruta.
—¿A dónde vamos?
—Hasta el obelisco. Después damos la vuelta. ¿Querés conocer mi casa? no estamos lejos.
—¿Su casa?
—Me gustaría que conozcas donde mi hijo tiene sus trofeos, bueno donde dormía.
—Nunca estuve en algo así ¿es de carrera? Parece el auto de volver al futuro.
—No, este no es de carrera, ojalá fuese como el auto de volver al futuro,
podría ir al pasado y encontrarme con Luis Alberto.
—¿Vamos lejos?
Fidel le sonrió, se dió cuenta que el muchachito estaba nervioso. Franco le pidió permiso, abrió la guantera, miró los cassettes.
— ¿Cómo hago?
Le enseñó la casetera y le contó que a Luis Alberto le gustaba la música rockera, pasaba horas escuchando a Fito Paez, Charli García y que se iba a los recitales de La Renga.
— El dormitorio de Luis Alberto, está lleno de revistas de rock y de remeras, de cada recital se traía una. No sabes qué contento venía, hablaba toda la semana de lo mismo.
Llegaron a la casa, Fidel no se cansó de contarle todas las aventuras de su hijo.
—¿Vamos a entrar?
—Cómo quieras, tomás algo fresco y después te vas. Decidilo vos. En este patio Luis Alberto pasaba muchas horas, hoy me siento bien, hace tiempo que no tenía una charla con un jovencito, así como vos, me caes muy bien.
Entraron a la casa y Franco no entendía nada, todo le pareció como en un cuento. Una casa limpia, y muebles repartidos en todos lados, hasta una enorme biblioteca de pared a pared.
El hombre le contaba los momentos de felicidad que habían compartido con su esposa desde que Luis Alberto llegó a sus vidas. Franco se vio sentado una silla de pana, al borde de esa mesa laqueada mirando los cuadros colgados de Quinquela Martín.
—Quedé muy solo cuando murió Luis Alberto, la mamá no pudo superar su ausencia y al poco tiempo se fue con él. Hay muchos libros ¿te gusta leer? Luis Alberto tenía la costumbre de sentarse en ese sillón y leer.
—A veces. Cuantos trofeos.
—Son de Luis Alberto, jugaba al básquet, viajaba por todo el país.
Mirá tranquilo, mientras te preparo una limonada.
Franco se recostó en la cama, acarició el acolchado, acomodó la almohada y con un trofeo en la mano se quedó dormido.
—Tenés la limonada… Estás cansado jovencito.Recogió una manta y lo tapó, se quedó a los pies de la cama. Hasta que despertó.
—Me quedé dormido.
—Así parece jovencito, tranquilo nadie te apura, descansa es muy tarde mañana será otro día.
— ¿Entonces me quedo a dormir? ¿y en está cama?
—Claro que sí, una buena ducha no te vendrá mal.
—¿Entonces me quedo? Usted haría eso por mi.
—No tengas dudas. Te preparo las toallas, por favor a lavar bien ese cabello…
—Como diga, ya voy.
—En el placard, tenés todo lo que usaba Luis Alberto. Está todo igual, no toqué nada. Si hasta en la nariz te parecés.
Franco tomó una muda, disfrutó el agua correr en su cuerpo como nunca lo había hecho. Lo esperaba el colchón blando y las buenas noches de Fidel.
—Qué descanses muchacho.
Apagó la luz y por primera vez después de varios meses, sintió que el corazón de Luis Alberto, renacía como un regalo de Dios.
Al despertar Franco se vió entre sábanas limpias y perfumadas.
—Buen día, descansaste, jovencito
.—¿Cómo puedo hacer para agradecerle? Se cortar el pasto, barrer, hasta me animo a cocinar. Le puedo preparar una tortilla de papas.
—Quedate tranquilo, también sé cocinar. Me basta con verte acá, Luis Alberto, creo que ya te dije, lloré mucho y lloro todas las noches. Luis Alberto sería muy feliz si te viera.
—Pero yo…
—Vos qué, nada, déjame que aprenda a vivir y ser feliz otra vez.
Dejame darte una nueva esperanza, probemos. No dejes escapar esto.
Podes estudiar, tener otras oportunidades. La vida nos presentó y es por algo. ¿No te parece?Acepté la propuesta Fidel me dió todo su amor y su apoyo incondicional,
me enseñó que existe el abismo y en él una línea imaginaria, que debemos saltar. Me alejé por completo del pasado y mi vida cambió, fui a la escuela secundaria de noche, trabajé algunas horas en la oficina de Fidel, manejé el auto importado. Me gustan los cassettes de rock y a veces creo que mi nombre es Luis Alberto.

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