Avenida Corrientes. Por Juan Rouzek

Avenida Corrientes. Por Juan Rouzek

Aburrido por todos los pobres textos inyectados de post ego que rondan por mi cabeza, me detengo en el recuerdo lejano en que me digo a mi mismo:

  • no sé por qué se me da por caminar por Avenida Corrientes después de la melancolía, habiendo tantos salvavidas que me saquen de esta corriente cruel.

Horas desencajadas que hablan por mi.

  • Me alegra saber que tus escritos se ven influenciados por los míos.

Gracias pero no necesito de esa mierda.

  • Y que bueno que no liberé esa debilucha idea.

Paso por la calle Paso.
Todo cobra sentido
y a la vez nada lo tiene.

Nuevamente mis amigos me han abandonado.

¿O yo lo hice?

Un fantasma me pregunta qué ando buscando, yo no sé qué contestarle. El tiempo pierde la noción de sí mismo. Al cabo de unos minutos le digo que los monstruos van a tomar el control del mundo pero él hace como 2 horas que ya se había ido.

Travestis me miran con ojos recién estrenados mientras laburantes empapelan los carteles de las veredas con propagandas políticas. Llego a Avenida Callao ya sin palabras en mi haber. Los callos me advierten del futuro dolor y la consecuencia de mis luchas.

Paso por el súper día% pa ver si hay alguito de combustible pa mis entrañas. Compro una bebida que nunca había llevado, jugo de frambuesa y frutilla. Me provoca sensacionales alegrías que desbloquean recuerdos infantes.

Sigo esta senda que ya son como 3 kilometros de literaria caminata nocturna. Disfruto de la paz que me regala esta loca ciudad cuando los sueños se van a dormir. Converso con gente destruida, cicatrizados por la joda y las luces. De sus cuerpos se evapora la transpiración de alcohol de vinos caros y cervezas artesanales. Balbucean perdidos gritos de guerra o simplemente canciones superficiales y sus líricas literales. Yo sólo quería creer que venían de tiempos antiguos.

De la nada mi ego con brutal sinceridad pegó un grito.

  • ¡Larga vida a la poesía!

Aura de orgullo dulce de aves avejentadas de inmortal valor contrastaba entre la multitud de zombies anesteciados y sentenciados al olvido.

Mi sombra al escucharme me pegó un chirlo con una de las tantas manos que le sobran.

Una de mis tantas personalidades se quedó dormida. Las demás ni salieron del refugio.

Ya estoy llegando a la parada del 39 pero ya no sé si quiero volver a casa.

Si menciono que tengo una amiga secreta y que tengo muchas ganas de ir a visitarla y tomar mates con ella, podría arruinar esta preciosa historia de fracaso.

Pero no…

mi amiga es la noche.

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