Carta de Susana Rebequi a Marilina Ross

Carta de Susana Rebequi a Marilina Ross

Hola María, ¿cómo estás?

Quiero decirte que, en los medios, en cada entrevista o presentación, se te ve fantástica. Por mi parte, yo me salgo de mi eje, emocionada con poder expresar sentimientos que avasallan mis recuerdos.

Añoro esos tiempos en que seguía tu obra por todo lugar donde te presentabas. Ahora ya no voy, pero no quiere decir que no siga tu cuenta o evolución.

Él me hizo conocerte como cantautora porque como actriz, ya lo hacía desde esa “Piel Naranja” de Alberto Migré. Y si, era una niña… una niña adicta a las novelas tal cual lo era mi madre.

Pero con él te escuchaba, te seguía por esos conciertos en Capital y si estabas en Mar del Plata, allá íbamos. Era un deleite poder verte, notar el sentimiento de cada letra que entonabas, la pasión representada por tu impostación vocal y corporal.

Tenía apenas 18 años cuando comencé, cuando comprendí la profundidad de esas letras que terminaron haciendo mella en mi y que he tomado como “caballito de batalla” cada vez que creí que no podría continuar con alguna situación.

Los años 1983-1987, fueron cruciales, fueron los que cavaron profundo y ni te digo cuando en el Opera, te vi a tres butacas de distancia con “Cruzando las grandes aguas” o en Shamps, en la primera mesa, al lado del teclado de Malher, estábamos los dos, llorando de la emoción.

Esa misma emoción que él supo continuar porque te siguió más que yo; logro ir a la casona de la calle Honduras en Palermo a tomar mate -y yo no me animé a tanto…- quizás porque ya estaba a punto de distanciarme y no quería acumular recuerdos que nos mantuvieran en vilo. Igualmente, no fueron necesarios más, porque cada detalle que recuerdo de vos, María, me lleva a ese amor inconcluso.

Uníamos voluntades y ganas de donde fuera con tal de verte y amarnos en silencio mientras te compartíamos. Fuiste ese nexo entre los dos.

Has sido nuestro último encuentro también, la última ilusión y ese “Se puede” que caminábamos en ese entonces y mucho después, cuando decidí que debía estancar esa historia.

Hoy, siguen esos recuerdos; y esas canciones, son cicatrices que me gusta acariciar. Hoy, cuarenta años después, solo quedan los recuerdos de esos momentos y el añorar revivirlo en persona porque se que, entre los tres, saldrían nuevas letras en tu haber, tantas historias como el gordito de gafas de Puerto Pollensa o el Diego que jamás llegó a tus brazos.

María querida, agradecerte por estos recuerdos es poco. Que vivas en mi, a través de tus letras como ese amor adolescente inconcluso, es vivir. Que tu “Se puede” haya ahondado y ayudado a salir de tantos momentos complicados, que decirte…

Me quedó pendiente ese mate en la calle Honduras; quizás una charla y tararear tus temas cara a cara, un abrazo contigo o los tres.

Susy

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