Carta abierta de Annabella Rinaldi: Donde muere la luna

Carta abierta de Annabella Rinaldi: Donde muere la luna

Abrir los ojos en la mañana, sin saber dónde se está, sin saber qué hora es, sin siquiera ver si ya los rayos del sol se filtran por las ventanas.

Levantarse sin temor al sabor de la boca, al gris de las ojeras, porque se sabe que de todos modos siempre hay alguien que lo acepta.

Despreocuparse por armar la cama, porque tal vez ni siquiera se durmió sobre ella.

El café siempre esperando, si es café y con leche, mejor… celebrando.

Abrir la heladera y que no haya nada, o las sobras de la noche anterior tiradas en la mesada.

Y viendo que no ha sido limpiada, y aun así, haber podido dormir…

Recostarse en la reposera de la terraza, con sol u oculto él, qué más da, si el sol siempre está.

Y sin ocuparse por las manchas en la piel.

Respirar, sólo respirar.

Leer… ¡Cómo complace leer! ¿Quién fue capaz de escribir tamaña grandiosidad? Preguntarse.

Salir a la calle sin corpiño, aunque las tetas se acerquen a la cintura. Y descalza. ¡Qué lindo! Descalza, sintiendo que hay algo que sostiene.

Caminar hacia el río, ¡si está aquí, a tres cuadras! Y no lo sabía.

Sentarse a contemplar el agua que fluye y dejar que acompasen a los pensamientos.

No atender el teléfono, ni siquiera mirarlo. Hacer la prueba de dejarlo apagado, una hora, unas horas, un día, una vida.

Si al final, lo malo correrá enseguida.

Y mucho más rápido que lo bueno…

Sacarse la obligación de las actividades diarias para mantener la forma. Si al fin y al cabo, la forma es lo que menos importa.

Reírse de lo que otros se lamentan y llorar cuando no aman. ¡Eso! Es lo peor que puede pasar. ¡Sentir que no aman!

Aunque sepa que siempre está el Todo que acompaña.

Emprender la aventura de pasar un tiempo en una comunidad hippie. En la que se haga una fogata cada noche. ¡Eso fue siempre una intriga!

O dedicar todo el tiempo a ayudar a los que más necesiten, sin que nadie lo sepa.

Terminar el día en un bar. Bebiendo con amigos. Subiendo al escenario aun cuando los músicos se hayan ido y cantar… cantar lo que salga… sin importar el valor que le den los otros.

Y donde muere la luna, dejarse llevar… por él hasta la casa.

Y amanecer con él al lado, aun sin saber cómo se llama…

                                                                                                   …”despertar al nuevo día,

                                                                                             juntos, riendo, despeinados”.

                                                                                                                        Julio Cortázar

                                                                                                       “Después de las fiestas”

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