La sociedad argentina parece no querer suicidarse, por más que se la convoque a hacerlo, desde las usinas libertarias. La libertad, no puede implicar la destrucción de todos los pactos, los derechos adquiridos, los consensos, los puentes, la paz, la solidaridad; que los argentinos hemos suscripto, tanto tácita como explícitamente.
Cuando se plantean cosas tan extremas, como un cambio de moneda, es decir, dejar de emitir el peso y hacer circular el dólar, siendo que una mayoría no tiene acceso a su uso como transacción o reserva de valor. O bien, se propone livianamente tener que pagar por la educación y la salud, mediante “bouchers”, cuando es un derecho adquirido de todos los argentinos, que sean gratuitas. O que las personas puedan armarse y tener que afrontar el riesgo y la violencia que supone poner su vida en peligro por defenderse frente a un delito. O que el Estado deje de garantizar el trasplante de órganos, en caso de necesitarlo, eliminando el INCUCAI. La lista no es exhaustiva, pero ejemplifica los acuerdos que ha forjado la comunidad argentina y que las huestes libertarias proponen eliminar.
Esa incertidumbre que los Libertarios les proponen a los argentinos, son principios del liberalismo, que puede sonar románticos, pero que para el hombre común implicaría quedarse, de un día para el otro, sin las estructuras que organizan la vida comunitaria.
Aquel planteo de “vivir en la incertidumbre y disfrutarla” dicho por Esteban Bullrich; es un planteo elitista, que solo puede ser “aceptado” por gente que “tiene todo resuelto”, que ocupa una posición de privilegio en la sociedad, como es el caso de “un Bullrich” en este país. Que se asemeja al concepto liberal de “libre empresa” o “capital de riesgo”, planteo ideológico por el cual un empresario tiene que asumir como parte de su rol en la sociedad. Sin embargo, el gran empresario argentino nunca asume ese riesgo, ejemplos sobran, empezando por M. Macri, que siempre vivió del los contratos con el Estado o como cuando estatizaron la deuda privada en el año 80´, cuando Cavallo era presidente del Banco Central de la Dictadura y Melconian parte de su equipo.
Incluso este concepto, se quiso equiparar al del “emprendedor” o el dicho “a mí el Estado no me da nada”. Esta es una realidad que muchas personas viven a diario, como las que trabajan a través de las plataformas, de “delivery” por ejemplo; pero esa situación de precariedad no solo les genera “incertidumbre”, sino que les causa, también, precariedad social, restricción de derechos y sobre todo angustia a fin de mes.
Sin embargo, el hombre común, la mujer trabajadora, los empleados de clase media, los profesionales, los de la “Economía popular”, incluso los micro empresarios o las propias Pymes; viven en una estructura, con ciertos derechos, laborales, sociales, reglas fiscales o comunitarias, que no están dispuestos a perder.
Esto parece haber prevalecido, en la decisión de las últimas elecciones. Una mayoría ha valorado, los derechos, los lazos comunitarios, de la salud y educación públicas y gratuita. o no estar dispuesta a perder los subsidios a los servicios públicos, de Luz, agua, gas, cloacas, transporte públicos, y tener que pagar tarifas exorbitantes, como sucedió en el Gobierno de Macri. Ni tampoco volver al pasado Menemista, de privatizaciones, de los fondos de pensión jubilatorios, de empresas paradigmáticas como YPF y Aerolíneas o volver a cerrar ramales Ferroviarios.
Esa mayoría parece haber entendido, que no se puede romper, tampoco, el “pacto democrático” de los derechos Humanos, la soberanía en Malvinas o el respecto a todas las religiones.
En suma, la sociedad argentina, parece ser más proclive a mantener los pactos ciudadanos, los puentes y acuerdos comunitarios, frente a las profecías de la libertad como un absoluto, que nos ponen frente al precipicio.
