Punta Indio. Por Mariana Bucich

Punta Indio. Por Mariana Bucich

Recuerdo ese olor como si fuera hoy, ahora y en este instante, que lo huelo por primera vez. Recuerdo esa claridad en ese día diáfano. El aire cargado de aire. Puro y limpio.

Recuerdo el viaje de ida hacia aquel lugar que era cercano, pero que a la vez, y con lo que iba viendo en el andar, mi mente se terminó desconcertando, entonces me quedé absorto, creyendo ir por algún camino rural del norte argentino, pero sin montañas. Era tan raro…

Yo tendría unos veintitantos años, poco menos que la mitad de mi edad actual cuando lo descubrí.

Era un pueblo que no era pueblo, al menos no se asemejaba al común de los demás de la provincia de Buenos Aires.

Sin plaza central, sin asfalto ni empedrado. Sin Bancos, ni municipalidad ya que la delegación era una vieja estación de combustible, y en dónde la iglesia era una pequeña capilla en una estancia. Fue ésta lo primero que hubo, y luego fue quedando rodeada por el incipiente caserío.

Íbamos en mi auto, una mañana de Domingo con Julián, la pareja de Ethel, amiga de la que, por entonces, era mi mujer.

Julián me había hablado decena de veces de este lugar, en que en él, y durante su infancia, había pasado largos veranos en familia, en la casa de su abuelo. Y en el que había sido feliz.

Todos sus relatos continuaban incluso en aquel viaje por la vieja ruta provincial N°11 de conchilla. El camino era subyugante en aquel tiempo, allá por la década del noventa. La ruta recorría serpenteante y rústica la zona mientras cruzábamos puentes sobre arroyos, entre campos vírgenes de pastizales y monte nativo que por momentos era tan denso que se cerraba como túnel vegetal, verde y reparador.

Mi estrés citadino comenzó a ceder en un partido que luego perdería por goleada ante la reparadora paz y el oxígeno.

La naturaleza se mostraba con la belleza de su vestido primitivo. Aquel que habían disfrutado los Querandíes en otros tiempos ya pasados, y vividos antes de este presente colonizado, europeizado, y modificado.

Volviendo a aquel domingo y al primer viaje; pasaron tres horas cuando divisé un letrero vial corroído que anunciaba nuestro destino, habíamos llegado.

Entonces sentí que entrábamos a otro mundo, a otro tiempo como detenido…

Y conocí al “fin” Punta Indio.

Y me enamoré.

Éste principio de amor correspondido que ya lleva casi treinta años y que, más que nunca continúa vivo.

Porque no es igual a nada por mi conocido, porque hasta parece que me estaba esperando para hacernos íntimos.

Este pedazo de tierra en esta tierra, se incrustó en mí de tal manera que echó raíces esa primavera. En un pedazo de mi corazón a pura pampa, cardo, bosque, y playa. A puro aire y canción de pájaro. A pura paz y naturaleza de esa que no es vulgar, sino que, “del reino del verde sería realeza, reina o princesa”.

Corresponsal: Mariano Bucich, desde Punta Indio, Buenos Aires, Argentina

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