Políticos. Por Mireia Gallego Verdejo

Políticos. Por Mireia Gallego Verdejo

Hace bastantes décadas, cuando las sociedades vivían azotadas bajo el yugo de la miseria y el analfabetismo, la política estaba en manos de aquellos que en principio disponían de más conocimientos y poder. Ese hecho no constituye un motivo para vanagloriarnos pues de todos es sabido que algunos optaron por políticas totalitaristas y dictatoriales, pero incluso entre aquellos que ganaban a fuerza de discursos populistas, mostraron al menos un profundo saber sobre cómo hablar en público o cómo persuadir a las masas. Es un don para unos y una disciplina aprendida para otros.

Efectivamente, el derecho a la educación superior estaba reservado a unas cuantas familias de ilustre apellido que perpetuaban un legado heredado de antepasados que igualmente habían ocupado esos mismos cargos de poder. Así, la muchedumbre oprimida por la escasez de oportunidades y el inmoral trabajo de sol a sol, aceptó sin condiciones que los mismos que les pagaban sus míseros salarios fueran los que les dieran lecciones sobre cómo debían vivir en sociedad o qué leyes les regían.

La alfabetización de las clases populares y el acceso gratuito a la educación es lo que realmente marcó el punto de inflexión en la política mundial, llegando a su culmen con el acceso de esos hombres y mujeres a los cargos de poder ostentados hasta ese momento por unos pocos privilegiados. Las diferentes revoluciones en los ámbitos laborales o sociales promovidos por el pensamiento libre y crítico, permitieron que nadie capara de nuevo el derecho universal para acceder a una educación de calidad y gratuita.

No obstante, llevamos varias décadas en las que el pueblo está muy por encima de los políticos que los gobiernan. Ya no nos rigen los que tienen mayor capacidad de liderazgo ni los que presumen de mejores ideas para desarrollar nuevas sociedades sino aquellos escogidos a dedo o recolocados por interés. Nuestros hijos, algunos con mayores conocimientos técnicos y con una mejor preparación en idiomas, contemplan atónitos como quienes encabezan su gobierno no les superan en nada, perdiendo el interés por sus gobernantes y por una administración tediosa y alejada de las necesidades de sus votantes. Nuestros dirigentes que otrora lucharon para ocupar el poder que les había sido negado, ahora se emborrachaban del mismo mal que devoraba a sus predecesores, mayores cotas de poder y riqueza.

Hemos pasado del gobierno de los privilegiados a los mandatarios mediocres designados a dedo. No hablo de ningún país en particular sino de una apreciación cada vez más generalizada de las políticas mundiales, inamovibles y poco efectivas que son incapaces de dar respuesta a los grandes temas que deberán ser abordados en los próximos años.

Las banderas, las lenguas, las fronteras o nuestras singularidades frente a otros, siguen siendo herramientas poderosas para distraer a la muchedumbre electoral de los retos que nos acechan y que nos arrollarán si no nos anticipamos. Necesitamos que nos tracen un punto de partida para saber dónde queremos llegar y cómo, pero sobre todo precisamos de nuevos liderazgos que encabecen políticas innovadoras sin que la máquina de partido ni el egocentrismo patológico de sus gobernantes eclipsen el servicio público al que juraron fidelidad.

Mireia Gallego

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