Orgullo. Por Pablo Funes

Orgullo. Por Pablo Funes

No debería haber razón o causa alguna
para levantar cualquier bandera
enarbolando orgullo
ni motivo o circunstancia por la cual embanderarse
y declamar y proclamarse y sentirse así, orgulloso.
¿Enorgullecerse de qué?
¿De querer ser, vivir, amar?
¿De transitar el breve tiempo que nos toca
siguiendo el dictado de la mente, el corazón,
el cuerpo, el alma y el sentir,
cuando esa revelación atañe solamente
a quien frente a sí mismo
tan solo a sí mismo se ve;
a ese uno mismo al cual
no renunciar, no traicionar
y, simplemente, serle fiel?

Decimos que el orgullo es rebelarse.
Rebelarse a tantas cosas.
Es enfrentar desvergonzadamente
al estigma de vergüenza.
Y a poner en claro lo que, en verdad, es vergonzoso.
Lo que avergüenza es engañarse y engañar.
Mentir, robar,
dañar, herir.
¡Matar!
Vergonzante es todo aquel indiferente
al dolor de los demás.
Vergonzosa es la falta de empatía ante el más débil.
La vergüenza solamente envuelve a quien señala,
a quien juzga, pone sellos en la frente,
a quien segrega, sesga,
invisibiliza empujando al closet, al silencio.
Y la vergüenza desnuda a quien persigue,
a quien apenas arropado de jirones
de sí mismo avanza atropellando
y pisoteando el derecho natural a ser feliz
y yendo a más:
negando al otro el derecho natural a existir
y ser tal como lo siente y como es.

Vergüenza da no permitirse coexistir.

¡Qué vergüenza dan aquellos que se arrogan
el poder de decidir lo que está mal,
lo que está bien en el sentir de cada uno,
en lo inobjetable de su universo singular!

¿De qué moral se jactan
cuando con rancia intolerancia
lanzan a la hoguera,
al inframundo,
a todo aquel, aquella, aquelle
que no hace más que intentar florecer
en su matiz?
¿Qué directriz distinta a esta intención
determinaría la elección de un mundo
del cual hacerse dueño;
la opción honesta de un camino personal
detrás de un sueño,
en su propio -intransferible- viaje
a transitar?

¿A quién debería importarle lo sexual,
si se es homo, lesbi, trans, bi, tri, poli
o hétero o célibe o cualquier otra elección
en un matiz que no define
lo que realmente importa y traza
a la raza humana
y a su humana condición?

Lo único que importa es tu acción
-o tu inacción- en relación a los demás.
Respecto a mí:
que no me claves un puñal
al dar mi espalda;
que no traiciones mi confianza;
que no profanes mi casa al invitarte
(que no profanes mi casa en lo absoluto).
Que no persigas daño, que no hieras.
Que no vayas contra el único orden natural
sagrado, inalterable, a respetar:
la libertad.
Que no naturalices la injusticia.
Que no te enorgullezca tu bandera de codicia.

Sé que mi retórica se liga a la utopía.
Y que lo utópico sería no ensalzar ningún orgullo:
que nada fuerce a nadie a alzar su voz
para preservar lo propio de su vida; lo que es suyo.
Intuyo -y más- que aún nos rigen los resabios
de una realidad distópica
y una visión del mundo miope,
cuya lógica constante de no ver
hace imprescindible, ineludible
hacerse oír, notar,
y recordar que en esta instancia breve
de tiempo y espacio a recorrer
todavía hay que luchar en pos de ser.
Y que aún sigue siendo urgente, necesario,
elevar a viva voz la prosa,
llenar de vivos colores la bandera,
enarbolarla
y hacerla flamear a cuatro vientos,
orgullosa.