“Me gusta tensar el lenguaje”

“Me gusta tensar el lenguaje”

El escritor argentino Pedro Mairal habla en esta entrevista sobre su último libro, La uruguaya, y cuenta cómo consigue mezclar lo bajo y lo sublime sin perder elegancia.

El título nunca hace a la obra. Eso Pedro Mairal lo sabe bien. Si no, no hubiera habido forma alguna en que el primer libro que agarró de la biblioteca de sus padres y leyó de la primera a la última hoja lo hubiese marcado como lo hizo. Para siempre. Se llama Mancha y Gato, aunque en su idioma original es mucho más poético: De la Cruz del Sur a la Estrella Polar. Es la travesía de un hombre suizo nacionalizado argentino que decidió ir a caballo, a dos caballos, uno de pelaje overo (Mancha) y el otro gateado (Gato), desde Buenos Aires hasta Nueva York.

Ese fue un momento inicial. Después vino un segundo, cuando tenía 17 años y arrancó con los clásicos de la literatura, los abuelos: Julio CortázarGabriel García Márquez, Ernesto Sabato, las obras completas de Jorge Luis Borges. No fue el definitivo. Le siguió uno crucial: el de la lectura de sus contemporáneos. Washington Cucurto, Fabián Casas. Ellos lo animaron a escribir.

Su iniciación como escritor que publica fue con Tigre como los pájaros, un libro de poemas de 1996. Después vinieron el consagrado por el Premio Clarín de Novela Una noche con Sabrina LoveHoy tempranoConsumidor finalPornosonetos, bajo el pseudónimo de Ramón Paz, El año del desiertoSalvatierraEl gran surubí, escrito en sonetos y con ilustraciones de Jorge González, El equilibrio, El subrayador, Maniobras de evasión, una recopilación de ensayos, y La uruguaya, el libro que presenta ahora.

Es una novela muy actual, ¿cuánto tardaste en escribirla?

La gente está sorprendida. El libro lo empecé en septiembre y escribí un capítulo por semana. Son once, lo terminé casi a fines de diciembre. Hay muchos temas actuales. Está el cepo, eso de irte de viaje a Uruguay. Lo más al borde del tiempo fue el infarto de Hernán Casciari. La novela estaba escrita y se infartó en enero y me dije: “Lo voy a meter”. Sí, el libro tiene cosas muy actuales. Pero el cepo desgraciadamente es una más de las cosas típicas argentinas. La gente pasó por el Rodrigazo, por el Corralito de Cavallo, ahora el cepo. Cambia de nombre pero son cosas que alteran mucho el avispero de la economía familiar. Y va a seguir pasando, la Argentina es muy cíclica. Por eso un poco lo explico como si hubiera pasado más tiempo. A mí me gusta hablar del presente como si hubiera pasado mucho tiempo, para volverlo medio extraño. Y es importante no confundir la actualidad con la época. Si escribís sobre actualidad, vas a durar una semana. Es el fenómeno de época lo que perdura. Ahí sí podés hacer algo que resiste. La actualidad es una máquina de picar carne. Cuando escribís ficción, tenés que tener cuidado.

¿Por qué recurriste a la primera persona?

Está un poco en primera y un poco en segunda. Hay un tono confesional. Es una larga confesión, me gustaba meterme en ese tono de lo inconfesable. Una amiga me dijo algo que me quedó grabado: el tipo habla dormido una vez y parece que en verdad nunca dejara de hacerlo. Tiene mucha falta de filtro. Pero hay momentos en que la segunda persona parece desaparecer. Y no se sabe si lo dice o lo está pensando.

¿Tenés que resolver todas estas cuestiones en tu cabeza a la hora de escribir?

No sé. Por momentos pensaba que el tipo estaba escribiendo. En una parte habla del acto de escribir, cuando describe a Guerra. Pero él nunca dice: “Estoy acá, sentado, escribiendo”. Hay una especie de loop de ese día que está tratando de reconstruir, de ampliar. Es un estado medio cerebral. Un poco el tono lo tenía bastante ensayado por haber escrito no ficción. Durante años escribí columnas para el diario Perfil y después tenía las entradas en los blogs, que empezaron en 2005. Era un tono que le bajaba un cambio a lo literario. No tenía esa pretensión. Escribía muy suelto, no había previsión de hacer gran literatura y provocaba textos muy vivos. Quería hacer algo medio lírico, medio poético, como en la parte en que hablo de los médicos. Quería explotar para romper las palabras, jugar con el lenguaje. Y también, como tiene un tono coloquial, quería ser vulgar y directo.

¿Cómo conseguís escribir palabras burdas y que no hagan ruido?

¿Por la parte de “porongas” doctas me decís? Justamente se puede porque pongo doctas al lado. Ya lo había practicado en los pornosonetos. Lo berreta, lo vulgar lo linkeás con lo culto y se sacan chispas. Es algo posible, creíble, no te lleva a un tono de puteada guaranga, es directo y crudo. Son intentos que hago. Esos momentitos tienen algo de poemas, de ensayos, de stand up. Me gusta tensar el lenguaje hacia esas zonas. Me gusta que la historia pida el tono que necesita. Cuando el protagonista se emborracha, el lenguaje se vuelve una especie de remolino de palabras, porque lo pide así la historia. Me gusta tener distintos estilos posibles a mano, ensayados. Pero cómo salen, cómo se combinan, no lo sé.

En el momento de la escritura, ¿se prueban muchos verbos, muchos adjetivos?

Estas cosas suelen ser como un rollo que sale. Son rachas de escritura. Yo lo que hice con este libro fue en general madrugar; me levantaba a las 6 y escribía hasta las 8 que se levantaba mi hija. Después puedo escribir pero no me concentro tanto. Corrijo. Escribo del 1 al 10, vuelvo hacia atrás al 5 y escribo hasta el 15. Tengo que volver para avanzar. Lo que tienen las novelas, que no las escribís en un solo día, es ese algo que tenés que plancharlo, retomar el tono en que venías. No sé bien dónde corto, hasta dónde llego, hasta dónde me da la cabeza. No escribo mucho de corrido, el único capitulo que escribí de una sentada fue el último. Que fue como un revolcón. En los demás meto diálogo, que es un cambio de registro fuerte, momentos de teatrito donde los personajes actúan, y así eso se puede ir ensamblando. En cuanto a la estructura, los capítulos del arranque son temáticos: el primero es la relación con su esposa, el segundo cómo la conoce a Guerra, el tercero es el hijo y el cuarto es la plata. Ahí hay un acercamiento a la escritura un poco sistemático. Algo de ensayo, de exploración de un tema. Después aparece la chica y se vuelve más acción.

¿Hay un esquema previo?

Yo sabía que pasaba en un día. Lo que hago para escribir es una especie de índice: se despierta, Buquebus, ómnibus a Colonia, la avenida 18 de julio. Agarro un papel y armo esa lista. Que sucediera en un día me dio soltura. Es el lugar al que debía volver. El límite que daba libertad. Para mí el relato de esas 24 horas me daba la base, me mantenía dentro del relato minucioso de qué paso. Con esa estructura podía ir para atrás en el tiempo y también para adelante. Eso aprieta el texto, lo vuelve inquietante. Lo tensa. Y permite la disgresión. Esa es la estructura y es lo más difícil de corregir, de cambiar. Cuando un texto fue escrito sin pensar ese esqueleto invisible, es muy difícil de corregir. Hay que empezar de nuevo.

Pero muchas cosas se fueron armando a medida que avanzaba la historia, que iba formando sus propias reglas. Empezás a jugar y armás normas que tenés que obedecer. Si no hay que corregir hacia atrás. Por ejemplo: si decís que una persona tiene algo en la cartera, un hipopótamo de piedra, algo tiene que suceder con eso, no te podés olvidar. Ojo, un texto lleno de cosas gratuitas, de trampas, puede ser algo muy gracioso también. Alguien con un arma encima todo el libro y que nunca hace nada. Uno no tiene todo pensado, hay momentos en que la forma va dialogando. Me pasa mucho con los sonetos. La forma me dice que Uruguay rime con Jamiroquai. Nunca lo hubiera puesto si no fuera porque la forma me lo sopló al oído. Hay que tener apertura en el momento creativo, no querer controlar todo. En la escritura hay algo de sonambulismo. Es difícil teorizar sobre esto porque es medio intuitivo.

¿Esta historia hubiera podido no ser una novela?

Muy pocas veces me paso que empecé con un género y pasé a otro. Me paso una vez, con El Gran Suribí. Quería escribir en narrativa la historia de un tipo que se estaba divorciando y jugaba al fútbol con los amigos y lo reclutan para pescar surubíes. Pero la narrativa tiene algo que te obliga a explicar mucho, un trasfondo social. Y no me salía. Entonces probé el soneto para ver cómo sonaba y funcionó. La economía de la poesía libera. Es una especie de apertura. La poesía además te mete en un tono épico enseguida. La uruguaya en otro género no sé si se hubiera podido ser. Esto es lo que es. Se podría resumir en una frase: un tipo viaja a Uruguay a buscar dólares y a encontrarse con una chica uruguaya. A los textos así, que además son de movimiento, de viaje, medio road movie, no hay que pedirles mucho más. Yo les meto todo lo que puedo. No quiero ser pretencioso, no quiero hacer una novela total. Ya con El año del desierto cubrí mi cuota.

El protagonista tiene algo que llama “tribuna contraria”.  ¿Qué es? ¿Te afecta a vos?

La tribuna contraria es ese “no vas a poder”, “no tenés aguante”, “para qupe escribís”, “otra vez lo mismo”. Puede ser feroz, pero no tenés que dejar que gane aunque lo hace muchas veces. Yo me voy agarrando de las palabras para no caerme. Es una especie de energía cerebral. Cuanto más claro tengo el tono del libro menos ruido me hace todo. Yo estaba muy seguro del tono, por eso me permito ir para todos los lugares que quiero. Pero tengo mi tribuna contraria, que es mucho más fuerte cuando no escribo.

De una idea que se hace libro, ¿cuántas no?

Es raro que me siente a escribir algo muy largo y que no salga. Si en la página 30 no va, lo dejo. Y sí, me pasa. También me pasa mucho que una historia se me vuelve demasiado. Quiero meter muchas cosas que hace tiempo tengo en la cabeza. De golpe se desfonda de tanto. Se rompe. Eso me suele pasar. Pero no son escrituras muy largas. Me aburro, me pasa algo y lo abandono. Para que me siente a escribir algo de más de cien páginas, tengo que tener una historia muy fuerte que me lleve a mí para adelante. Una fuerza externa. Un deseo en la historia al que yo también quiero llegar. Eso me permite escribir cosas largas.

Yo manejo con comodidad los géneros breves: el poema, el cuento, con eso me manejo mejor, soy bastante vago, me da fiaca. Me disperso, me distraigo. Me pongo a hacer una canción, un poema, me piden una columna, me desvío mucho.

¿Y te trabás?

Con esta historia no me trabé, pero con otras sí. Y cuando lo hago, por ejemplo, me pongo a escribir otra cosa, un soneto, para que me destrabe. Es muy placentero tener una historia en la cabeza, es como un imán en el que se te pega todo lo que te sirve. Porque estás en alerta todo el tiempo. Cuando estaba escribiendo Una noche con Sabrina Love al protagonista le hacen un tajo en la cabeza y va al hospital y el tipo que lo cose se pone a cantar un tango que se llama Cicatrices, que yo escuché en un viaje en taxi.

Fuente: CdL

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