La crueldad de tu partida. Por Gustavo Chiachio

La crueldad de tu partida. Por Gustavo Chiachio

Mi libro está en silencio. No tuvo otra manera de estar. Quedó quieto en el estante. Esperando tú segunda lectura. La lectura profunda, de esas que se hacen con lápiz en mano, marcando frases que suenan lindas. Una lectura que nos permita hablar con mayor propiedad en foros domésticos, grupos de amigos y desprevenidos.
Que permita recomendarlo.
— ¡Dale léelo, es un buen libro! Tiene desajustes, pero es bueno. Te lo recomiendo.
Tenías esa virtud de leerlo de noche, cuando el sueño lanza su ataque feroz contra los ojos. El silencio del libro no es exclusivo de este libro en particular. Todos los libros están en silencio hasta que alguien le pone una voz. Una voz en palabras al aire o voces silenciosas o voces del pensamiento.
Desde el día en que te fuiste el silencio se complica y el libro está mudo. Tiene un aspecto que señala que está acostumbrándose a estar solo y en silencio. Hasta podría decir que es un ser silencioso, o un objeto silencioso. Eso está en discusión de si es un ser o un objeto. Que es muy distinto a estar en silencio. El ser silencioso implica un destino, una meta alcanzada o al menos ser puesto en esa meta. ¿Y si nadie lo agarra y le pone una nueva voz? Pregunta perturbadora, hasta destructiva.
Espero verte en algún momento, aunque lo dudo.
Espero que el libro, mi libro, nuestro libro tome otra vida. El libro es de aquellos
que lo leen. El libro se despide del autor, le da un abrazo y le dice gracias por todo.
Por ahora tiene la vida de la mayor parte de los libros que es la espera. Son grandes
pacientes. Esperan antes de ser libro, pasan por las manos de gente que ni siquiera
le interesa ese libro. Con suerte, en estantes de librerías siguen esperando. En manos
extrañas siguen esperando los tiempos de lectura. Esos tiempos lindos al sol de otoño
o primavera, o el que quieras; o por las noches, es lo mismo. Mi libro pasó a extrañarte, a sentir esa pena de tu partida. A su manera me pregunta cuando vendrás.
No sé qué decirle, no puedo responderle nada ingenioso. Desconozco el destino de
tu partida, por eso no se me ocurre responderle nada. Ni una mentira. Hace unos días
lo vi en aquel estante, lo abrí en esa hoja doblada que fueron cinco. Una costumbre
que no comparto. Doblar las hojas no me parece de buen gusto. Le quedó tu olor.
Todos tenemos un olor. Es nuestra marca animal. Nos olfateamos como perros cultos.

Al abrazar, nos olemos, al saludar nos olemos, al caminar nos olemos también. Todo
con mucho disimulo. Algo no me huele bien de tu partida. Vaya metáfora. Me huele
que no estás pudiendo volver. Algo te lo impide. Te aseguro que sólo corrí el libro
para que no quede tan aislado de los otros que tenías. Descubrí en los otros libros
más hojas dobladas y lápices negros adentro. Varios lápices gastados, mordidos y
sin pintura; obra de una niña de escuela primaria. Eran pequeños por su propia
naturaleza; o por haberle sacado punta hasta convertirlos en nuevos enanos; o
masticados con marcas de premolares en la madera. Otros fueron desprolijamente
partidos en dos; como para tener más. Tu pensamiento era lúdico, desfachatado,
irreverente; hasta violento como el de una niña que no dejan salir a la vereda a jugar.
Romper un lápiz por la mitad es enfrentarse a la realidad de algo único. Un lápiz es
una pieza única que no admite ser dividida; hasta que apareciste vos y con fuerza
venciste la realidad esquiva de un lápiz negro. Te sometiste al reto, a la mirada que
sanciona.
Cuando levanté mi libro, tu libro, quedó la marca del polvo de la casa en el
estante. Ese polvo que vamos respirando sin darnos cuenta; sin saber de su
peligrosidad, con ácaros que no elijen a quién y con quién se va. Esa picazón de nariz,
ese fastidio; el agua que baja por los agujeros de la nariz, maldita alergia. Alergia y
alegría son palabras hermanas, pero de distinto padre o madre, no importa. Una letra
corrida trae estornudos o sonrisas. Como mi libro, tu libro, nuestro libro, que te espera
aún en el estante.

Gustavo Chiachio es autor del libro “No seas maricón”

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