La casa de Ángela en José Mármol

La casa de Ángela en José Mármol

Meto la mano en el bolsillo izquierdo de mi blazer azul. Entre restos de palitos salados, machetes de la última prueba de Historia y algún chicle desagradable pegado del lado de adentro de la tela, encuentro las llaves de casa. Antes de abrir la puerta mis sentidos se conmueven por un aroma que aún siento, que es imposible olvidar. Camino por el pasillo hacia la cocina y el vapor inunda mi trayecto, escucho el ruido de cacerolas maridado con las voces de mi vieja y de Angela que entre cebollita de verdeo, zapallo, batata y choclo están a punto de estrenar el “caldo” nuestro de cada día.

Angela fue mi segunda mamá. Una fortachona entrerriana, descendiente de alemanes, que detrás de sus ojos hermosos, vidriosos, dejaba traslucir todas las emociones. Transparente, incansablemente trabajadora, ayudaba en mi casa y siempre, pero siempre tenía tiempo para jugar conmigo. A la guerra de almohadas por las mañanas, a la escondida por toda la casa, con el repasador en la cocina y hasta con la pelota en el parque. Angela era quién me defendía ante las “viejas” que venían a tocar timbre para increpar a mi madre para quejarse a viva voz de mi andar temerario con la bicicleta por las veredas de José Mármol.

Esos mediodías almorzando con mi vieja, con mi hermana Paula y con Mirtha Legrand. Y yo sólo no cambiaba de canal por amor a Angela que, en contrapartida, se reía a carcajadas de mis comentarios críticos hacia la Chiqui.

Angela era paz y ternura, hogar y tranquilidad, fuerza y honestidad. ¡Cuánto la extraño aún hoy! De esos seres que nos marcaron, acompañaron y dejaron huella profunda en nuestra vida.

Recién a mis casi treinta años cuando me fui de mi casa materna, ella, ya jubilada, extenuada, pero fiel como pocas, decidió también ponerle punto final a su labor en Sáenz Peña 660. Pocos años después dicen que murió. Yo elijo creer que la volveré a encontrar en algún lugar, allí donde reine el aroma a “caldo” inconfundible y donde el abrazo más verdadero me esté esperando, entre el tender de la ropa y el sauce llorón, cerquita del quincho de aquella casa.

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