Gladys (Otoño 2014). Por Edna Clarisa Rodríguez

Gladys (Otoño 2014). Por Edna Clarisa Rodríguez

– ¿Qué pesado está no? Vos estás bárbara (yo tenía una musculosa, ella una camisa de manga larga y encima un saco rojo furioso).

Tomada por sorpresa, porque tres minutos atrás me encontraba llorando desconsoladamente, la miré y me saqué los auriculares para escucharla.

– Y sí, como vuelvo de noche, prefiero salir abrigada e ir sacándome ropa, a engriparme. Durante años salí súper temprano de mi casa; siempre me gustó tomar el desayuno a la hora que se me cantara, pero no podía hacerlo, ahora sí claro. Me levantaba a las 5, y cinco y media cuando todos aún dormían, salía para la casa de mi hija. A las seis y media le tocaba el timbre y me quedaba hasta la tarde cuidando a mis nietos, para que ella pudiera ir a trabajar. Y sí, en la medida de lo posible, siempre que se pueda, uno ayuda a sus hijos. Mi nieto dice que le resuelvo los problemas. Y yo… yo soy una vieja independiente; no de la tercera edad, porque me quedé en la segunda y media!

Yo la miraba embobada, aún sin terminar de salir de mi nube triste, de la cual había sido arrebatada para caer en una  conversación bizarra, alegre y fugaz.

– Soy diseñadora, ahora jubilada, pero trabajé en eso muchos años. Estoy yendo para mi curso de computación, curso cuarto año. No utilizo Facebook, ni mail, ni twitter, ni nada de eso, pero me comí todo Windows y paquete Excel. Ahora soy rapidísima en la computadora, yo me doy cuenta, como cuando uno aprende las palabras, que entonces después escribir, sale solo.

Mis acotaciones, breves, brevísimas, daban rienda suelta a su entusiasmo. La escuchaba ahora, embelesada.

– ¿Así que sos música? Ahhhh, me encanta, soy adicta. ¿Percusión y qué? Ah, percusión y canto, qué lindo. Bueno a ver a ver, anotá mi número, así, por cualquier cosa que necesites. Puedo darte una manito si tenés algún show, para elegir la pilcha que vas a ponerte. Dale dale anotá. Si no estoy en casa, te va a saltar un contestador en inglés, pero ahí dejás mensaje y yo después lo escucho. ¿Bueno y vos, tenés un numerito para pasarme? No, no tengo nada para anotar, pero no importa tengo muy buena memoria.

Le pasé mi número, el cual repitió varias veces, incluso antes de bajarse, a la perfección.

– ¿Tu nombre? Ah bien, yo soy Gladys.

Tenía unos ojos profundos de color azul y el pelo rubio. De joven debe haber sido preciosa pensé, porque de grande, bajo las arrugas, lo sigue siendo.

Y ya bajando los escalones de la puerta del medio del colectivo  me dijo:

– Vos llamame, porque a veces se me cambia un numerito y ya no puedo encontrarte. Un gustazo querida, y ya sabés, para lo que necesites, llamame.

Y me quedé ahí en el asiento, sonriendo y preguntándome si se habría dado cuenta de que unos minutos antes de que me hablara, yo lloraba; de que su ola de luz, decidida y con brío, me devolvió el metálico olor a lluvia sobre el pavimento, la placentera sensación húmeda de las gotitas chispeantes sobre la cara, el color verde y amarillento del otoño… eso que algunos llaman ganas de vivir, que por momentos se nos escapa… y así bajé del colectivo, caminando de nuevo, con paso triste pero intenso, y convencida, de que la magia está en el aire.

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