El fantasma del puente viejo. Por Mariano Bucich

El fantasma del puente viejo. Por Mariano Bucich

Martín era un pibe que vivía en Banfield oeste. En el Banfield de antaño, de los años ochenta. Como cada persona que vivía del lado oeste, cruzar las vías del tren Roca en la estación Banfield y alrededores, para él era algo diario y muchas veces lo hacía solo. Cuando la madre lo mandaba a hacer compras al centro comercial de la avenida Maipú, él cruzaba por el túnel de la estación de trenes que une la misma con la calle French. Cuando había partido en la cancha, él cruzaba por la barrera de Larroque, o a veces por el paso a nivel de la curva de Martín Capello, y luego de cruzarlo, continuaba caminando por Medrano o Peña hasta Arenales para ir al Florencio Sola.

Si tenía que ir al club Country, cruzaba por la barrera de Vieytes. Pero si el partido de fulbito se hacía en el “club del Niño”, como se jugaban muchas tardes después de salir de clases de la escuela n°31, cruzaba por el puente viejo que unía ambos lados, desde Rodríguez Peña hasta Talcahuano y la placita de la Estación, luego doblando la esquina de Vergara, llegaba hasta la canchita del club del Niño frente a la sede del Club Atlético Banfield.

Este puente tenía cerradas las entradas. Estaba clausurado, estaba anulado, pero todos los pibes, al ser flaquitos probaban pasar su cabeza entre los barrotes verticales hasta encontrar el hueco por el que les pasara. Luego, el cuerpo pasaba de costado lo más bien.

Así todos pasaban igual por el viejo puente sinónimo de aventura asegurada. El solo hecho de cruzarlo le causaba a Martín, escalofríos. Es que el puente abandonado estaba muy deteriorado, con agujeros en el piso por los cuales se veían pasar los trenes y si por accidente alguno pisaba en el hueco, podía meter un pie y quedar con la pierna entera colgando hacia el vacío.

Desde las estructuras metálicas superiores corroídas, colgaban las enredaderas como lianas en la selva, y además crujían los fierros que sostenían la vieja estructura al pisar. Todo era lúgubre, tétrico y oscuro, aún a pleno sol.

Se decían muchas cosas de éste ajado puente, y sobre todo los pibes contaban la “historia del Puente viejo”.

Dice la historia que un operario de la construcción del ferrocarril trabajaba en la colocación de los durmientes para la tercera y cuarta vía en los tiempos de Cortázar y de las locomotoras a vapor.

Su pequeña hija, de unos nueve años estaba con él, cuando en un descuido se fue a jugar a las vías que iban sentido a Temperley y la desgracia sucedió en un ínfimo y fatal segundo de descuido, cuando el tren que venía, a pesar de hacer sonar la bocina, se la llevó por delante con un golpe seco. La muerte se apropió de ella instantáneamente.

El padre desgarrado y envuelto en un dolor tan hondo se volvió loco, y una noche de verano se suicidó desde el viejo puente arrojándose, como su niña, a la vía que iba hacia Temperley, justo delante de una formación.

Un decalustro después, su muerte ya se había transformado en leyenda y se decía que su alma en pena merodeaba el lugar como un fantasma herido.

Luego, el ferrocarril decidió cerrar el puente, y como un estigma nefasto quedó en el mismo, el alma en pena de aquel operario que a esa altura ya se había convertido en “el fantasma del puente viejo”.

Volviendo a los pibes que cruzaban y a Martín, nunca pudieron cruzar por allí sin sentir miedo en las tripas. Y quizás por ello se desafiaban una y otra vez a hacerlo.

Cuando Martín cruzaba desde el lado este hacia el oeste lo hacía más confiado. Pero al ir, sentía en sus espaldas la presencia de algo que lo seguía de cerca, más cerca cada vez. Una sombra enorme lo secundaba y lo intimidaba hasta el punto de llevarlo al límite del llanto. Un estremecedor escalofrío lo envolvía y lo absorbía mientras él se apuraba a cruzar para huir.

Pero al día siguiente Martín volvía al viejo puente, ansioso por desafiar a ese espectro y además, medir su valentía.

Así fueron pasando los días, las semanas, los meses, y él se fue confiando.

Hasta que un día, en la canchita del Club del Niño los chicos pateaban al arco esperando a los rezagados entre ellos a Martin. De repente se oyó un grito espeluznanteee , venía del puente viejo, era Martín!!!. Ese día se acabó el juego. Se terminó el tiempo para él. Ese día sin quererlo lo alcanzó la oscuridad, cuando su pierna cayó en el agujero.

Hay días en que desde la placita me parece oír su voz de niño gritando Gooool!!! pero no desde la canchita, sino desde lo alto del viejo puente.

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