El aroma del té. Por Nora Cerisola

El aroma del té. Por Nora Cerisola

Siempre recordaré la casa de mi abuela, sus canciones y su acento…la casa de mi abuela era una casa de madera y chapa, lo que más me impactaba por aquellos años , yo tendría 4, 5, 6 años…era que debajo de la casa estaba el gallinero , ella decía que en León aldea de Galicia donde había nacido , debajo de la casa estaba el establo y las vacas , y a mí eso me daba vueltas en la cabeza…raro no?? Todavía hoy me suena raro.

Cada domingo sus nietos la visitábamos, y ella cada domingo nos sentaba alrededor de la gran mesa curtida por el tiempo en la cocina,  allí seguramente se pelarían los pollos, se amasaría en pan, se preparía los chicharrones y los fideos cintas caseros. Los bancos eran largos y sin respaldo para que entraran todos sus hijos que habían sido 6.

Para llegar a la pileta había que subir un escalón, solo  con agua fría y  tenía  con una pequeña canilla de broce en forma de cruz.

Y entonces empezaba el ritual, ella colocaba en el medio de la mesa una gran tetera blanca que en la tapa tenía una pollerita tejida, dentro colocaba  unos pétalos de rosa, pimpollos y tallos todos de rosa mosquete secados por ella misma al sol y desde una enorme pava vieja llegaba el agua caliente, no hervida. Ella nos hacía hacer silencio y esperar calladitos  con los ojos cerrados que el aire se llenara de aroma a rosas y justo en ese momento, la abuela abría un gran libro de tapa dura repleto de cuentos que desbordaban de sus páginas   y entonces  entre sorbo y sorbo en aquella cocina vieja de Avellaneda se podía poner en funcionamiento todo el universo a partir de las dos primeras palabras.

Era como si subiéramos a la cubierta de un barco listos a encontrar nuevos destinos, o como si subiéramos a un avión y partiéramos a planetas desconocidos a buscar un arco iris en Júpiter, o el lado de atrás de la luna. O como si subiéramos a un tren con grandes ventanas y nos mostrara el país de las princesas bailarinas o el castillo donde la bella se enamoró del ogro. Yo podía sentir el sol en la cara, cosquillas en la panza, la arena en los pies y podía sentir que de mis ojos caía lluvia emocionada.

Siempre recordaré los domingos en la casa de mi abuela. Hoy en la distancia creo que esos domingos tienen mucho que ver con que yo esté aquí extendiendo mi mano  tratando de llegar a ustedes con mis palabras…

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