Siempre termina igual. Toda escalada contenida, silenciosa, rumiante acaba en acto. El malhumor no digerido, el pensamiento recurrente que impide escuchar cualquier argumento que no sea el propio, el prejuicio convertido en profecĆa que se cumple una y otra vez. Y, si no lo hace, se fuerza la situaciĆ³n para terminar con un: ĀæViste? Ya decĆa yo.
La descalificaciĆ³n, que se vuelve insulto y sube el volumen, se transforma en grito y termina en acto. El grito libera violencia, intolerancia y odio. En otros casos, resentimiento, impotencia o envidia.
Esos sentimientos requieren bloqueo, cancelaciĆ³n, eliminaciĆ³n del que no se parece o no se adapta a lo que la comunidad pretende que haga. Las burbujas virtuales elevan exponencialmente la sensaciĆ³n de integrar un todo homogĆ©neo, mayoritario y sin fisuras. Y las acciones de bloquear, cancelar y eliminar son metĆ”foras de aquello que āde convertirse en hechoā lleva directamente a la cĆ”rcel y el cementerio. TambiĆ©n lo son los juegos de realidad aumentada y realidad virtual que permiten caminar entre los deshechos de la masacre, pisar los muertos, perder el eje. Disparar hasta el agotamiento con armas lĆ”ser o bombas de pintura contra un enemigo con quien se disputa el hecho de acertar mĆ”s, apuntar mejor, dejar fuera de combate.
Esa idea de erradicaciĆ³n escala, cada vez mĆ”s, generando crĆmenes por causas de gĆ©nero, pertenencia Ć©tnica o situaciĆ³n social. No hubo tapujos para incendiar personas en situaciĆ³n de calle, dormidas en la intemperie del invierno.
El desgarrador paisaje de inequidad, en el que muchos excluidos āsolos o en familiaā fueron arrojados a un vacĆo de carencias de todo tipo se transforma, violencia mediante, en otro pincelado por un odio que dibuja la escena del crimen justificada en meritocracias poco convincentes y envuelta en llamas que arden a fuerza de combustibles y ferocidad.
Como bĆ”rbaros posmodernos, los integrantes de unas burbujas sesgadas por la sinrazĆ³n y el odio mĆ”s profundo elaboran teorĆas conspirativas para expiar el horror que sus dichos, con sus potenciales acciones, pueden generar.
Envalentonados por el efecto de un veneno que comparten en sus microburbujas mediatizadas en las plataformas o dentro de countries y barrios cerrados, suponen que esa hiel se desliza por la sociedad entera. Las relaciones entre el mundo online y aquel que se manifiesta en la cotidianeidad fuera de lĆnea no solo se retroalimenta a travĆ©s de foros y plataformas. TambiĆ©n naturaliza un mundo aberrante en el que lo atroz no se compone de narrativas y pixeles, sino de muertos y sangre.
Las afirmaciones mƔs brutales se construyen a partir de otras improbables y, en mƔs de un caso, directamente inexistentes. Es en la espiral que escala como se elaboran, sostienen y manifiestan dichos que intranquilizan a los mƔs cautelosos y atemorizan a los mƔs razonables.
El mecanismo por el que se enlazan ciertos razonamientos disparatados consiste en deslizarse de un tema a otro, de una afirmaciĆ³n sin asidero a otra que tampoco lo consigue. La eficacia radica en el encierro encapsulado de la comunidad en red o los paredones que separan la inclusiĆ³n de la exclusiĆ³n. La eficacia solo es tal en composiciones homogĆ©neas. Es en el intercambio en el que se expone la falta de pruebas, la argumentaciĆ³n endeble y el pensamiento fallido. AllĆ donde se manifiestan estas expresiones aparecen otros dos procedimientos. El que finge demencia y el que considera que el discurso de odio no es de derecha ni de izquierda. Simplemente se recuesta en una apoliticidad que no reconoce ninguna diversidad ni respeta las mĆ”s elementales condiciones humanitarias para quienes consideran fallas del sistema. Esta prĆ”ctica se sostiene en la necesidad de borrar, aniquilar, desaparecer lo que no se tolera. Al fin de cuentas, desde una idea de apoliticidad āignorante o mentirosaā rumia prejuicios y sentimientos inconfesables. Para el caso es lo mismo. El resultado es el autoconvencimiento de que lo que no se adapta se elimina. Y la solvencia con la que se expresa se justifica en una superioridad moral muy difĆcil de demostrar.
Hasta aquĆ, la descripciĆ³n calza con ākakasā y āgloboludosā; āperoniosā y āgorilasā; āprogresā y āfachosā. En el fanatismo binario de las redes, cada burbuja se retroalimenta con argumentos similares pero excluyentes. AsĆ, el binarismo de gĆ©nero caracterĆstico de la sociedad patriarcal se suplanta por otros: el de binaries y no binaries.
El cruce, de ocurrir, se produce a travĆ©s de la presencia de nĆŗcleos duros capaces de inmolarse en nombre de la verdad inequĆvoca y generalizada. De esas que se sostienen a gritos y, si hace falta, con āfierrosā. En el territorio, la contenciĆ³n de los cuerpos se vuelve central. La violencia, fuera de las burbujas online, tolera hasta el grito, el insulto y el portazo. La escalada, cuando lo que se juegan son los cuerpos, se vuelve peligrosa.
MĆ”s allĆ” de las microviolencias, que se expresan en corporalidades rĆgidas y palabras filosas, el pasaje al acto se vuelve necesariamente polĆtico. Pero no en el sentido de la adjetivaciĆ³n boba en la que todo lo que no se comprende se tacha de polĆtico. Se vuelve polĆtico en tanto erosiona el sistema democrĆ”tico y comienza a naturalizar las violencias que pasan de lo personal a lo institucional y de allĆ al Estado, pero no como garante de la legalidad, sino como promotor del ojo por ojo.
En la loca carrera por la autopercepciĆ³n mayoritaria, la justificaciĆ³n antidemocrĆ”tica de resistir al adversario o bajarlo a como dĆ© lugar, es indispensable barajar y dar de nuevo. No hay sociedad que resista mucho tiempo los pasajes de la palabra a la acciĆ³n, del insulto al trompazo y de allĆ a las armas.
Una lĆnea que pudo terminar en magnicidio se cruzĆ³ sin que el Poder Judicial actĆŗe con celeridad y democrĆ”ticamente. La percepciĆ³n de que elevar el nĆŗmero de āindignadosā de diez a trescientos puede justificar una acciĆ³n desmesurada e intolerante no encontrĆ³ un correlato de violencia similar en el grupo de adversarios, que detuvieron al asesino frustrado y lo pusieron a disposiciĆ³n de la policĆa. De no haber fallado, un solo casquillo hubiera sido suficiente para el pasaje generalizado al acto. Del verbo al cuerpo. De la vida a la muerte.
En “Mil palabras para entender los discursos de odio” https://www.editoresdelsur.com/publicaciones-digitales/
Lila Luchessi es Directora en Instituto de InvestigaciĆ³n en PolĆticas PĆŗblicas y Gobierno. Universidad Nacional de RĆo Negro (UNRN)