Cuando las flores se marchitan (1983). Por Adrián Arévalo

Cuando las flores se marchitan (1983). Por Adrián Arévalo

La tarde del 30 de octubre de 1983, comenzaba otra etapa en nuestras vidas; la vida de todos los argentinos cambiaría en pos de un nuevo capítulo: “Había llegado la democracia”, y era algo que yo y muchos de nosotros no conocíamos.
Venía de una época de infante en 1976, donde para llegar a la escuela primaria en la cual estudiaba en Villa Luro pasaba siempre por la misma esquina en las intersecciones de la calle Manzoni y Cajaravilla a las 07,30 hs. por mañana, con la niata contra el vidrio de la ventana del auto de mi padre.
Al mediodía, al ir a almorzar a casa hacia el recorrido inverso pero a pie, solo, y luego de una hora de descanso, otra vez de vuelta al cole, para volver a ver la misma esquina en el trayecto.
Entrada ya la tarde, cerca de las 17:00hs. al terminar mi jornada escolar, me retiraba mi padre.
Siempre recuerdo aquella esquina en ochava donde dos grandes ventanas me miraban al pasar.
Una mañana, militares uniformados y armados con sus fusiles apuntaban hacia ellas en posición de francotiradores.
Mi mirada de niño se extrañó, pero mi interrogante se dilucidó al día siguiente. Ese mediodía tuve que cambiar de trayecto para volver a casa ya que la cuadra estaba vallada.
Recuerdo que por la tarde no fui al colegio, y que mamá ante mi pregunta no me dio ninguna respuesta.
La mañana siguiente, la zona estaba liberada y papá pudo llevarme al colegio como lo hacía habitualmente, pero al pasar por esa esquina la casa ya no sería la misma, era una casa herida con sus paredes baleadas, y sus ventanas tapetadas con maderas en forma de cruz, al igual que la puerta de entrada.
Mi visión ya no sería la misma a partir de ese hecho.
Con el tiempo supe que habían capturado y eliminado terroristas; así decían.
Estos hechos se repitieron otra noche camino hacia la casa de mis tíos al pasar por un enorme basural en Ramos Mejía. Dos personas sacaban del baúl de un auto una bolsa negra de gran tamaño y columpiándola la arrojaron a dicho lugar.
Más adelante vendría la guerra, y los llantos desesperados de las madres al mirar en las noticias por TV. tras la derrota.
Luego llegaría la democracia comenzando mi adolescencia.
Al tiempo el uniforme escolar dejaría de ser un mandato; me dejaría el pelo largo, y caminaría sin bajar la vista.
En las noticias se escuchaba la voz del nuevo presidente democrático que supuraba esperanza en cada palabra, diciendo: “Con la democracia se come, se cura y se educa”.
La tiranía de tantos años de encierro y desespero se había extinguido quedando en la historia como un trago amargo del que ya nunca más volvería.
La edad de la inocencia había quedado atrás, dándole paso a una nueva etapa, la del morral verde y el centro de estudiantes. La noche de los lápices ya era parte del pasado, junto con el exilio.
Años después 1987 y 1990, el levantamiento de los carapintadas, me hizo pensar otra vez en una vuelta al pasado tan temido. El Proceso de Reorganización Nacional, no debía volver nunca más.
Hoy 40 años después hemos atravesado una transformación en la que han pasado distintos gobiernos y presidentes, algunos autoritarios, y otros no tanto.
El voto no es una palabra vacía, el contexto de poner una boleta en un sobre es un derecho, en ella se depositan sueños y anhelos; pero hay uno que no debería faltar, ese sueño es la Paz y la verdadera igualdad.
Para la democracia el mayor de los pecados es ambicionarse con el poder.
El paroxismo, es un sentimiento de ira, de exaltación extrema de sentimientos y pasiones que pueden llegar a generar violencia, delitos y corrupción con tal de permanecer.
Si todos tiráramos de la misma cuerda en bien del otro, todo sería distinto; lo decía el Quijote de Cervantes, “Luchar contra molinos de viento”, no debería existir eso en democracia, nadie debe luchar contra molinos de viento, porque nadie puede robarnos los sueños.
Como embajador de la palabra deseo eso y que la democracia se aplique con la libertad de expresión pero sin cortar las ilusiones de los otros, poniendo trabas en la rueda.
Un presidente electo por ley y auténticamente debe de ser respetado, dándole el traspaso con la alegría de saber que el nunca más se aplica a todo, y que, cuando las flores se marchitan, es difícil que vuelvan a florecer.

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