Carta abierta de Federico de la Vid a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos

Carta abierta de Federico de la Vid a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos

Buenos Aires, Penal de Batán, Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Señor Presidente.

Muy señor mío

Ruego a usted tenga a bien, y Dios lo ilumine con paciencia, para leer esta carta. Es usted mi última esperanza de obtener justicia en este mundo.

Señor, soy INOCENTE.

No como cualquier condenado que trata de salvarse, yo soy inocente ante Dios. Y los jueces, en su ceguera humana, me han condenado a setenta años de reclusión, lo que, dado mi edad, equivale a cadena PERPETUA.

Paso a referirle mi caso.  Mi extraño e inverosímil caso.

Señor, tuve una hija y, por su muerte, estoy tras estas rejas, pero YO NO LA MATE.

Esta hija mía nació con un defecto más grave que los demás defectos que pueda tener un ser humano. Hablaba hasta por los codos.

Mi hija, señor, tenía un lunar muy pequeño, tan pequeño como un granito de arroz, en la punta de su lengua.

Ya de chiquita fue muy parlanchina. En la escuela y en la familia todos la querían por que animaba las fiestas y reuniones, recitando cuanto aprendía, pero también solía hablar de cosas que escuchaba y que muchas veces es mejor no decir. Sus comentarios de niña ocasionaron más de un divorcio, peleas o pérdida del trabajo entre jóvenes y adultos.

Cuando ella contaba doce años, ambos sufrimos la desgracia que mi compañera, su mamá, muriese en un trágico accidente.

La eduqué lo mejor que pude, pero ella fue cambiando su comportamiento, digamos que para mal. Se volvió más locuaz y dañina, al punto de ser insoportable con sus chismes insidiosos. Tenía una boca inquisidora que crucificaba sin piedad, valiéndose, la mayoría de las veces, de mentiras y supuestos.

Al fin, nos quedamos solos, sin familiares y sin amigos.

Los médicos decían que su necesidad de hablar se debía a la picazón que le ocasionaba el lunar en la lengua. Este fue creciendo y, poco antes de la tragedia, parecía un grano de café, peludo.

Los psicólogos y terapeutas opinaban que la maldad desplegada en sus comentarios era por la nunca asumida muerte de su madre.

Mi hija hoy cumpliría treinta años; hace ya tres que no está entre nosotros y cuatro desde que su novio la abandonó. A este muchacho le debo la frase lapidaria que produjo un desequilibrio más acentuado en mi pequeña. Él le dijo: “besarte a vos es como besar un plumero”.

Mi hija comenzó a odiarse y a desparramar odio por todas partes, atraía con su belleza y destruía con su lengua.

Parte de la acusación del fiscal, se basó en el dicho popular que yo había adoptado a manera de muletilla para tratar de hacerla razonar: “tu lengua te perderá “, le repetía.

Muchos vecinos, llamados como testigos, afirmaron haberme escuchado gritar esta frase a mi pequeña cuando discutíamos:”te voy a arrancar la lengua”. Por lo tanto, deducir que fui yo el causante de su horrible muerte fue fácil y me acusaron de filicida y absurdo mentiroso.

Así sucedió señor.

El día 27 de Enero de 1995, mi hija estaba en el baño. Tenía la mala costumbre de echar llave por dentro cuando lo ocupaba. Este baño tiene una pequeña ventana que da a un patio interno; esta ventana siempre queda abierta dado que por ella sólo se ve la toilette.

Mi hija, aquel día me llamó de una forma extraña, fui y miré por la ventana.  Estaba sentada frente al espejo y con voz ronca me dijo: “Papá, el espejo me habla”.  No supe que responder, yo sabía que ella hablaba con el espejo, pero que el espejo hablase confirmaba el avance de sus desvaríos.

Me quedé firme, agarrado a la reja de la ventana. Fue entonces, que escuché una vocecita chillona, mis manos se crisparon sobre el hierro y mis ojos se salían de sus cuencas; todo mi cuerpo se congeló en un espasmo.

Señor, de la boca de mi hija salía una lengua con pequeños ojitos amarillos, cubiertos de mucosa, tenía dos ínfimos bracitos como de laucha que se pegoteaban entre sí al gesticular y el lunar cubría toda la punta, a modo de obscura y repugnante cabellera.

Esta cosa llamémosle “lengua”, se reía estridentemente. Mi hija quiso agarrarla, pero se le resbaló introduciéndose rápidamente en su boca.

Lita, mi hija, se metió los dedos en la garganta tratando de sacarla y, produciendo sonidos guturales, comenzó a revolcarse.  Sin querer, en sus contorciones, Lita tiró la toilette al piso, haciéndolo pedazos.

Salí corriendo a buscar ayuda, pero no alcancé la puerta de calle cuando el llamado desesperado de mi hija, me hizo regresar a la ventanita. Lita estaba sentada en el piso entre los pedazos del espejo roto y todo lo que tiene una toilette de mujer; tenía la boca extremamente abierta y por ella salía la horrible lengua, que ya tenía el tamaño de un brazo; parecía que la estuviese pariendo.

La lengua, en posición erecta, le hablaba a Lita, la insultaba y hasta le salivó en los ojos. Aprovechando que esta cosa se estaba descostillando de la risa, Lita tomó con un movimiento muy suave la tijera del piso. Le grité: “No Lita, no lo hagas”.  De un tijeretazo cortó la lengua en su raíz.

Corrí en busca de un hacha para tirar la puerta abajo; mi hija se desangraba.

Señor, cuando volví y toqué la puerta para calcular el golpe, comprobé que estaba sin llave; por primera vez, Lita no lo había cerrado. Entré, la lengua estaba viva y más grande, parecía una babosa gigante de casi un metro, enroscada en el cuello de mi hija. Había estrangulado a mi niña. Rápido se deslizó a un rincón, se reía frotándose las asquerosas manitos y brincando, me miraba. Esperaba el hachazo, se lo tiré, lo esquivó, le tiré la tijera, la esquivó, me abalancé sobre ella, pero mis manos resbalaron en la baba que la cubría.

Sin poder evitarlo, señor, la lengua huyó por el inodoro.

Señor, mi hija murió desangrada y ahorcada por su propia lengua. El Juez, al sentenciarme, me dijo: “usted es un mentiroso, su lengua lo ha condenado”.

Esta es la pura verdad de los hechos ocurridos y una verdad prácticamente imposible de demostrar. Creo que ni los peritos criminalistas ni mis abogados defensores creyeron en mi, a pesar de no tener yo antecedentes violentos.

Sin más que decirle, Señor, quedo en sus manos.

                        Saluda a usted atentamente

FEDERICO DE LA VID

Desde Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina