Cantan los cometas de papel (El hombre feliz tiene todo). Por María Margarita Pérez Vallejos

Cantan los cometas de papel (El hombre feliz tiene todo). Por María Margarita Pérez Vallejos

Veredaprosa

Juguemos a pensar que todas las cometas que encumbramos no volverán a la tierra, de lo contrario no va a servir de nada todo el hilo que gastamos. Lo compramos caro y hasta quedamos debiendo. No sé cuándo vamos a pagarlo y si las cometas caen a tierra irá todo a pérdida y no estamos para eso. Mira que ha quedado un montón de hebras que no sirven ya porque están enredadas. Se hizo nudo ciego y los nudos ciegos no ven y no sabemos desatarlos.

Juguemos a pensar que habrá buen viento. Que siempre los empujará hacia arriba, atravesando las nubes y pasarán por ellas.

Algo así como que llegarán cerquita del cielo. Cerquita, nomás porque no creo que alcancen hasta allá y cuando hayan pasado más allá del cosmos, se disolverán y podría ser que alguna estrella ociosa recoja el polvo mágico que dejaron los cometas que enviamos desde la tierra y cómo va a estar sin hacer nada, podría ocurrírsele crear algo con esa cosa rara que ve y que no sabe que se llama Cometa.

Juguemos a pensar que no somos y que no hicimos nada y que estamos tan invisibles.

Que todo lo que hacemos lo verán sólo nuestras rosas y los gatos porque son brujos.

Que somos susurros inquietos de una diástole sin cuerdas. Que preferimos dejarlo tranquilo sobre un piano destartalado que se fundió con un “Silencio” de Beethoven, mientras las bombas estallaban.

Debemos jugar a pensar triste también, sólo un momento porque este globo está lleno de dolores.

Fíjate que yo saludé a un hombre en una parada de bus.

Lo vi antes de llegar. Él estaba allí debajo del ventilado paradero y sólo vestía como abrigo un corta- viento. Hacía tanto frío. Pensé en la ropa gruesa que no se usa en casa y que a lo mejor podría servirle, pero es de mujer. Vaya.

Esperé a su lado y volteó hacía mí, viéndome a los ojos que en su brillo, portaban una paz desconocida.

Era un hombre de color y tenía una radio pequeña cubierta con nylon. Seguro era para que no se mojara y no acallara su música.

Cantaba y bailaba una canción de su tierra y el autobús no venía.

Hacía frío y el hombre de otro país estaba contento. No necesitaba nada.

En ese tiempo de espera hice una historia, imaginando su vida.

No podía ofrecerle ropa abrigada a un hombre que no conocía y que era feliz.

Pensemos que cuando encumbramos nuestros cometas al fin, no llueve y eso es tener suerte.

Pensemos que llegará hasta esa estrella ociosa y capaz que las convierta en otra estrella.

No lloverá y eso será tener suerte.

Allí se fueron todos nuestros sueños a buscar respuestas.

El hombre de color seguirá entonando en su idioma la música tan extraña que hablaba de soles, de una Casa del Sol Naciente. Mentira, pero se lee bonito.

Tan extraño debe parecerle que llueva aquí en el fin del mundo, pero es feliz, así lo da a entender y contagia.

Juguemos a pensar que somos felices porque no se mojaron nuestros cometas y van de viaje.

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