Repensar la enseñanza superior de comunicación para erradicar los discursos de odio. Por Lorena C. Álvarez

Repensar la enseñanza superior de comunicación para erradicar los discursos de odio. Por Lorena C. Álvarez

La escena parece de lo más común, pero fue el punto de partida de una investigación participativa sobre los discursos de odio en estados y memes en las redes sociales. El inicio fue una clase en la Universidad en la Carrera de Comunicación hablando con las y los futuros periodistas respecto del desarrollo de nuevas narrativas en el actual ecosistema mediático; todo parece fluir hasta que un estudian- te pregunta ¿Son los memes y los estados de WhatsApp una nueva forma de comunicación social? Se realizan debates al respecto y se aborda aquel planteamiento “todo comunica”. Hay un acuerdo en el aula: que incluso los estados personales vendrán a tener un efecto en los que lo leen y que, por ende, debe haber una especie de “filtro o tamiz” en lo que se publica y que la gran mayoría de las veces las publicaciones no nacen de reflexiones de la causa-efecto que pueda tener en los lectores y que su publicación, en su mayoría, es visceral y momentánea. ¿Filtro o tamiz personal? También hay un buen grupo en el aula que se sorprende y hasta se pone a la defensiva. Su reflexión refiere a preguntarse: ¿Cómo en una sociedad que ha ganado en libertades y que pregona que lo importante es ser y dejar ser hay que medir o
autocensurar los estados o memes que se comparten? Se preguntan las y los futuras comunicadores por qué habrían de ponerse filtros o trabas en sus propios estados de las diferentes redes sociales. Por qué habrían de ser políticamente correctos, si lo que les ha dado las
redes es precisamente la posibilidad de ser ellos mismos, de usar su propio lenguaje, sus señas, su manera de entender el mundo y sin perjuicio, simplemente expresarse sin la etiqueta de publicar o medir lo bueno o lo malo.

Elena rompe el silencio. Dice que claro, que hay que procurar filtros. Está segura de que no es tan simple. Su argumento es bien sostenido. Menciona que en una página, que es producida por los
propios estudiantes de la universidad, se comparten memes jocosos y que en su mayoría aluden a los propios estudiantes. Sin embargo, cuestiona que en dicha página social el meme más leído y compartido sea una fotografía suya con un traje de disfraz sexy con la leyenda “Amor, te dije que para la fiesta de disfraces te vistieras de Pitufina, no de puta fina ja ja ja”. Ella recuerda lo doloroso que fue ver cómo sus propios compañeros lo compartieron y hasta se burlaron. Cómo sentía la sangre en la cara cada vez que miraban al meme y –acto seguido– la miraban a ella.
Entonces, dijo muy firme que después de esa experiencia siente que son muy necesarios los filtros y tamices. Además, entender que las libertades no tienen nada que ver con compartir imágenes que promueven violencia o discursos de odio que, aunque se diga que no tienen intención de dañar, en el fondo pueden ser muy destructivos.

Mientras Elena relataba su experiencia, alguna compañera le dijo que ella sí había visto el meme y que hizo muchos comentarios “mandando a volar” a quienes lo viralizaron. Pero que las respues-
tas la dejaron tan mal porque recibió tanto “hate” que decidió ya no comentar nada. Sus propios compañeros de la Facultad la llamaron amargada y le dejaron claro que el “humor es el humor” y que lo serio o formal lo deje para las producciones de noticias que hacía en sus prácticas profesionales. La premisa que “todo comunica” es más necesaria que nunca.
Quienes estudian en la universidad suponen mayor sensibilidad. Sin embargo, basta darse una vuelta por sus estados y mensajes para saber qué es justamente en lo informal, en dónde más se amplifican y naturalizan discursos que denigran, violentan y dañan, en especial a las mujeres.

La clase derivó en una investigación participativa que se hizo durante el semestre y que luego de todo el proceso arrojó que efectivamente, tras estudiar una pequeña muestra de los propios estu-
diantes de la Facultad, la mayoría de memes que se comparten en los estados, extrañamente apelando al humor, son apologías que incitan al odio, racismo, sexismo, xenofobia. Según las mediciones, resultaba que mientras más crudo el meme o con más elementos odiadores o violentos se presentaba, tenía más likes y era muchas veces compartido. La gran mayoría traía fotos tomadas al descuido y sin autorización de sus protagonistas. Pese a que conocían la Ley Orgánica de Comunicación y la prohibición expresa de divulgar imágenes sin consentimiento, lo hacían siempre amparados bajo el anonimato que permiten las redes sociales o –peor aún– se hacían pasar por estudiantes populares para difundirlos y viralizarlos.

El reto de la formación de quienes están estudiando en las facultades de Comunicación y en lo posterior irán a ocupar los medios es abordar estas nuevas realidades. Hay que trabajar en mallas y currículos que las afronten, que miren a la comunicación desde su poder transformador de una sociedad más empática y, sobre todo, crítica de lo que se mira, lee y comparte. Aquella clase ha sido un interesante punto de partida, quizá también en esa necesidad de sentipensar los procesos de enseñanza aprendizaje, de conversar más en el aula, generar disensos y consensos sobre estos temas, aterrizar en las realidades de los y las estudiantes y buscar estrategias coherentes que hagan que las dinámicas en el aula sean de utilidad real a la hora del ejercicio de la profesión y del desempeño personal, incluso.

Por lo pronto, quienes estuvieron en aquella clase y en la investigación participativa siguen compartiendo estados y memes, no coartaron su libertad de expresión, también saben que pueden ser ellos en las redes, pero la diferencia es que ahora asumen que todo comunica y que la decisión de no compartir contenidos que incitan al odio y la violencia es desde una profunda reflexión sobre la realidad.

En “Mil palabras para entender los discursos de odio” https://www.editoresdelsur.com/publicaciones-digitales/

Lorena C. Álvarez es docente de la Universidad Nacional del Cotopaxi

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