Una imagen que persiste en mi recuerdo infantil es el tenis callejero. En mi cuadra se había asfaltado la calle, era el año mil nueve ochenta y dos. Desde ese momento mi cuadra era el lugar elegido por todos para jugar a cuanto deporte o lo que fuera en la calle ya que era casi una cortada. La calle moría en una ” avenida ” de tierra. Por ende nadie la transitaba en auto. Solo los vecinos de la cuadra. Así es que era zona de patín, de carrera de carritos a rulemanes, cancha de voley, de fulbito cuando el potrero estaba embarrado, y por supuesto , de tenis!.
Yo era fan de Guillermo Vilas, así que con una vincha improvisada y mi Slazenger de madera me batía a duelos con mis amigos intentando la ” gran Willy “. Cada uno con su ídolo apropiado, y rivales entre sí, éramos la elite del circuito.
Sólo teníamos un par de viejas “Lincoln” blancas descartadas por mi papá y mi tío. La red la habíamos fabricado con bolsas de cebollas, esas que eran de color naranja, palos enterrados a los costados de los cordones y un alambre en una punta para soltar y dejar caer la red en caso de ser interrumpidos cada tanto por algún vehículo.
La cancha la marcaban las líneas de brea y de costado, los cordones.
Una vez, durante uno de los épicos partidos disputados contra mi archi rival Héctor (Bjorn Borg) corté la cuerda del encordado de mi Slazenger. Él me dijo. Te das por vencido? Nunca! Dije. Pido trainer!. Dame cinco minutos… Está bien, dijo, seguro de su triunfo.
De inmediato entré al garage de casa. Fui derecho a las herramientas de mi papá y tomé una pinza y una tijera fuerte de esas que usan los sastres. Puse la raqueta en la vieja “morsa” envolviendo el mango con trapo y solté una vuelta de cuerda. La estiré con la pinza, anudé y corté el exedente… listo!!! Ya estaba en condiciones de seguir.
No recuerdo quien ganó el partido pero nunca me voy a olvidar de la cara de Héctor (Borg) al ver mi raqueta, ni de la cantidad de partidos disputados con mi vieja Slazenger de madera.