Sentada en un sillón frente a la biblioteca, acuñada de libros, de frases jóvenes, frases viejas. Hablando de derrumbes y cosas nuevas, parafraseando a Borges, Casares, y tantos otros. Tocando con mis dedos texturas, colores y sueños: Kafka, Camus, Cortázar con su “Rayuela”, la misma que jugaba de niña, la que iba de la tierra al cielo, pasando por etapas, como en la vida misma. Etapas, sombrías, extrañas, lejanas, ausentes etapas. Colonizadas todas ellas por mi curiosidad, entre sus líneas. Jacques Prévert, con su inmemorable poema desayuno , cuya escena, me remite a mi adolescencia, cuando dice:
“Echó el café en la taza, echó la leche en la taza de café” Es increíble leer eso, como se toma el café con leche, la mujer que está por partir de su lado. En otro verso dice: Hizo aros con el humo, echó la ceniza en el cenicero, sin hablarme , sin mirarme” La crueldad, de alguien que está por partir, tan sublime como siniestra. Es que así son las partidas, sublimes y al mismo tiempo siniestras, por se llevan una parte de nuestra alma, hay un lado oscuro o no en nosotros, que se va con el que parte. Por ese entonces, de mi vida se iban hombres. Con un rostro, el cual correspondía a un amor en especial; distintos amores, desgarradores ¡Todos ellos! Pero amores al fin. Mi padre , en su lucha contra la muerte, ponía azúcar en la taza de café y lo bebía , quizás sabiendo que esa vez, sería la última.
No hacía aros de humo con el cigarrillo, pero hacía aros de oxigeno, que le permitiera respirar, una vez más, un poco más.
¿Hasta cuando? Era una incertidumbre que sin quererlo, iba aniquilando mi vida también.
En ese ostracismo en mi existencia, es que Prévert con su “Desayuno”, me encuentra haciéndome eco y partícipe, de ese magistral desayuno, en el cual él, estando al otro lado del mundo , -siendo su tiempo diferente al mío-, sufrirá al igual que yo, una pérdida.
Con “Casa tomada”- Cortázar-, muere mi padre, y mi vida queda irremediablemente circunscripta a las paredes de mi casa, junto a mi madre. Al igual que en “casa”, los sonidos y sombras de mi padre, están por todos los lugares, que él habitó en ese lugar.
El peso de su personalidad, afectaban la mía, a tal punto, que me encerré yo solita junto a mi madre, en la casa dónde vivíamos.
El peligro estaba afuera, dónde los acechantes otros, vigilantes de nuestras vidas; siendo jueces, avezados detectives, podrían saber más de nosotras, que nosotras mismas.
En casa, estábamos seguras, ancladas en la cocina, que daba un abrazo hogareño, el cual todavía olía al “Desayuno” de Prévert ,el aroma a café con leche ,que tomaba mi padre junto a mí, seguía viviendo allí, en la misma mesa, con la cabecera vacía , mostrando su irremediable ausencia, quedaba ya grande, faltaba su guardiana presencia, su cuidado, su fortaleza.
Un día se nos dió por salir a mi madre y a mí , de nuestra casa, ese lugar tomado por los recuerdo imborrables de mi padre, nos sentimos bien, a gusto; las dos solas, yo y mi madre. Hicimos un picnic en la plaza de Barrancas de Belgrano; llevamos una torta de manzana, una manta, y una bebida, dos vasos, cubiertos, platos descartables y servilletas de papel. El sol parecía permanecer complaciente ante nuestra salida, nos acompaño toda la jornada, hasta el atardecer en la que anunció su despedida. Volvimos habiendo cumplido con nuestra misión: la primer salida, después de la muerte de mi padre.
Cómo en la “Invención de Morel” de casares, y “La biblioteca de Babel” de Borges, donde casi los autores de diferentes maneras, hacen referencia a mundos paralelos, mundos infinitos y la idea del eterno retorno. Sobre todo Borges en “la biblioteca de Babel” , dónde desarrolla la idea del universo. El eterno retorno, es algo en lo que mi padre hizo hincapié en vida, hablando de la reencarnación. Y de la vida más allá de la muerte. No sé si es cierto o no, pero desde que tengo esa fuerte convicción, mi casa dejó de estar tomada, el desayuno volvió a ser un desayuno sin perdidas, La biblioteca de babel y la invención de Morel, siguen en la biblioteca, y desde allí me me guiñan un ojo, para que cuando olvide sus líneas, sepa yo, que esas obras siguen vivas para mí.