Vuelos. Por Mariano Bucich

Vuelos. Por Mariano Bucich

Yo solía hacerlo. Es mas. Lo disfrutaba a pesar del vértigo. Cada vez que lo hacía, mariposas me acompañaban revoloteando a mi alrededor, y otras lo hacían en el interior de mi estómago. No obstante, nunca nadie me vio en pleno vuelo. Yo temía que mi secreto se perdiera en alguna mirada inoportuna, así que tomaba mil recaudos antes de elevar los pies del suelo. La verdad, es que era todo un riesgo.
Todo comenzó aquella tarde de primavera casi por casualidad. Yo estaba en el parque de mi casa, en Banfield, buscando como trepar al ceibo sin ayuda de escaleras ni de nada. Entre tanto oí a mi madre decir que tenía servida la merienda sobre la mesa del patio. Me acerqué hasta ella y ahí me esperaba el pan con manteca y dulce de leche, y el placer en ese vaso repleto de leche fría. Comí con ansias y luego bebí de un trago, casi sin respirar, el blanco manjar. Siempre solía beber leche. La prefería antes que a cualquier otro refrigerio porque sabía que me brindaba mucha energía porque así me lo solían decir mi madre o mi abuela.
Volviendo a esa tarde, terminé de merendar y volví al Ceibo en busca de escalarlo y llegar a esa rama que prometía ser mi guarida. Ya lo había trepado cuando sin querer perdí un pie de apoyo y me caí sobre el crataegus de al lado con tanta desgracia que lo hice también, sobre un panal. Era de esos pequeños que cuelgan de una rama, y era de avispas.
Ayyyyyy!!! grité. Lo hice por un lado, por el golpe de la caída contra el piso, aunque amortiguada con los sucesivos rebotes entre las ramas pinchudas. A pesar de ello, igualmente llegué al suelo con velocidad. Y por otro lado grité por la picadura de la avispa, que ya comenzaba a latir en mi brazo provocando un dolor punzante.
Yo no soy científico, pero por experiencia propia, desde aquella caída tuve la posibilidad de volar… mejor dicho era más parecido a caminar por el aire. Yo creo que habrá sido la composición química de la combinación del veneno de la avispa con el de la espina del crataegus, sumado a la leche que ya estaba en grandes cantidades, en mi interior.
Lo cierto es que pasó algún tiempo, desde aquella caída hasta que descubrí mi nueva habilidad tan extraña, como divertida y peligrosa.
Como a los dos o tres días, luego de una lluvia que me confinó a pasar las horas en el interior de la casa, pude volver al parque a jugar. Cuando ese día, mi abuela Dorita acercó al patio el asiduo vaso con leche para mi merienda, lo bebí de un gran sorbo. La sensación fue de inmediato, rara. Yo me sentí diferente, liviano, sutil, e ingrávido. Fue cuando decidí correr muy rápido para saltar hasta la rama del Ceibo para colgarme y balancearme. Pero en vez de saltar como en otras oportunidades, ésta vez algo cambió en la carrera. Corrí y mis pies ya no pisaban el suelo!!!!!! En plena carrera corrí por el aire, y en pleno vuelo recorrí algunos metros por sobre las medianeras de los fondos de los vecinos de la cuadra. Yo no podía más de la emoción, mis ojos estaban abiertos por demás, y mí corazón latía intempestivamente, todo sin dejar de correr. Pero a poco de levantar vuelo, un sentimiento de agotamiento extremo recayó sobre mis hombros. Es que el esfuerzo álgido me consumió toda la energía. Y entonces comencé un descenso lento sobre el césped del fondo de mí casa en el mismo sitio en donde unos segundos antes me había elevado.
Fue entonces cuando pensé en volver a correr para volar. Tomé aire, junté coraje, y me largué en una carrera desenfrenada pero para mi decepción, siempre terrestre. Agitado y sin aliento retrocedí lento sobre mis pasos mientras hacía conjeturas…_ Ah! ya sé! tengo que volver a beber leche. Seguramente los efectos de la misma se pierden en poco tiempo. Lucubré. Fui a la cocina, abrí la heladera, y agarré el envase de leche, me serví otro vaso, cerré la heladera y volví sobre mis pasos hacia el patio trasero. Una vez que bebí la pócima, volví a intentarlo. Esta vez casi de inmediato, volé. Esta vez además, mí carrera fue más parecida a un trote, por lo que mí combustible lácteo me rindió por mas tiempo. A dos casas de la mía estaba la de Norita, y en el fondo su aterradora perra Dobermann. Cuanto más relajado yo corría por los aires, mayor era la distancia que avanzaba, y ésta vez ya confiado avancé más que las veces anteriores. Yo me encontraba casi por cruzar el temido fondo de la casa de Norita, cuando la desgracia llamó a mi puerta. Me estaba quedando sin energía!!! por más que me esforzaba me caía inexorablemente. Mi mente no paraba de buscar una salida antes de tocar el césped del parque de aquel territorio peligroso si los había. A centímetros del contacto fatal ya tenía un plan. Entonces, cuando apoyé las plantas de mis pies en él, solo corrí desesperadamente hasta esa mesada que tenía la parrilla al costado, salté y me trepé a ella sin dudarlo. Uf, qué cerca estuve de ser la cena de esa asesina con forma canina!!!. Desde esa mesada trepar y saltar a lo de mi vecino Norberto fue simple. Desde allí pasar a casa también lo fue . Yo trepaba siempre cuando cruzaba el muro para ir a buscar mi pelota de fútbol, así que conocía de memoria el camino.
Una vez en casa, me senté debajo del ceibo agotado, y me puse a pensar. Mil preguntas cruzaron por mi mente. Mi cabeza hervía buscando las respuestas que me dieran las soluciones a aquellos interrogantes. Cómo podría volar por largo tiempo? Cómo hacer para calcular hasta dónde podría volar? Luego de un rato cerré los ojos. Ya más tranquilo entré en un estado de calma, de meditación. Y me dormí. Al rato me desperté sobresaltado al tiempo que me dije… Claro!!! la solución es que vuele con una carga extra de leche!, así podré recargar mi energía en pleno vuelo. !Qué feliz estaba al saber que podría hacer vuelos más seguros, y sin miedo de ser devorado por esa asesina inmersa en un traje perruno!.
Desde esa tarde en adelante y en cada siesta de verano preparaba mi cantimplora con combustible lácteo. Esperaba ese silencio que me asegurara que todos estaban dormidos en la casa, y salía al parque para levantar vuelo. Esas tardes me llevaron por los cielos del barrio Ferroviario sobrevolando las canchitas, los potreros, el tanque , y hasta cruzaba los límites del barrio para asomarme a la ventana del departamento de mi amigo Ezequiel y el de mi abuelo Mario en los cuatroveinte, y de ahí sorbo mediante, me elevaba hasta el quinto piso de la torre verde de los Apollo XI para ver a mi abuelo Pepe. Me elevaba un poco más, y ya estaba en la ventana del séptimo piso adonde vivía Christián.
No había nada mejor para hacer en esas aburridas siestas estivales que levantar vuelo disfrutando del aire y del sol en la cara. Hasta que mí madre entrara suavemente a mi cuarto besándome en la mejilla, y luego de levantar las cortinas de enrollar de mí ventana, hacer que mis ojos pudieran ver nuevamente, la luz de la realidad.

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