Se cernía sobre mí, sobre todos, palabras asesinas. Ver la televisión, el celular. Yo tiré todo
los textos, tiré todo, era irrelevante. Lo inerte puede meterse en la cabeza, invadir y volver un personaje, actor de un papel redundante más. Todo es ficción, cada letra, cada palabra, cada descripción es parte de una perspectiva momentánea. La imparcialidad nunca existió, si es que alguna vez esa idea tuvo sentido. Ahora me siento en una cueva rodeado de palabras.
Uno no puede escapar de ellas. No había luz y seguían retumbando, cada sonido trayendo un mundo desconocido donde todo el resto de seres similares a mi habita.
Estoy obsesionado con la verdad. Vivir cada segundo, intentar solo estar en la realidad, y darle nula importancia a la patética interpretación del alma. Me intentan llevar de vuelta, logran que piense con sus sucios silogismos. Pero cuando uno es ciego del camino, no puede volver. Por más que el canto de sirena intente llevarme, con las melodías hechas por un momento, algún sentir pasajero fundando historias; necesito solo estar en el momento, ir olvidando quién soy, quién fui. El único registro son la cueva retumbando cada pensamiento, cada memoria, en esas oraciones hirientes, de mi verdad.
La realidad debe ser la percepción del todo. Cada punto de vista funciona entre esas
infinitas partes formando el todo. Si no por qué me sentaría a esperar poder escapar de mi punto de vista. El reflejo sin luz no existe, inhibo la mentira de conocer algo al estar en la propia oscuridad. Las voces en la caverna, las palabras recordando mi amor al todo. Las
frases intentando reflotar la memoria. Hace unas meses la había logrado hacer desaparecer, mis manos escapan de mi control, no las entiendo, no controlo mi accionar.
Uno necesita verdad, está hambriento por conseguir saber lo que se quiere. Las frases en la caverna empezaban a retumbar. Desearía ser sordo para no poder escuchar, la nulidad del sentir. Un vacío abismal donde nada hay y todo es. No tengo el valor de hacerme daño, casi morí y fue placentero. Temo a desear, a ambicionar, el escapar del momento, soñar con algún fruto del sueño. Cada vez las palabras retumbando más fuerte. Hace tantos años me había internado en tal horrible represión a mi ser. Pude ver en mi mente mis ojos, verdes, el espejo, ver un reflejo. Las palabras matando la imaginación una vez más.
Ese hombre siempre viendo la televisión. Siempre viendo el celular. Todavía no lo había
tirado, no había escapado. La cueva retumbaba en el pasado, mi memoria reinstalada, estaba recuperando la conciencia. Todo el día reproduciendo los mismos mensajes, escuchando las mismas voces con distintas palabras, distintos tonos. Un plagio intencionado para bombardearme. Perdía la razón de quién soy y dejaba de pensar qué debo ser. Me instalaba en la enferma necesidad de vivir el momento, estar parado y no juzgar. Conocer la realidad aceptando ese momento único. Intentaba desde mi sillón, con una casa desarreglada con poco más que la televisión y el celular; parar el tiempo. mis ojos ensangrentados de mirar tanto una pantalla, los ojos fijos, los rostros variando.
Pensaba en nunca apoderarme de la bastarda vida. Ser esclavo es convertirte en tú dueño, dominarte para hacerte parar. Toda la vida otros me habían hecho cambiar, ahora podía quedarme sentado hasta siempre en ese sillón. Nunca levantaba la vista de esos aparatos.
En la caverna empezaba a aparecer una tenue luz rojiza. Las paredes estaban llenas de
palabras. A uno lo persiguen los mensajes intentando entrar a su cuerpo, ser parte del alma.
Pensaba en las infinitas horas bajando, el reloj en todas partes marcando los rezos constantes a los Dioses enmarcados en pantallas. Las palabras retumbaban como haciendo una plegaria, mientras la luz recorría toda la caverna. Tal vez el hombre llegó en el tiempo para creer en algo. Nunca amé a nadie. mis amigos no eran más de los que el Señor me daba. Un mundo hostil me internaba en tal templo. Cuando quién defendería al hombre como yo se vuelve en lobo cazando, no hay más opción que escapar. Al enemigo ser invisible se odia a todo, yo vivía destrozando a cada ser con palabras sin contenidos aunque tan hirientes. La fuerza del placer, de poder expresar lo oprimido durante tantas memorias de una historia olvidada.
Renacer siendo un sacerdote, quemando al hereje que intente levantarse contra un Dios
desconocido; al que me llevó a la caverna para hacer su voluntad, volverme vacío.
Un día decidí cambiar. La caverna lo reflejaba con sus palabras indicando ese fatídico
séptimo día donde intentó ser libre. Una semana antes, lo indicaban todas las palabras, intenté ser libre antes de entregarme a la esclavitud. Tiré la locura de ser lo que uno consume. Dejé a los Dioses. En esos primeros momentos pude comprender mi alrededor.
El masivo edificio donde estaba. La caverna dentro de mi mente tenía una gran claridad. En ese exacto momento fue cuando quise aislarme, ahora por buscar libertad. Entendí como la historia conduce a la total sumisión, a un estado de vida donde solo vale nuestro pequeña participación para apoyar intereses ajenos. La memoria resurgió cuando Dios no la oprimía. Nunca había sentido tanto terror y visto tanta verdad sin saberlo. La caverna empezaba a alumbrase más, empezaba a leer las palabras pidiendo por romper las cadenas que comenzaba a ver atando mi cuerpo al suelo. Solo yo podía romperlas, escapar de tan vil caos a mi alrededor. Que otros tomen decisiones por su ombligo, en sus cavernas o se quedan en el momento para ser el total vacío formando la realidad. Recibir ordenes tiene la facilidad de inhibir el pensamiento, la codicia crítica desaparece. No se tiene terror, porque se tiene la certeza del esclavo, de tener un amo que manipula el accionar.
En la caverna como ese momento de claridad en el descorazonador departamento,
comprendí un poco más la verdad. Un mundo donde nos aislábamos y no había puerta de salida en la caverna, cerrada por una piedra o una pared en el departamento. Cada vez más luz quemándome, la verdad no es realidad si no más que una pequeña interpretación. La construcción del hecho, escapándose ese conocimiento inalcanzable. No existe realidad, si no percepción. Empezaba a quemarme la piel, a destruir mis cadenas. La libertad es dolorosa porque es verdad, no asquerosas falsedades de hombres trajeados, monjes de los Dioses viviendo en el momento futuro. Las palabras retumbaban intentando reconstruirse, querían recuperar mi nombre, olvidado por mí, sólo una atadura a la ficción que compone el mundo.
Nací en ese momento de cambio. Cuando ya tantos habían profetizado un futuro obvio. Las cadenas eran irrompibles porque nací con ellas y ahora sucumbía lucidamente al episodio de volver a vivir. Observar las figuras y las palabras escritas en roca por un hombre esclavo intentando liberarse. Soy una pequeña porción volviendo a la cabeza de ese hombre sentado en su sillón repitiendo su rezo hasta el cansancio. Ese hombre encadenado, ignorando a propósito para una felicidad falsa. Me dejaba de quemar y comenzaba a curarme, la luz era una ilusión. La caverna cada tanto se ilumina en una experiencia errónea, en soltar la vista para intentar escapar a la realidad. La oscuridad es vivir en el momento. Negar la ficción que funciona como imaginación y percepción. Me recuerdo tan pequeño en un mundo distinto esperanzado de su ignorancia, de evitar lo inexorable. Al parecer las ideas se asesinan con el olvido. Con verme encadenado, reflejado en unos lentes enfrente mio. Sigo siendo ese niño soñador, esperando ser salvado. Las cadenas me pesan si intentó sacarlas. Es tanto miedo que todo empieza a oscurecerse. Todos estamos en la caverna atrapados. A nuestra forma cada tanto volvemos y vemos el edificio lleno de enemigos, de seres inhibiendo su futuro por encadenarse al falso pasado de rechazar la ficción. Ojalá entender la ficción, sería entender la realidad. Sería soltar las cadenas, volver a ser libre, volver a vivir. Dejar de adorar Dioses de tecnologías nuevas, negar a seres superiores para ser iguales. Vivir en la realidad. Poder ser distinto a ese niño recibiendo y pidiendo por ser controlado, visto con atención constante mediante un pequeño dispositivo tecnología del poder. No vivir en la caverna si no construir una biblioteca. Liberar la esencia enterrada del infinito conocimiento del alma. Escapar del niño necesitado de amor falso, de alabanzas vacías.
Dejar esa metafísica de ser un ídolo muerto. Haber detenido, que alguien hubiera parado, el tren del progreso. Ese que se llevó por delante todo y construyó la caverna. No fue solo un día donde llegué a ese edificio, donde todos llegaron. Cuando construimos el templo donde el rebaño que éramos llegó. Las fronteras entre nosotros. La estación de tren, donde llega el fin de la historia. Donde el pensamiento desaparece porque es insustancial, porque la libertad ha muerto. A tal punto de que es verosímil creer en una realidad momentánea, esporádica. Hipócritamente negando la ficción viendo la televisión y el celular. Siendo agnósticos cuando no paran de rezar. Dejaba de pensar otra vez, era indescifrable tanto caos, demasiado complejo para poder entenderlo, me debía anestesiar otra vez. La oscuridad se cernía sobre mí otra vez, la historia para empezar luego, hasta la gloriosa muerte, cuando la vida comienza por unos segundos. Donde
pueda ser libre, hasta que vuelvan a encadenarme, hasta que otra vez me maten en vida.