Una Dictadura Perfecta. Por Gabriel Palleres

Una Dictadura Perfecta. Por Gabriel Palleres

Fue silencioso, paulatino, invisible. Una noche comprendí que ese día transcurrido fue la última vez que salí a la calle: semanas atrás anunciaron que un virus mortal avanzaba a todo vapor en un país de la otra punta del mapa; luego, el virus fue tomando todo Europa, hasta que finalmente llegó a este continente olvidado.

Mi último día en la calle fue gracioso y nostálgico: alentado por lecturas incendiarias, me lancé a correr por mi barrio; las casas convertidas en nichos, las peatonales mudas y los edificios cargados de melancolía, me hicieron caer en razón y regresar.

Llegué a mi casa, en todos los medios solo se hablaba de “los terroristas intelectuales” que difundían teorías conspirativas de los laboratorios o esgrimían retorcidas ideas sobre una pandemia virtual. El mundo los condenó: se prohibió la difusión de sus ideas. Más todavía: se consensuó que su irresponsabilidad y barbarie solo se podía pagar con la cárcel, el humo purificador y el silencio perpetuo.

Con el correr del tiempo todo se fue pareciendo: el planeta entero hablaba de lo mismo y al mismo tiempo, el mundo se fue encerrando en esas habladurías; más aún, poco a poco, yo mismo caí rehén de esas afirmaciones categóricas.

El virus fue mutando, se fue haciendo más violento y contagioso. Las ciudades y luego las casas fueron cubiertas por enormes muros escépticos. Se instalaron cámaras en todos los exteriores, con el fin que se cumpla con la cuarentena obligatoria: mostraban a los díscolos escapar, ensayaban patíbulos, paredones redentores.

La cuarentena, año tras año, se fue haciendo más placentera: aparecieron aplicaciones para cada una de las actividades humanas. Los boliches y bares se hicieron virtuales: diseñabas a las personas que querías que estén y luego ingresabas El colegio pasó a estudiarse por medio de videos juegos, los médicos, psicólogos y demás fueron reemplazados por aplicaciones. En síntesis: todo lo concreto se deshizo en el aire y la virtualidad, el algoritmo, poco a poco, barrió al mundo real.

Mi adolescencia terminó después de tres meses de descontrol virtual: giras en cruceros, fiestas electrónicas que resistían varias puestas de sol, escaramuzas amorosas y líricas en proporciones industriales, etcétera. Como dije: a los tres meses lo había consumido todo y el reviente paso a aburrirme. Bajé una aplicación y me casé. Después de varios trámites burocráticos me llegó la encomienda: casi en su totalidad se parecía al diseño que subí, solamente, tenía los ojos más hundidos y hacía un patético ruido al respirar; nada, pensé, que una buena aplicación no pueda mejorar.

Todo marcha bien hasta que en el mundo estalló una enorme crisis económica e hizo disparar el precio de internet y derivados. Entonces las jornadas laborales pasaron de diez a catorce o quince horas. El malestar fue creciendo día tras día.

Una mañana, en plena jornada laboral, se cortó internet. Al instante comencé a escuchar los gritos de desesperación de los vecinos: una quietud instantánea los dejo frente a frente, con el pensamiento desnudo. Los gritos y alaridos se fueron sucediendo volcánicamente, hasta que, volvió el internet. La televisión y todos los medos transmitieron una cadena nacional que desarrolló un extenso comunicado, donde, en conclusión, se hablaba de un intento de golpe de Estado, se empezó a transmitir videos interactivos de anteriores golpes de Estado de nuestra historia y el mundo, una y otra vez.

Apagamos la televisión y las computadoras, hartos de tanta información. En ese momento con mi mujer nos dimos cuenta que habíamos sido agregados a un grupo de WhatsApp de título “Una dictadura perfecta”, entramos y escuchamos el testimonio de los administradores, que nos explicaban el fraude en el cual estábamos viviendo y la microfísica del poder que nos encerró.

Nadie le dio mucha importancia y todos seguimos con nuestra rutina habitual; hasta que, se volvió a cortar internet. Nuevamente se repito la dramática escena del día anterior: el silencio, el pensamiento desnudo, la verdad.

En medio de la anarquía se empezaron a destacar unos golpes secos sobre el frente de mi casa, siguió así hasta que se derrumbó el enorme muro que dividía mi hogar del mundo exterior.

-Toma, guárdalo de recuerdo-me dijo un barbudo que se abría camino desde el frente, luego me tiró a quemarropa un pedazo de muro.

-¿Qué es esto? -pregunté, sorprendido.

-La metáfora perfecta de este encierro-dijo, respiró y se perdió en su propia locuacidad: -Este Telgopor es el ejemplo vivo de esta dictadura que muestra su destino de deshacerse en el aire …

Hablaba y se iba sumando gente, poco a poco, se levantó un improvisado púlpito en medio de la calle. Continúo la arenga:

-Al igual que nosotros, hay compañeros hablándoles a los liberados de cada cuadra. Tenemos que unirnos, ser un puño poderoso, tenemos que empujar del poder a los corruptos que nos llenaron la cabeza, tenemos que recuperar el sol, la calle, el amor, nuestras vidas…tenemos que unirnos y escribir juntos las páginas más gloriosas de esta era…

Con esas palabras y la emoción de su decir nos conquistó. Comenzamos a marchar todos juntos por la avenida principal. Llegamos a la casa de gobierno, inmediatamente salieron escuadrones de policías y atacaron por todos los frentes. La multitud se dispersó y los gases fueron viciando el aire. En cuestión de segundos la convicción de los manifestantes pareció disiparse: corrían, pedían perdón, capitulaban.

Después de unas horas volví a mi casa. Estaba mi mujer llorando mientras miraba la televisión: mostraban un paredón teñido de sangre y repetían una y otra vez los fusilamientos de los rebeldes. Después hablaban sobre las consecuencias de haber roto la cuarentena: generarían miles de muertos y, probablemente, una cuarentena mucho más larga y más estricta. Muros que cubrirían toda la ciudad, el ejército con facultades extraordinarias que actuarían sin contemplaciones.

-Vamos a estar bien, amor. Todo va a volver a ser como antes-me dijo mi mujer, en ese mismo momento me abrazó, como nunca antes lo había hecho.

-Ese es el problema-susurré, melancólicamente.

-Sabes, hay cosas porque reír, la vida puede ser algo hermoso también-me apretó con fuerza, entonces la miré tratando de interrogar esa mirada vacía.

-Ese es el problema-repetí, deshaciendo mi voz letra tras letra.

-Anunciaron que prorrogan todas las hipotecas de las aplicaciones y nos van a dar un plan de pagos por la deuda de internet-en ese momento sus ojos volvieron al televisor y mis interrogantes se perdieron entre tantas voces, luego ella se alejó y nunca más volvió a abrazarme así.

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