Renault 12. Por Raúl Kersenbaum

Renault 12. Por Raúl Kersenbaum

Le habían traído el Renault 12 esa mañana y él había prometido tenerlo listo para la noche. No era complicado. Cuestión de conseguir el rotor y la tapa del distribuidor en la casa de repuestos. Si no lo tienen en la de Garay, me voy a la de la Boca, pensó.

Era septiembre y al caminar por Tacuarí, disfrutaba del aire tibio de esa tarde a pesar del grueso overall. Su pensamiento divagaba entre el tiempo que le llevaría arreglar el Renault, los otros trabajos pendientes y la partida de truco de todos los viernes con sus amigos en el bar.

Un grito lo sacó de su ensimismamiento. Fue un grito largo y espantoso que lo paralizó justo frente a la puerta de la comisaría.

—¡Circule, circule!— la voz del policía que estaba de guardia lo sobresaltó.

Obedeció confuso y retomó el camino, pero el grito le seguía sonando en la mente. Ya estaba por llegar a la esquina cuando salieron a su encuentro dos hombres de civil que ostentaban pistolas en la cintura.

—¡Documento!

Buscó en el bolsillo superior y les entregó la cédula.

—¿Qué hacía parado en la puerta de la seccional? —preguntó uno sin mirar el documento.

Mario sabía que no era conveniente mencionar el grito y no se le ocurría ninguna respuesta.

—¿No sabe que está prohibido detenerse frente a una instalación de las fuerzas de seguridad?

—Sí, sí, ya sé… No sé por qué lo hice, no me di cuenta…, disculpe.

El hombre echó un vistazo ambos lados del documento y se lo devolvió.

—¡Siga!

Mario se alejó por Tacuarí y entró al bar de la esquina de Carlos Calvo.

Tomó el segundo café sentado al lado de la ventana y encendió otro cigarrillo. El sol bajaba. Miró la hora y pensó en la casa de repuestos. Ya eran las siete. Seguro que cerraron. Vuelvo mañana y listo. Los del Renó me van a putear. Ma sí, ¡qué me importa!

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