Detuvo un taxi y arregló el precio por llevarlos a Ezeiza. Cargó las valijas en el baúl y subieron. El auto tomó por Sáenz Peña.
Esa mañana Miguel había abierto placares y aparadores. Revisó cajas que guardaban cosas que ya no recordaba. Encontró la Spica y se le vino a la memoria la voz chillona del parlante que transmitía los partidos de San Lorenzo los domingos a la tarde.
Iban dejando atrás San Cristóbal por la avenida Independencia y llegaban a Boedo. Con una amargura cercana a la bronca, se preguntó dónde andarían sus hermanos.
En un costado del aparador estaba la pila de discos long play. Encontró Refrescos Musicales. Se acordó de la fiesta en casa de Juan, cuando Ray Coniff empezó a sonar. Había esperado ese momento para declarársele a Julia, pero apenas se animó a bailar en silencio con ella.
Ahora recorrían Juan Bautista Alberdi. En el asiento de al lado, Marta miraba por la ventanilla en silencio mientras Carlitos se iba durmiendo con el vaivén del auto.
Al fondo de un estante descubrió las revistas eróticas que solía pedirle a escondidas al diarero. Miguel las hojeó con una sonrisa, redescubriendo las imágenes que alguna vez le resultaron excitantes y que hoy le parecían inocentes. Las tiró a la basura.
Ya subían por la General Paz. Volvió a pensar en sus dos hermanos que estaban siendo buscados. No les reprochaba su militancia, sino el hecho de no darse cuenta de que con eso los ponían en peligro a él y a su familia.
En el primer cajón de la cómoda vio la Instamatic con la que había sacado las fotos de su luna de miel en Córdoba, de las fiestas de cumpleaños y la torta con muñequitos de Kiss que había usado para los ocho de Carlitos.
Faltaba poco. La Ricchieri los conducía a Ezeiza.
El grabador Geloso le hizo acordar de sus primeros pasos como el periodista que nunca llegó a ser. Sus entrevistas a parientes. Las risas cuando con los amigos improvisaban un radioteatro.
Vinieron los trámites frente al mostrador mientras estudiaban detenidamente los pasaportes y los pasajes para Israel. La vista hacia abajo, no fuese cosa que alguien tomara a mal una mirada.
En el avión, Miguel se recostó contra el respaldo del asiento. En el bolsillo del saco llevaba la Parker que había usado durante la secundaria. Probó escribir algo sobre la tapa de una revista pero la tinta estaba seca.
Buenos Aires se alejaba.