Al ver la cantidad de perros babosos encaramándose una y otra vez, uno arriba del otro, sobre la perra alzada, la perra cansada, que ya no puede más, que dice basta, que se mete detrás de las rejas de una obra en construcción o de la refacción de una casa, no sé, para que la dejen tranquila la jauría de perros de la esquina, mientras el personal de seguridad de la garita festejaba la hazaña.
Al captar esa escena, corro para separarlos y recuerdo cuando a la perra le pusieron “Pampa”.
Pampa era la perra y la dueña. El problema es que la dueña se fue de viaje a La Pampa. Y como la perra era callejera y no le gustaba quedarse sola adentro, decidió dejarla viviendo en el umbral de su casa. Y cuando tuviera un problema se metiera en la obra de al lado. Si eso hacía. Pero la perra estaba en celo y eso nadie lo esperaba.
Tampoco nadie esperaba a la perra, que una mañana de sábado escapando de quién sabe qué cosa, se instaló en la cuadra. Al igual que los cuatro perros que viven en la garita. Y de otros tres de la vuelta y, de otros dos, a una cuadra. Y esa noche estaban todos juntos queriendo violarla.
La dueña -no la perra- era feminista, iba a las marchas de los pañuelos verdes en defensa del aborto seguro, quería decidir sobre su cuerpo y militaba en un colectivo de mujeres, y se peleó con su ex novio y el padre de su hija porque la maltrataba.
Tenía un cuello largo, como la perra, y era muy flaca. Daba clases de yoga y a sus 38 años mantenía un buen cuerpo y las tetas paradas.
Se llamaba Teresa, pero desde que a los 18 años se vino a Buenos Aires le decían Pampa. Después se mudó a Remedios de Escalada con su ex novio rasta y ahora a Banfield después de la separación. Toma pastillas homeopáticas.
Con su hija de 5 años se lleva como puede. La nena quiere más a su papá, y a ella un poco la rechaza. Se tratan como dos adolescentes y la consiente en todo y le consiguió la perra porque estaba encaprichada. Era tan flaca y sola, parecida a ella que a la perra también le pusieron Pampa.
Pero Teresa mucho no podía cuidarla. Ni a la perra ni a su hija. Entre su trabajo de seguridad en el Congreso, las clases de yoga y cuanto curso se le ocurría hacer de cualquier cosa de medicina alternativa y arte no tradicional, poco tiempo le quedaba. Si hasta se fue a un retiro de yoga y meditación en el Cerro Uritorco y después a San Marcos Sierra con amigas. Y a la hija la dejó con su padre, cuando éste trabajaba.
Se había cortado el pelo tan corto, que ahora en el barrio suponían que era o se hizo lesbiana. Cómo si esas cosas se hicieran. Pero sea como fuere a las tetas las mantenía paradas. Razón suficiente para que el señor de la garita, que estaba loco por cogérsela, con la excusa de la clase de yoga de prueba, entrar a su casa. Por eso festejaba cuando los perros de la garita hacían lo propio con su perra. Porque se imaginaba a él mismo pudiendo garchársela. Y él no veía en ella ni a una feminista, ni a una madre abandónica, ni a una lesbiana. Él solo le miraba las tetas y quería garchársela.
En aquellas tarde de calor, cuando había vuelto de La Pampa con su hija, y el padre la venía a buscar para llevársela, Teresa se quedó sola y cansada. Y él de la garita se quedó con la mirada clavada en la puerta de su casa. Hasta que su sueño se cumplió y Teresa salió a entrar a la perra con un shorcito tan corto que parecía bombacha. Y una remerita suelta toda despechugada. Parecía recién levantada de la siesta, toda traspirada.
En eso él de la garita se acercó. Con la excusa de contarle lo que le había pasado a la perra cuando ella no estaba. Y de cómo él la defendió, aunque antes que él se había cruzado el muchacho de enfrente de su casa. Y que incluso el “negrito”, el más buenito de los perros de su garita, se quedó con ella todos los días siguientes en el umbral haciendo guardia. Y le hacía de novio y se peleaba con los otros perros para cuidarla. Y que él podía hacer lo mismo con ella.
En el barrio están diciendo cosas. Que vos estás sola y que tu perra provocó un escándalo desde que está alzada. Y los juicios moralizantes funcionan. Y encima vos que te fuiste y la dejaste en la calle, abandonada.
Un chica bienuda del colegio de la esquina quería adoptarla. Ella tiene auto, marido, un padre que se ocupa de sus nietas y un fondo grande para que la perra esté y corra; no como vos, que vivís en este departamentito chiquito y no estás casi nunca en tu casa.
La veterinaria de acá a la vuelta me dijo que si el embarazo es reciente, todavía puede operarla. Salvo que vos quieras tener los cachorritos.
En ese momento Teresa se puso a llorar. La perra la miró. Porque para mí está embarazada.
“Eran tantos que parecía una violación”, le dijo el cuidador. ¿Querés saber cómo lo hicieron? Te lo explico en detalle si me dejas entrar a tu casa.