Algunos piensan que los pueblos son como sus gobernantes. Y a lo mejor tienen razón. Quizás tengamos un presidente paranoico porque la sociedad argentina se volvió paranoica. La clase alta o media alta tienen miedo que la roben y pone vidrios polarizados en los autos, rejas en las casas, alarmas de seguridad, asegura sus bienes y hasta colocan cercos electrificados en sus propiedades de campo o de la costa atlántica. Hace estallar el grupo de whatsapp cuando llegan a la noche y el de la garita no está y vota energúmenos que gritan sólo porque dicen defender su propiedad privada que tanto le costó ganar o heredar. Los pobres en cambio trabajan alienados sin tiempo libre ni derechos, y se amontonan en trenes, y cuando tienen dos mangos de más, pagan sobreprecios o se compran un pancho o una coca buscando una satisfacción inmediata sin poder progresar. Los más necesitados o envidiosos salen a robar o a pedir un plan. Y los gobiernos los usan o se dejan usar. Las mujeres viven aterradas acosadas por cuanto machirulo se las quiere apretar, y algunas hasta pregonan que lo mejor será relacionarse sólo entre mujeres para asegurarse que el patriarcado les afecte menos. Pero esto es estructural. Pregúntenle a Lacan. O porque creen que una sociedad votó por el 56 % a un machista, mesiánico, soltero, sin hijos, cipayo, chupa medias del poder concentrado y de los Estados Unidos, con una inteligencia desmedida producto de su obsesión porque nadie gaste de más. Pero haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago. Mientras se persigue porque los periodistas lo critican, su padre o Dios no lo quiso, las mujeres lo dejan, los zurdos lo atacan o las redes sociales no le devuelven en espejo su inteligencia artificial.