Veredaprosa
Aprendí que el desierto es un lugar inhóspito, yermo, caliente, que las serpientes se pierden entre la arena como pueden hacerlo en un río, en una cueva, en los matorrales e ignoro en cuántos más se parapetan para otear a sus posibles víctimas. Aprendí que no había nada de vegetación, obvio, al ser un terreno en donde sólo hay arena y nunca llueve, no puede tener la humedad necesaria para que se fecunde una semilla.
Con el tiempo se va aprendiendo. He leído que existen pequeños lugares en donde por no sé qué maravilla, existen lagunas y hay vegetación hermosa, entonces, nunca fue tan solo. Existen pequeñas comunidades en donde vive gente, hacen familias y hay historias. Tampoco sé por qué alguien podría elegir un lugar tan poco generoso como él, para vivir y entonces, comprendo que estamos rodeados de tanta gente que son invisibles a los ojos de quienes habitamos las ciudades. Lo leí en el libro de un amigo, Juan Ferrete y aunque, puso bastante de su imaginación, no creo que esté tan lejos de la realidad.
No imaginé que la vida me llevaría por lugares no imaginados; las cosas pasaban y hubo tiempo en que se dejaban pasar sin averiguar más. Además, ni en mi niñez ni en la adolescencia, había medios de comunicaciones como hoy ni la facilidad para aprender más de lo que enseñaban en la escuela.
La primera vez que atravesé el desierto, todo para mí fue impresionante y no puedo explicar en palabras lo que más emocionó a mi corazón. Hubo un antes y un después, como ocurre con tantas cosas que se van experimentando y van haciendo crecer por dentro para atesorar este paso hacia otro paso, dependiendo de cada creencia y filosofía.
Conté a algunas personas que en el desierto, en una época del año, había flores. Me miraron con gesto de indiferente ironía que me hizo comprender que yo no podía convencerlos de ello. Tampoco tenía un fundamento cierto. Me di a la tarea de investigar y de allí, no sé de dónde salió otra leyenda que yo creí y que me pareció lo más hermoso que yo podía escuchar al respecto.
Decía que en el desierto habitan los guanacos, que son animales mamíferos, propios de América del Sur, de lugares cálidos. Son parecidos a los ciervos, pero más voluptuosos y que en la temporada invernal, bajaban a pastar a los lugares cercanos habitados en donde sí, a veces, llovía.
Está también la Camanchaca, que es un aporte para la tierra. Es una niebla costera que condensa la humedad en sub tierra, genera fertilidad que da vida a la semilla para que se produzcan frutos, el más conocido es el de la vid. Y bueno, esa leyenda decía que una de las razones por las que el desierto se hacía fértil, era que los guanacos regresaban al desierto después del invierno y sus patas mojadas iban dejando fértil una parte del terreno desértico y se lograba la gloriosa realidad de los jardines del desierto. Cuando conté esto, me vieron, aún, con más desconfianza, pero yo lo creo y me gusta creerlo así.
Una de las veces que regresé al país en septiembre, oh, estaba lleno de flores, colores suaves, delicados, increíbles como de un paraíso arenal. Visto esto, sé que es verdad. Que puedo decirlo con seguridad y no va a importarme que me vean ingenua, por decirlo, elegantemente, aunque todavía no sepa bien cuál es el fenómeno natural que se produce para que haya flores en el desierto de Atacama.