Las mujeres que me habitan. Por Martha Cecilia Ortíz Quijano

Las mujeres que me habitan. Por Martha Cecilia Ortíz Quijano

En esta hora justa, llega por asalto, el deseo de escribir sin parar, se cruzan realidades y
pienso en la palabra “soledad”, necesito plasmarla, pero me enredo; entre lecturas de
alguien que no conozco, o ante la simpleza de leerme y corregir estas letras mías que a ratos
cojean, como la pata de esa vieja mesa que me mira de soslayo desde un rincón de la casa.
Sentada aquí, en este pequeño rincón, fumo un cigarro e imagino que soy ese humo que
sale por la ventana en cada aspiración.

Luego la realidad me alcanza de repente. Pienso entonces, en esa casa que es abrigo,
que me acuna en estas noches de angustia, que rebasan lo sin sentido. Para calmarme, la
camino a tientas, reviso que las puertas estén bien cerradas como si no quisiera ver lo que
pasa afuera; (detectar los trapos rojos en las ventanas de los abandonados). No quiero que
me alcance este sinsabor, esta angustia del no poder, y en instante sólo me veo regresando a
ese universo acuático de mamá.

Entre el caos de este cuarto que en ocasiones ha sido patria y cárcel al mismo
tiempo; el desorden, se minimiza un poco con preguntas sin respuestas, taladran en mi
cabeza, y pienso en todas las mujeres que confluyen dentro, y mi “razón” conversa con
ellas, como si negociase la coexistencia con una locura amable y no reconocida. Las
lágrimas no han sido una opción, pero a veces los ríos se desbordan. El llanto y la risa son
cosas tan disonantes pero complementarias, en este avatar de vida. muchas cosas pasan por
mi mente, como un vendaval que aparece de repente y luego se va, ahora lo comprendo
todo, desde antes de este autoconocimiento de vos ya buscaba exiliarme a un espacio
completamente mío, dejarte por fuera, como si fuera posible y conseguir silenciarte, o como
mínimo apaciguar esas vocecitas, o la intensidad de tu voz en off antes de tus gritos
desquiciados, que luego se hacen letras, con una fuerza única que doblegan mi espíritu, y
poder por fin escribir algunos de esos versos atravesados en mi garganta.

Veo la madrugada llegar al borde más extremo, el insomnio ha sido para nosotras la
constante en estas últimas noches; Los días giran con una calma que antes nunca
conocíamos. Oigo mis pensamientos y los tuyos como eco, y me preguntas ¿Quiénes
somos? afirmo que acaso no somos las que coleccionan atardeceres. Pensé que ya
reconocerías que somos hijas de Yemayá, “madre de todos los mares” y que el sonido de la
lluvia golpeando los techos del vecindario y el olor a tierra mojada están entre las cosas que
más disfrutamos. Que nos miramos desnudas frente al espejo cada mañana y que envueltas
en velos rojos danzamos sin parar. Pero, ha llegado el tiempo de mirarnos por dentro y
evaluar el camino y aparece de nuevo ese miedo, presente también el recorrido de las
hormigas.

Salta tu voz de improvisto ¿Te acuerdas cuando caminábamos por la ciudad casi todos los
días? Como niñas necias, como quienes miran de los cristales el asombro de la vida. Nadie
comprendía nuestra terquedad. Ahora, insistes en querer seguir buscando respuestas ciertas.
¿Recuerdas? Nos embriagamos con vino tino y brindamos por días mejores y por las
heroínas que estuvieron antes que nosotras. Lilith que prefirió el infierno al paraíso, Hipatia apedreada por pensar distinto o Emily Dickinson en su elección del encierro antes que el
desamor. Sus voces, habitan en mi mente y de repente claman salir, en esta precisa hora,
cuando nos piden quedarnos en casa, justo en el instante mismo, como a las tres de la tarde
del domingo, donde la vida parece ir más lento. Me muestras en este diálogo interno, de
letras atrapadas en telar de araña, donde se hace urgente plasmar el amor en memorias de
ciudad, con la incertidumbre que todos los días parecen iguales, qué más da lunes, martes o
sábado, sólo nos queda la incerteza de los días por venir. Estamos como quien cuenta las
horas del reencuentro, con ese amante que se extravió en el camino.

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