Se levantó esa mañana, como un día más, era una mañana fría de invierno, donde lavarse la cara con agua fría era sobrevivir!!! una aventura pues de tener las mejillas aún tibias marcadas por la almohada a recibir esa agresividad por el cambio de temperatura era ser muy valiente!!!
Sin decir una palabra con la cara roja va rumbo a la cocina a desayunar, el aroma a café la invitaba a despertarse si aún no lo había hecho, en la mesa estaba servido el café con leche colado por su mamá, porque a ella no le gustaba la nata y tostadas con manteca y azúcar, para ella los placeres de la vida ,lástima que debía ir a la escuela, sino comía tostadas media mañana.
Se pone el guardapolvo blanco con tablitas, se arregla las medias tres cuarto azules, pues en ese tiempo cuando ella asistía a la escuela, no permitían a las niñas usar pantalón, así que deseaba tener once años por lo menos para que su madre le comprara medias de nylon y poder estar más abrigada, se arregla la hebilla de sus zapatos negros lustrados la noche anterior por su padre costumbre ,que heredó y años más tarde continuó con sus hijos ese legado.
Y toma el portafolio de cuero marrón que su padre le compró al comienzo del ciclo escolar, junto con los útiles que llegaban el seis de Enero, sin que nadie se los pidiera a los Reyes Magos, ella no se explicaba como llegaban , ¡¡¡si ella nunca los pidió!!!
Abre la puerta y el frío le corta la tez suave y delicada .Mira hacia enfrente y la gramilla está blanca de la escarcha que cayó esa noche.
Su mamá la acompaña, van en silencio hasta que su madre le dice: ¿llevas todos los útiles? en el portafolio tenes las galletitas “Colegiales”para el recreo, es curioso venían cinco galletitas en el paquete, el tiempo que demoraba en comerlas y terminaba el recreo, todo calculado!!!
Por suerte la escuela quedaba a cinco cuadras de su casa. Al llegar se saluda con sus compañeras y compañeros de curso.
Ya comienza a asomar el sol, llega su compañera Silvia Díaz, con su guardapolvo almidonado , sus tablas y planchado una a una ,el moño de la espalda parecía de cartón, su cabello recogido tirante con un rodete , sus ojos rasgados parecían más orientales aún.
Detrás venia su madre que a las siete y media de la mañana tenía ganas de pintar su boca con rojo carmín y sombra color celeste en sus ojos hasta cerca de las cejas también remarcada con lápiz negro.
Su madre le había puesto un sobrenombre “La pintarrajeada”. El timbre anuncia que deben ingresar a la escuela, besa a su mamá, se despide e ingresa al patio, donde cada grado se pone en fila para saludar a la bandera que esta en el mástil.
Un compañero la iza y entonando “Aurora”, la directora saluda y luego en silencio ingresan cada grado a su salón. Cada uno se sienta en su lugar, sacan sus útiles, cuaderno, cartuchera, bullicio en el aula murmullo, ¡¡¡ exclamación!!!!!! ¡¡¡ Ohhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!, cuando Silvia Díaz saca su lapicera Sheaffer que era como las Adidas de las lapiceras con su nombre impreso en dorado.
Ella, María no podía creer que su compañera tuviese algo tan bello!!, hasta ese momento ella creía que todos eran iguales,¡ ya no! ¡¡¡No sabía que eso existiera !!
La miraba, su nombre en dorado, ¡¡¡era bellísimooo!!! Y se preguntaba porqué ella no tenía una igual .
No dejo de mirar la lapicera de su compañera en todo el día. El timbre anuncia la hora de salida. Juntan los útiles, apurados por salir .
Levanten todos los papeles del pisooo!!! dice la maestra, y luego salgan en orden.
En la puerta la espera junto con otras madres, su mamá la saluda con un beso y van rumbo a su casa , la madre la acribilla a preguntas como todos los días, si tenía mucha tarea?, si le corrigió la maestra ?si hay que comprar el manual? o el libro de lectura?, le entregaste los certificados de las vacunas?
Y ella no contestaba , ni siquiera escuchaba qué decía su mamá,solo pensaba en la lapicera de su compañera con su nombre impreso.
Pasaron los años, jamás pudo olvidarse de la lapicera de su compañera. Hoy ella tiene sesenta y un años, es escritora y hace poco tuvo la satisfacción de tener entre sus manos una lapicera con su nombre impreso en plateado y la miró, con los mismos ojos de niña, igual que cuando miró la lapicera Scheaffer de su compañera Silvia Díaz.