La bestia está siendo domada: toda su iniciativa se resume a intenciones desordenadas, su furia degrada en rabia boba y su rostro se sacude trompada tras trompada. Un espectador abre los ojos hasta la exageración y presencia lo impensado: el campeón recibe una combinación de golpes y aterriza, sin paréntesis, sobre la lona. Intenta levantarse. No tiene sentido: su gloria deportiva viaja en el Titanic.
Mike Tyson nació en un suburbio de Nueva York y tuvo noches mucho más oscuras que aquella: una sombra lacerante lo sorprendió, muchas veces, derramando su resentimiento en peleas callejeras, anestesiando su dolor con drogas y alcohol. Luego venía la redención del sistema: lo enviaban a reformatorios donde lo molían a golpes y le infectaban clorpromazina; recostaba así, en esa nube de opio, toda su furia, hasta que se deshacía y volvía a la calle con toda su violencia recargada.
En una de sus estadios en el reformatorio desfiguró a un compañero. El guardia llevó a ambos con Bobby Stewart, un exboxeador que trabajaba como asistente social. Los miró a ambos: al que sangraba y al salpicado de sangre. Concentró su mirada en el segundo y le dijo que lo siguiera. Lo arrinconó y le pegó una trompada; antes que naciera la intención del segundo manotazo, Mike se abalanzó sobre él y se descargó sobre sus costillas. Bobby lo miró conteniendo el aliento y le dijo: “Mañana a las ocho en el gimnasio, guarda toda esa bravuconería para los entrenamientos.”
Bobby le enseñó todo lo que sabía y, entrenamiento tras entrenamiento, se quedaba atónito con lo que veía: un despliegue de rabia insolente, un compacto bombardeo de plomo, un aura mitológica de noqueador. Se dio cuenta que ya no podía enseñarle más nada y llamó a un viejo amigo: el célebre Cus D Amato, entrenador de varios campeones mundiales. El viejo lo miró en silencio y, luego de un instante, se despachó con una frase filosófica de antología: “El odio lo va a consumir, tenemos que convertirlo en amor al deporte”
Mike se esmeraba en los entrenamientos y luego se perdía en las calles: amanecía entre
bocanadas, rodeado de delincuentes y asechado constantemente por abismos. Cus
observaba, esperando el momento para actuar. En un entrenamiento, los demonios de
Mike se desbordaron de su mente y atiborraron todo el gimnasio. Cus se acercó, lo abrazó
como un padre y le susurró al oído: “Si vos no estuvieras acá, quizás, yo no estaría vivo
ahora. El hecho de verte entrenar tan bien como lo haces, me da razones para vivir. Voy a
estar con vos, pase lo que pase, y voy a verte ser bueno y solo me voy a ir cuando no me
necesites, cuando seas bueno dentro y fuera del ring.”, luego Mike se largó a llorar y
abrazó a ese anciano sabio, dejando nacer un calor reparador, fundamental en la historia
del pugilismo.
El trato era el siguiente: haría todo lo que Cus le dijera, hasta las instrucciones que se
contradecían entre sí; si pasado el tiempo no llegaban los resultados, Mike podría irse y
escupir sobre los pergaminos del anciano entrenador. Pasó el tiempo y los resultados se
precipitaron: Torneo Olímpico Junior 1981, Torneo Olímpico Junior 1982, Medalla de Oro
en el campeonato sub19 Nacional 1983, Medalla de Oro en el campeonato sub19 1984 y
Campeón del Torneo Tanner 1984. Se puede decir muchas cosas más también: derrumbó
en ocho segundos a un oponente, ganó la mayoría de sus peleas con nocaut explosivos y
se encaminó instantáneamente hacia el profesionalismo.
Cus le organizó el primer cumpleaños de su vida, se veía feliz con su nueva familia. En
medio del festejo sonó el teléfono: era para el pugilista, había muerto su mamá. Salió con
lo puesto, estuvo en silencio durante todo el funeral y con el mismo silencio se refugió en
sus palomas. Habían sido su consuelo durante larguísimos años de soledad. En el altillo
donde estaba, se dibujó una sombra sobre el marco de la puerta: era Cus de Amato. Lo
abrazó y le propuso ser su padre adoptivo.
Mike empezó a quererse, a comportarse con juicio dentro y fuera del ring. Absorbió toda
la sabiduría del viejo Amato: sus enciclopedias amarillentas, su filosofía emocional y fue
construyendo una mentalidad ganadora. Se abría una etapa fundamental.
La noche anterior al debut profesional, el pugilista no podía dormir. En las rondas
nocturnas habituales del entrenador, entró en la habitación de Mike y notó sus ansias. Se
sentó y dejo sus oídos a disposición: “Tengo miedo de fallarte”, susurró el pugilista. Cus
clavo su mirada hipnótica en él y habló: “El héroe y el cobarde sienten exactamente lo
mismo, pero el héroe usa su miedo y lo proyecta hacia su oponente, mientras que el
cobarde huye. Es lo mismo, miedo, pero es lo que haces con él lo que importa” Luego se
levantó, apagó la luz de la habitación y su voz se esparció una vez más en la oscuridad:
“Sos un valiente hijo, dentro y fuera del ring, nunca me vas a fallar”
En el debut como profesional aplastó a su rival. Más todavía: gracias a una sucesión de
victorias relámpago se encaminó hacia el título mundial. No festejaba sus victorias, solo
miraba donde estaba su maestro: buscaba su aprobación o sus correcciones. En una pelea
miró hacia la tribuna y vio como se lo llevaban luego de una crisis respiratoria.
Llegó al hospital y esperó poder visitarlo. Entró y vio como el anciano se consumía, como
la colilla de un cigarrillo. Lo abrazó. Sabía que tenía poco tiempo. Le agradeció todo lo que
hizo por él y luego conectó su mirada con la de Amato, le preguntó lo que siempre quiso
preguntarle: “¿Por qué me elegiste desde el primer día?” El maestro, con los ojos brillosos,
siguió haciendo filosofía: “Un chico viene a mí con una chispa de interés, aliento la chispa
y se convierte en llama…solo te alenté, vos me elegiste a mí.”
Mike Tyson tuvo, luego de la muerte de Cus D Amato, las victorias más impresionantes
de su generación; pero también, se quedó solo en un deporte de caníbales. Con el tiempo
esa llama se fue achicando, hasta que finalmente se apagó y todo volvió a la oscuridad.
Se llevan al excampeón al camarín. Tiene un ojo hinchado y la derrota plasmada en la
cara. Todos hablan a su alrededor: Don King repite la palabra estafa, fraude, anulación. Su
séquito reproduce todo mecánicamente. Mike se siente solo en esa jungla. Mira la puerta
y espera, inútilmente, que se dibuje la silueta de aquel amado anciano.