Daba miedo La Consuelo.
Mujer de unos 50 años, contextura grandota, cara de mala y cabeza rapada.
No hablaba con nadie del barrio, como que ignoraba lo que pasaba a su alrededor.
Mamá le llevaba comida junto con otras vecinas y también algún abrigo y calzado, pero ella siempre con su cara de mala, sin siquiera agradecer.
Según los viejos del barrio (entre ellos, mi abuelo) había sido una hermosa y simpática mujer.
Con su hija y su marido, habían llegado de una provincia del norte a buscar un futuro en Buenos Aires.
Muy trabajadores los dos, el marido era albañil y ella lavaba y planchaba ropa en casa de familia y así pesito tras pesito, habían construido un ranchito en un terreno baldío a la vuelta de mi casa.
Las nenas del barrio le teníamos pánico.
Cada vez que nos veía jugando en la vereda (como se acostumbraba en esa época) se nos acercaba La Consuelo y nos quería agarrar, tocar, pegar, no sabíamos bien que, porque lográbamos salir corriendo a los gritos.
Hace poco en una reunión con “los chicos del barrio” de 50 años o más, conocí su verdadera historia.
Una mañana fría de invierno (como las de antes) donde el pasto se teñía de blanco por la escarcha, La Consuelo, llevaba a su niña al colegio, caminaban unas ocho cuadras todos los días, charlando de los deberes que tenía que presentar y los juegos que compartirían a la tarde los tres juntos, eran muy felices disfrutando esos momentos familiares.
En ese momento, se detiene un auto, baja un hombre y toma a la niña de un brazo y la ingresa al auto.
La niña gritaba desesperadamente pidiéndole ayuda a su mamá, pero ésta, ante semejante situación se queda paralizada sin poder emitir ningún sonido de auxilio, su voz se apagó por completo.
No pudo reaccionar ante inesperado episodio, siendo testigo de cómo se llevaban a su pequeña niña. Llegó a su casa desesperada junto con el esposo comenzaron las denuncias y búsquedas de la niña que nunca llegaron a su fin (se sostenían el uno al otro con el amor que habían construido con el paso del tiempo)
Pasado unos meses, sin ninguna respuesta de la justicia ya que no tenían dinero para contratar buenos abogados, su marido falleció de tristeza y ya nada hizo que la Consuelo se recuperara de semejante dolor, estaba sola en la vida.
La Consuelo ya no quería vivir, sus dos amores se habían ido y ella se culpaba por no haber podido pedir ayuda por el secuestro de su niña.
Hoy, a la distancia, siento que tal vez, cuando nos veía jugar a mis amigas y a mí, no era que nos quería pegar o asustar, tal vez, simplemente nos quería abrazar, acariciar, llenarnos de besos, viendo en nuestros rostros, el rostro de su niña.
La Consuelo murió de viejita y lamentablemente ni los vecinos, ni la justicia, ni la sociedad misma pudo ayudarla y entender su inmenso y desgarrador dolor,simplemente, para todos, era La Consuelo, la loca del barrio.