Y un día, fuimos a la cancha.
Si no lo habíamos hecho antes, es porque yo no soy muy fan del fútbol, ni muy valiente para estas cuestiones de padre, pero ella lo pidió. Estaba en todo su derecho de hija y de hincha .
Entonces, sucedió lo que tenía que suceder para que la noche fuera inolvidable. Allí aparecieron los amigos.
Mi gran amigo Juan con sus contactos infalibles consiguiendo cuatro entradas. ¿Quién se prendió entonces?, ¡Ángeles, con sus ganas de compartir y su buena onda, y ya éramos cuatro los hinchas! .
Nos encontramos en la misma cancha, mientras el partido comenzaba.
Lulú miró a su alrededor, y se quedó obnubilada con la cancha en sí. Observando, abstraída, cada detalle. La hinchada que estaba ya a pleno canto, bombo, y pasión. Los trapos , que colgaban como siempre, y también el ambiente que se sentía algo así como entre tenso y expectante. Había miles de almas soñando lo mismo, ganar y salir del apremio. Y esa energía se veía como un halo resplandeciente, sobre el campo.
Era la primera vez que mi pequeño retoño pisaba el Florencio Sola, para sellar para siempre su pasaporte de hincha. Mientras yo, envuelto en un torbellino de emoción, sentí que mi corazón no tuvo más espacio para el amor. Ese que se forjó por los colores, de pibe en el barrio. Ese que siento por mis amigos de fierro. Pero mucho más, ese que me hizo soltar algún lagrimón, al verla a ella, tan grande, tan feliz, y desenvuelta. Como una más.
Anoche mi equipo sumó a otra hincha para asegurarse una nueva generación de corazones latiendo por sus colores.
Ella, sabiéndose el centro de atención, a los pocos minutos de estar en la cancha nos dice:- ” Hoy ganamos dos a uno”… mmm, ehhh, no!!! mejor “Dos a cero”!!!.
Ángeles le dice:- “Viste Lu!?!, vinimos nosotras!, vamos a ganar…
Yo que le digo: -Si se cumple tu pronóstico nos vamos a comer milanesas con papas fritas a “Juancito”.
Y de repente….. Goooooooooooool!!!
El primero que abre el partido para seguir soñando.
Es que nuestro querido Taladro estaba tratando de salir del fondo de la tabla. Se notaba que había actitud y garra, y hasta por momentos, esbozos de buen fútbol.
Terminó el primer tiempo, momento de algo calentito más algún chocolate para calentar un poco más el cuerpo, ya que el alma estaba encendida y ardiendo.
Y se vino el segundo tiempo. Y cantar se convirtió en algo imprescindible.Y saltar, no era algo que se pudiera evitar.
Los rivales mendocinos de buen pie, nos atacaban. El Tomba, difícil de tumbar, estaba herido pero no perdido, y de a poco iba inclinando la cancha.
Nosotros, todos los miles de presentes más nuestros once guerreros sabíamos que podríamos dar la estocada final si se nos daba una de contra.
Entonces, como para cumplir el vaticinio premonitorio de mi hija, hubo un quite a favor en mitad del campo, un rebote que “sí”, nos quedó para salir a volar de contra para que el final sea feliz, para que cada alma grite de emoción con lo que las retinas veían. Y no lo pudimos creer. Porque está vez si pudimos fundirnos en grito de gooool!!!, en un abrazo interminable, y ver en ese instante que el cielo se abría con el brillo de un presagio de amor.
Y ella, con una naturalidad de quién no sabe de sufrimientos, nos dice: Vieron!?! acerté!!! dos a cero…Nunca sentí más orgullo de padre futbolero como en ese instante que sin dudas será para mi, eterno.