La amistad, un aquelarre contra las distopías. Por María Soledad Bolgán y Virginia Grosso

La amistad, un aquelarre contra las distopías. Por María Soledad Bolgán y Virginia Grosso

La amistad se nos ofrece como un espacio de deseo, experienciación y descubrimientos, donde la afectuosidad, amorosidad y la empatía se comienzan a esbozar desde los comienzos de nuestra socialización. Nos instala en un nuevo sentimiento, el de pertenencia al vínculo, se juegan otros roles ajenos a los familiaristas, nos inicia en la noción de un nuevo nos-otros, los pares.

La podemos describir de otra manera como un tejido de sostén, amparo, protección y proyección donde se ensayan nuestras salidas al mundo, desde la filiación a la afiliación, desde lo fraterno-filial a lo fraterno-fraterno. Ya no fratría sino pares. Es aquí que se anima a pensar en voz alta, se comparte en complicidad sin el miedo paralizante a los prejuicios. La amistad se ofrece como una fuerza potenciadora donde se transita la posibilidad de habitar un territorio diferencial y de diferenciación sin intento de captura o dominio.

En ella se enuncian las diferencias, pero se las integra al tejido, como un matiz que da trama y distingue los colores, de uno y otro hilo del tejido. Aquí la diferencia, más allá de los dibujos que genera, los hiatos que abre, es lo que le da la calidad, calidez y diseño al tapiz, hace lazo. Es un lugar donde se experiencia el ir siendo, el devenir con y entre otros, haciendo una estofa colorida, sabrosa y múltiple. Una pasión alegre que se nos ofrece en estos tiempos para que podamos habitarla como refugio y alimento en un quehacer vincular. La amistad se instala y hace un entre en el que no hay exigencia de homogeneidad, posibilita la práctica de la diferencia, donde hay una afinidad desde la cual se puede dar la con-versación, versar distintas narrativas. Nos espabila en cuanto a la jerarquización de los vínculos impuestos por la cultura, donde pareja y familia aparecen como los únicos dadores de apuntalamiento. 

Es una apuesta de disponibilidad, de reconocer los signos en el otro, de confianza y reciprocidad compartido con otras personas, que se da lugar en un encuentro, se riega entre afinidades y se fortalece con el lidiar de las diferencias.

Un entre que está en constante actualización, deviniendo, migrando en el tiempo y las instancias donde se despliega la existencia. Kronos y Kairos deponen su rivalidad y conviven en los recuerdos, se actualizan en las emociones que se siguen celebrando y no litigan por sostener una lógica.

Las charlas se vuelven relatos, las diferentes versiones, que se con-versan, que se debaten poniendo en   tensión de que no se va a configurar en una versión única. Las voces, como en el fogón, forman coros de risas, de matices, que enriquecen y modifican las experiencias, una misma historia, da lugar a miles de versiones que cambian en el tiempo y en las personas.

La amistad conserva las tensiones míticas de la magia de lo espontáneo, lo impredecible de lo que está por venir, pero con la convicción de que es un devenir con otro. Exorciza la soledad corpórea e incorpórea, crea proyectos enormes como cruzar los mares con barcos de papel y travesías mundanas, como el comer una ciruela robada del patio de un vecino en una siesta agobiante de verano, recibiendo el frío del suelo y la risa cómplice, re poniéndonos del miedo

Nos preguntamos: ¿es posible plantear la amistad como un espacio micropolítico de resistencia a la fluidez de los tiempos líquidos, los vínculos efímeros y el desamparo? ¿Puede su función social albergar las utopías de un mundo por hacer? Parafraseando a Deleuze, hay que reencantar al mundo para volver a amarlo.

Y nosotras creemos que habitar la amistosidad con una actitud vital y potenciadora que nos devuelva en múltiples y diversos sin necesidad de aniquilamiento, pensamos a la amistad como una utopía posible.

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