Domingos de antaño. Por Mariano Bucich

Domingos de antaño. Por Mariano Bucich

A veces extraño, aquellos años.

Era más lindo cuando compartíamos tanto.

El barrio, sus calles tranquilas, mi casa, el silencio de los mediodías, las chicharras en las siestas, las tardes llenas de pájaros, y en las noches las luciérnagas… La familia.

Los domingos a la mañana despertar con la música de mi padre, oír a lo lejos el típico sonido del Citroën de mis abuelos acercarse y a los perros con sus ladridos, felices por su visita, también porque sabían que en una bolsa de tela con dos argollas como manijas, el pan venía.

La casa y el desayuno, con ese aroma a café recién hecho. El café con leche con tortas negras que me traía mi abuela hasta la cama, mientras abría la persiana, inundando el cuarto con su luz, más que el mismo sol al entrar por la ventana.

O con mi abuelo arreglando el parque, entre el verde del césped y su olor a recién cortado, y el de las plantas de los canteros repletos de flores, por estas perfumados. Y la “tierra fresca” luego de removerla, sacando los yuyos de abajo de las piedras, volviéndose así, esponjosa y negra. Podábamos la enredadera, así como también al limonero, entre sus espinas, con cuidado y esmero.

Luego de tanto esfuerzo armar la leña en la parrilla, encender el fuego, y con las brasas cocinar la carne para el almuerzo.

Luego, en la sobremesa, jugar con mi hermana, a las cartas o al estanciero.

Y después la siesta. Recuerdo en ella y desde mi cama ver los reflejos en la pared de la luz que entraba por las endijas de la ventana. Con miedo, porque en ellas y con mi imaginación en la mirada se transformaban en ogros y fantasmas que me quitaban el sueño.

O con mi viejo me veo haciendo algún invento en el taller, excusa para compartir con las manos y el corazón, aquellos encuentros entre martillo, clavos, y sueños, devenidos en ansiados proyectos.

O con mi madre enhebrar una aguja para coser algún sueño.

O en la cocina preparar bizcochuelo, para acompañar los mates de la merienda de la tarde.

A veces venían, mi tío en su Fiat junto a mi tía y mis dos primos a pasar el día. Cada tanto traían dulce de batata que devorábamos directo de la lata.

Es que en esos domingos estábamos todos, y la vida era disfrutar sin que faltara nadie.

Hoy, al volver sobre mis recuerdos no puedo evitar pensar en la nostalgia que siento, que me invade, ya que es algo irremediable, en estos tiempos longevos.

Pero la vida que es sabia por vieja, me dio una hija y dos sobrinos, ellos me dan la alegría y el equilibrio, que todo lo compensa a puro cariño.

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