A mediados de 2022, Unicef y Telefé Argentina lanzaron una campaña denominada “Al hater ni cabida” con el objetivo de denunciar y combatir los discursos odiantes en redes sociales virtuales. Esa propuesta se compuso de contenido audiovisual a partir del cual se busca desactivar el discurso odiante que aparece en las redes. Según datos expuestos en esta campaña, extraídos de la quinta encuesta sobre el impacto de COVID-19 en niños, niñas y adolescentes, publicado en febrero de este año por UNICEF Argentina y del Observatorio de la Discriminación en Internet del INADI, el 13 % de les adolescentes dijo haber experimentado situaciones de violencia o haber estado expueste a publicaciones violentas en redes sociales o en Internet.
La campaña muestra un valioso interés por hacerle frente a un problema actual y urgente, que efectivamente requiere atención, como es la circulación de discursos de odio desde las plataformas y redes virtuales, especialmente dirigidos a niñes y adolescentes.
Este aporte se enfoca en promover estrategias de salida individual para producir cambios, insistiendo en la revisión de las prácticas propias para mejorar la manera en que nos movemos en las redes y colocando en igual posición a todo discurso odiante, anulando, así, la posibilidad de advertir lo singular de cada uno en su estructura para atender a sus particularidades.
Como norma general, es posible pensar que los discursos de odio circulan en las redes sociales virtuales habiéndolo hecho, antes, en el mundo analógico. Y que es preciso problematizar el fenómeno de los discursos de odio para propiciar un desarme de esa estructura. Pero, ¿dónde comienza la construcción de estos discursos odiantes?
Una respuesta posible es enfocarnos en revisar los posicionamientos de la que quizá sea la mayor maquinaria productora de sentido en el mundo moderno: el Estado.
Los discursos que circulan hoy en la sociedad se fundaron en estructuras de sentido históricas y políticas. El racismo es uno de los dos más grandes tópicos del discurso de odio de las últimas décadas (Richter, 2021).
Esta reflexión apunta en dirección a pensar en el discurso racista como uno de los discursos de odio producidos centralmente desde la esfera estatal, pero no como cualquiera de los discursos. También a explorar en torno a la manera en que el Estado fijó y fija posición fundando sentidos y, por tanto, discursos en nuestra sociedad. Por último, el interés está enfocado en reflexionar acerca de las prácticas colectivas, no a salidas individuales, que es necesario promover, centralmente desde las aulas, para desenmarañar los discursos de odio con los que lidiamos en nuestra vida cotidiana.En primer lugar, vale decir entonces: racismo no es cualquier discurso de odio. Racismo
no es segregación ni discriminación; esas son formas de racismo, pero el racismo no se agota allí. El racismo es una ideología que hace de la diferencia la justificación de la desigualdad. En el contexto de la colonización de América, la idea de que existen razas trajo consigo la asignación de una superioridad “natural” de los europeos sobre los nativos. Así, de manera asociada, el discurso que se construyó a partir de entonces tiene en el centro al europeo civilizador, sinónimo de progreso, frente al nativo “inferior”, que necesitaba ser dominado.
Como afirma el Colectivo Identidad Marrón, Argentina funda su identidad sobre la base del mito blanco.
En segundo lugar, es posible revisar la manera en que el Estado fijó posición y construyó un discurso empírico en torno a quiénes somos, a nuestra identidad. En línea con ello, resulta importante observar que la construcción del Estado-Nación en Argentina se produjo sobre la base de un mito: el de la identidad blanca. Como sostiene el colectivo Identidad Marrón la idea de la Argentina blanca es eso, un mito.
Sin embargo, sobre ese mito se consolidaron importantes políticas públicas que, a lo largo de la historia, nos fueron posicionando en un nosotros-ellos identitario. Quizá la de mayor relevancia para la región norpatagónica, por su impacto y porque constituyó un genocidio, es la Conquista del Desierto, campaña militar y religiosa desarrollada sobre finales del siglo XIX y principios del siglo XX en la Patagonia argentina que supuso el sometimiento y exterminio de pueblos originarios en el contexto de la construcción del Estado-Nación.
Esta embestida al otro no blanco, al otro indígena, fue una política pública estatal que aún en la actualidad produce sentido. Por caso, en 2016, en Choele Choel, el entonces ministro de Educación del gobierno macrista, Esteban Bullrich, inauguró instalaciones de la Universidad Nacional de Río Negro y planteó, sin tapujos, que aquella acción constituía “la nueva Campaña del Desierto, pero no con la espada sino con la educación”.
Ese discurso, altamente racializante, circuló con algunas resistencias, pero sin grandes sobresaltos. Puede que advertir el origen de los discursos de odio no resulte una tarea sencilla en tanto los discursos odiantes se camuflan como meras opiniones, ideas, posicionamientos políticos válidos, y buscan vestir de otra cosa la violencia que importan en su estructura.
Frente al discurso de odio racista, el Estado es un actor importante no solo en la conformación de la identidad de una nación, sino en tanto puede obstaculizar, invisibilizar o promover transformaciones estructurales que ataquen, debiliten y quiten potencia a los discursos
de odio. La lucha antirracista, en particular, ocurrirá a partir de políticas de gestión que lleguen a las aulas de la universidad, escenario central para la producción de sentido que haga contrapeso de los discursos de odio en general y del racismo en particular. El proceso formativo que supone estudiar una carrera en tanto acto performativo colectivo habilitará valiosas y sólidas revisiones a los sentidos que circulan, que luego –quizá– se constituyan en transformaciones que migren al
mundo de sentido de las redes sociales virtuales.
En “Mil palabras para entender los discursos de odio” https://www.editoresdelsur.com/publicaciones-digitales/
María Paula Díaz es miembro del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Derechos, Inclusión y Sociedad (CIEDIS) y docente de la Universidad Nacional de Río Negro