Del dicho al hecho. Por Lila Luchessi

Del dicho al hecho. Por Lila Luchessi

Siempre termina igual. Toda escalada contenida, silenciosa, rumiante acaba en acto. El malhumor no digerido, el pensamiento recurrente que impide escuchar cualquier argumento que no sea el propio, el prejuicio convertido en profecía que se cumple una y otra vez. Y, si no lo hace, se fuerza la situación para terminar con un: ¿Viste? Ya decía yo.
La descalificación, que se vuelve insulto y sube el volumen, se transforma en grito y termina en acto. El grito libera violencia, intolerancia y odio. En otros casos, resentimiento, impotencia o envidia.

Esos sentimientos requieren bloqueo, cancelación, eliminación del que no se parece o no se adapta a lo que la comunidad pretende que haga. Las burbujas virtuales elevan exponencialmente la sensación de integrar un todo homogéneo, mayoritario y sin fisuras. Y las acciones de bloquear, cancelar y eliminar son metáforas de aquello que –de convertirse en hecho– lleva directamente a la cárcel y el cementerio. También lo son los juegos de realidad aumentada y realidad virtual que permiten caminar entre los deshechos de la masacre, pisar los muertos, perder el eje. Disparar hasta el agotamiento con armas láser o bombas de pintura contra un enemigo con quien se disputa el hecho de acertar más, apuntar mejor, dejar fuera de combate.

Esa idea de erradicación escala, cada vez más, generando crímenes por causas de género, pertenencia étnica o situación social. No hubo tapujos para incendiar personas en situación de calle, dormidas en la intemperie del invierno.

El desgarrador paisaje de inequidad, en el que muchos excluidos –solos o en familia– fueron arrojados a un vacío de carencias de todo tipo se transforma, violencia mediante, en otro pincelado por un odio que dibuja la escena del crimen justificada en meritocracias poco convincentes y envuelta en llamas que arden a fuerza de combustibles y ferocidad.

Como bárbaros posmodernos, los integrantes de unas burbujas sesgadas por la sinrazón y el odio más profundo elaboran teorías conspirativas para expiar el horror que sus dichos, con sus potenciales acciones, pueden generar.

Envalentonados por el efecto de un veneno que comparten en sus microburbujas mediatizadas en las plataformas o dentro de countries y barrios cerrados, suponen que esa hiel se desliza por la sociedad entera. Las relaciones entre el mundo online y aquel que se manifiesta en la cotidianeidad fuera de línea no solo se retroalimenta a través de foros y plataformas. También naturaliza un mundo aberrante en el que lo atroz no se compone de narrativas y pixeles, sino de muertos y sangre.

Las afirmaciones más brutales se construyen a partir de otras improbables y, en más de un caso, directamente inexistentes. Es en la espiral que escala como se elaboran, sostienen y manifiestan dichos que intranquilizan a los más cautelosos y atemorizan a los más razonables.

El mecanismo por el que se enlazan ciertos razonamientos disparatados consiste en deslizarse de un tema a otro, de una afirmación sin asidero a otra que tampoco lo consigue. La eficacia radica en el encierro encapsulado de la comunidad en red o los paredones que separan la inclusión de la exclusión. La eficacia solo es tal en composiciones homogéneas. Es en el intercambio en el que se expone la falta de pruebas, la argumentación endeble y el pensamiento fallido. Allí donde se manifiestan estas expresiones aparecen otros dos procedimientos. El que finge demencia y el que considera que el discurso de odio no es de derecha ni de izquierda. Simplemente se recuesta en una apoliticidad que no reconoce ninguna diversidad ni respeta las más elementales condiciones humanitarias para quienes consideran fallas del sistema. Esta práctica se sostiene en la necesidad de borrar, aniquilar, desaparecer lo que no se tolera. Al fin de cuentas, desde una idea de apoliticidad –ignorante o mentirosa– rumia prejuicios y sentimientos inconfesables. Para el caso es lo mismo. El resultado es el autoconvencimiento de que lo que no se adapta se elimina. Y la solvencia con la que se expresa se justifica en una superioridad moral muy difícil de demostrar.

Hasta aquí, la descripción calza con “kakas” y “globoludos”; “peronios” y “gorilas”; “progres” y “fachos”. En el fanatismo binario de las redes, cada burbuja se retroalimenta con argumentos similares pero excluyentes. Así, el binarismo de género característico de la sociedad patriarcal se suplanta por otros: el de binaries y no binaries.

El cruce, de ocurrir, se produce a través de la presencia de núcleos duros capaces de inmolarse en nombre de la verdad inequívoca y generalizada. De esas que se sostienen a gritos y, si hace falta, con “fierros”. En el territorio, la contención de los cuerpos se vuelve central. La violencia, fuera de las burbujas online, tolera hasta el grito, el insulto y el portazo. La escalada, cuando lo que se juegan son los cuerpos, se vuelve peligrosa.

Más allá de las microviolencias, que se expresan en corporalidades rígidas y palabras filosas, el pasaje al acto se vuelve necesariamente político. Pero no en el sentido de la adjetivación boba en la que todo lo que no se comprende se tacha de político. Se vuelve político en tanto erosiona el sistema democrático y comienza a naturalizar las violencias que pasan de lo personal a lo institucional y de allí al Estado, pero no como garante de la legalidad, sino como promotor del ojo por ojo.

En la loca carrera por la autopercepción mayoritaria, la justificación antidemocrática de resistir al adversario o bajarlo a como dé lugar, es indispensable barajar y dar de nuevo. No hay sociedad que resista mucho tiempo los pasajes de la palabra a la acción, del insulto al trompazo y de allí a las armas.

Una línea que pudo terminar en magnicidio se cruzó sin que el Poder Judicial actúe con celeridad y democráticamente. La percepción de que elevar el número de “indignados” de diez a trescientos puede justificar una acción desmesurada e intolerante no encontró un correlato de violencia similar en el grupo de adversarios, que detuvieron al asesino frustrado y lo pusieron a disposición de la policía. De no haber fallado, un solo casquillo hubiera sido suficiente para el pasaje generalizado al acto. Del verbo al cuerpo. De la vida a la muerte.

En “Mil palabras para entender los discursos de odio” https://www.editoresdelsur.com/publicaciones-digitales/

Lila Luchessi es Directora en Instituto de Investigación en Políticas Públicas y Gobierno. Universidad Nacional de Río Negro (UNRN)

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