Hace mucho tiempo, cuando era chica, en una edad indeterminada que va entre los últimos años de la primaria y los primeros de la secundaria, me tocó aprender una poesía que hablaba del odio. En la poesía de Enrique Banches “El Odio”, aparece como un sentimiento tornasolado, vigoroso, reprimido, al acecho. Que está ahí presente, pero en estado de latencia, a la espera del momento oportuno para dar el zarpazo. Es el odio de un tigre, no hay compasión, no hay tregua, pero sí hay un tiempo, una espera que permite enfriar la sangre, olvidar la afrenta, templar el ánimo y también pensar en las consecuencias más allá.
Los caminos de la vida me han enseñado muchas palabras que describen otras formas de odio no personales, sino que se dirigen a distintos grupos humanos: xenofobia, racismo, antisemitismo, is-
lamofobia, anticristianismo, misoginia, homofobia, lesbofobia, transfobia son términos que sintetizan prejuicios presentes en diferentes culturas y que en el Derecho actual dan lugar a múltiples acciones violatorias de los derechos humanos. Son innumerables los cuentos, poemas, canciones y refranes que en la literatura popular son expresión de estos discursos, aunque hoy han perdido centralidad para dar lugar a intercambios de subjetividades más o menos anónimas a través de Internet, sumadas abots, trolls y a los personeros de los poderes de siempre que tejen
una trama en la cual la libertad de expresarnos y comunicarnos da lugar en muchos casos a alocuciones compuestas de expresiones que incitan a la violencia, la discriminación y la animadversión hacia una persona o un grupo de personas por origen étnico, por religión,
género, nacionalidad, clase social, etc. Los discursos de odio no son solo palabras, son palabras que hieren, que transforman el mundo: que incitan a la violencia y que son violencia en el mismo momento en que se expresan.
Podría decir que discursos de odio contra las mujeres hubo siempre: las antologías realizadas por la escritora argentina Ana María Shua son una prueba de los prejuicios presentes en muchas culturas. La misoginia –el odio y el miedo a las mujeres– aparece en la literatura popular como manifestación de prejuicios que a menudo nos comparan con distintas posesiones de los varones como los animales domésticos –aunque siempre menos fieles que los perros– y nos colocan bajo el dominio de la voluntad de otro. De todas las mujeres, las que más miedo dan y más odio reciben son las que son conscientes de que no son ni débiles ni tontas, están dispuestas a actuar en consecuencia y, sobre todo, las que ¡quieren hacer su voluntad!; son a menudo comparadas con los animales que se suponen de espíritu más terco: cabras, mulas, yeguas. Es probable que por eso en un período que en la Argentina y en el mundo hemos logrado sustanciales avances en nuestra autonomía, se agravan también las formas que componen el continuum de las violencias, emergiendo con virulencia discursos que afectan los derechos de las mujeres que siguen rompiendo los estereotipos de género por uno u otro motivo. Mencionaría dos casos muy disímiles. El de Cristina Fernández de Kirchner, quien como política no ha hecho más que romper sistemáticamente los límites que le fueron impuestos a las mujeres y no solo ha ocupado los puestos más importantes, sino que ha desarrollado desde allí un conjunto de políticas con las que ha dejado su marca en la historia. Contra ella se han dirigido distintas expresiones de odio, la han apodado como “puta” y “yegua”, la han crucificado en una tapa de revista y la han caricatu-
rizado orgásmica por el poder. En esa trama se inscribe el atentado contra su vida del 1 de septiembre de 2022. Y aquí, recordando que Adorno dice que la historia de las persecuciones indica que “la ira se dirige contra los débiles, ante todo contra aquellos a quienes se percibe como socialmente débiles y al mismo tiempo –con razón o sin ella– como felices”, opino que la ira se dirige contra quien les defiende y lo hace construyendo otra performatividad, una en la cual todas, todos y todes aquellos que han sido excluidos tienen la oportunidad de encontrar un abrazo empático que les permita vivir parte de la vida que sueñan, una luz de esperanza como esa otra guardada por una Pandora demonizada.
El otro caso que quiero mencionar conjuga también para mí ese cruce de militancia y alegría y lo veo sintetizado en Susy Shock. Las mujeres trans expresan otra forma de rebeldía contra los estereotipos de género, una que supone otra fractura radical del patriarcado y son parte de un colectivo que ha sufrido históricamente las más crueles violencias, de las cuales el crimen por odio de género de Diana Sacayan es lamentablemente solo un ejemplo. Pese a ello, la visibilización creciente de las diversas identidades y de empoderamiento público del colectivo LGBTI+ ha empoderado palabras como “puto o maricona” y las ha dotado de un sentido de pertenencia y de
posicionamiento político. Cristina y Susy son personas que afirman su propia identidad, su
deseo frente a los estereotipos de género. Rechazan la abnegación que el patriarcado espera para transmutarla en empoderamiento, en un triunfo de la voluntad puesta al servicio de empresas colectivas: se revelan con fuerza y alegría contra aquellos que esperan otra vez que les nadies –invocando la imagen del poema de Eduardo Galeano– sigan valiendo menos que las balas que les matan y donde anidan formas de odio que no actúan como el tigre, no esperan a su presa agazapados, sino que buscan construir sentidos de sociedades excluyentes como cuando nos dicen feminazis. ¿Qué vínculo hay entre un grupo de personas que reclama por el acceso igualitario en términos de géneros a distintos derechos humanos y una maquina-
ria estatal caracterizada por estar orientada al exterminio de seres humanos a los que deshumanizó? Ninguno. Pero el sentido queda y quienes no tienen las alertas prendidas pueden perderse.
Por eso, frente al odio, nos queda, abrazades a nuestras diversas liderezas, defender “la alegría como una trinchera […] como una bandera […] como una certeza […] como un derecho”, como dice Mario Benedetti.
En “Mil palabras para entender los discursos de odio” https://www.editoresdelsur.com/publicaciones-digitales/
María Verónica Piccone es miembro del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Derechos, Inclusión y Sociedad (CIEDIS) y docente de la Universidad Nacional de Río Negro