La noche de noviembre entra por la ventana del dormitorio.Una brisa fresca llega desde la costa de Quilmes.En la cama, Lilianacambia de posición. Extiende el brazo hasta tocar el hombro de Andrés y sigue durmiendo.
No pasa mucho tiempo antes de que, inquieta, abra los ojos. No…, otra vez. Espera un rato mientras lucha entre el sueño y las ganas de ir a hacer pis. Finalmente, enciende la luz del velador y se sienta en el borde de la cama. Busca con la vista las chinelas, pero al no encontrarlas se levanta y va descalza al baño tomándose la panza de cinco meses.
Apenas largados chorritos.Puta madre. Espera unos momentos y luego tomala punta del papel higiénico y, como es su costumbre, tira fuerte del rollo que gira y deja caer más de lo que necesita. Liliana hace un bollo de papel y se seca.
Después vuelve a la cama, se tapa y apaga la luz. Está a punto de dormirse,cuando la pone alerta el ruido de un coche que se detiene.
—¿Estás bien? —pregunta Andrés.
—¿Escuchaste?
—¿Qué cosa?
—Un coche paró cerca.
Andrés vuelve a acomodarse para seguir durmiendo.
—No, no escuché…, a lo mejor es el de enfrente que viene en pedo como todos los viernes.
Liliana presta atención en la oscuridad. Unas pisadas sobre la vereda se suman a los ruidos de la noche. La sobresaltan los fuertes golpes contra la puertaque se repiten casi sin interrupción.
—¡No abras! —dice ella en voz baja.
—¿Qué hacemos?
Los golpes siguen con la misma violencia.
—No podemos no abrir. Prendé la luz —dice Andrés mientras se levanta con decisión—. ¡Ya va!
Iluminada por el velador, ella espera mientras oye los pasos de Andrés que va hasta la puerta y abre.
Y súbitamente, la confusión. Ruidos metálicos y de hombres que entran en el comedor de la casa. Gritos.
—¿Dónde está el NegroRamírez?
La voz de Andrés apenas llega a decir no sé quiénes cuando suena el golpe y se oye un gemido de dolor. Liliana se acurruca contra el respaldoy se tapa con la frazada hasta casi quedar oculta.Todo lo que había imaginado tantas veces, cómo actuar, qué decir, se deshace en el temblor que le invade el cuerpo.
Siguen más preguntas y el no séque se repite y el llanto y los golpes que se mezclan sin orden. Y de pronto, el silencio. Y unas pisadasque se acercan desde el comedor. Y un hombre alto, de traje,que entra al dormitorio y ve a Liliana hecha un ovillo bajo la manta.
El hombre recorre el lugar con la vista. Se pone a mirar por la ventana y sin darse vuelta pregunta:
—¿Dónde está el NegroRamírez?
—No lo conozco.
El hombre menea la cabeza y gira hacia ella.
—Mirá pendeja, es tarde, estoy cansado. Eso me pone mal, ¿entendés? No te hagás la boluda, no me hagás perder el tiempo y decime dónde está.
—Es en serio, señor. No lo conozco —contesta Liliana que tiembla encogida bajo la frazada.
De nuevo el hombre se vuelve hacia la ventana y golpea levemente el marco con el puño.
—¡Salí de la cama!
Liliana tarda unos segundos en levantase y se para al lado de la mesa de luz.
—Tenés una oportunidad más de salvarte… vos decidís.
Ella trata de hablar, pero se quiebra en llanto.
Disgustado, el hombre se da vuelta con violencia y recién ahí nota la redondez del vientre. Se contiene y se queda calladounos momentos
—Estás embarazada —señala.
Liliana asiente en silencio.
—¿De cuánto estás?
Ella deja de llorar.
—De cinco—murmura.
—¿El que está en la otra pieza es tu marido?
—Mi pareja.
—Acostate.
Ella se mete en la cama y vuelve a taparse con la frazada.
—¡Cabo, suelte al hombre y espérenme en la camioneta! —grita hacia el hueco de la puerta.
—¡A la orden, mi mayor!
Al tiempo que se escucha el portazo,Andrés entra al dormitorio. Le sale sangre de la nariz y de la boca. Se sube a la cama y Liliana lo abraza cobijándolo.
El oficial se queda largos instantes mirándolos en silencio.
—Acordate de que te salvé—dice el hombre antes de irse—. Esta vez zafaron los dos, pero ojo, que los voy a estar vigilando.